Se habla sin parar de crisis. Los análisis al respecto se suceden y multiplican,
intentando explicar y valorar lo que está aconteciendo. Mientras, una nueva y
cruda realidad se va imponiendo con celeridad por la vía de los hechos. Ante
ella, mucha gente se muestra desconcertada, con miedo ante el presente y el
futuro y sumida en un pesimismo y escepticismo crecientes. La economía real se
doblega ante la monetaria: se precariza el empleo, se deterioran y envilecen
las condiciones laborales y los empresarios constatan con estupor como el
devenir de su empresas ya no depende de su trabajo o inteligencia, ni de la
marcha de su sector de actividad, ni de la bondad de su producto o servicio y
de su estrategia empresarial, sino que ha quedado a merced de los criterios y prioridades
de los que manejan el grifo de la financiación bancaria. En paralelo, las instituciones se muestran incapaces de reaccionar
y su credibilidad se diluye con inusitada rapidez. Los gobiernos, da igual su color político,
trasforman en razones de Estado las razones del mercado financiero y se pliegan
a este con cinismo y descaro. Y el Estado del Bienestar, forjado con tesón en
Europa durante el siglo XX, sufre un intenso seísmo que quiebra sus cimientos… ¿Qué
está pasando? Pues que no estamos ante una crisis, sino ante una mutación: la transfiguración del sistema socioeconómico en un entramado
de especulación global y cortoplacista (mayor beneficio posible a costa de lo
que sea y en el menor tiempo posible) y la conversión de ciudadanos, empresas y Estados en una nueva raza de esclavos... La noción de crisis va ligada a lo fortuito de su aparición y a que,
pasado un tiempo, las cosas volverán a ser como antes. Pero esto no es una crisis,
sino una mutación. Y esta no es fortuita, sino que deriva de la evolución e imposición de la “lógica” del sistema vigente; y en su esencia subyace precisamente el
objetivo de que las cosas nunca vuelvan a ser como antes... Sólo en la
comprensión de que el sistema ha mutado puede entenderse el por qué y el calado
de hechos como estos:
+la gigantesca cantidad de dinero público (no inferior a los 13 billones de euros, suficiente para dar
alimentación a todos los que lo necesitan en el planeta
durante dos siglos y medio) que ha sido "regalado" por los Gobiernos a la banca privada;
+provocado por tamaña desviación de fondos públicos a manos privadas, el
colosal endeudamiento de los Estados (la deuda que acumulan es tal que ni con
todo el dinero existente en la economía mundial habría suficiente para pagarla)
y la transformación en crisis de los Estados y de las haciendas públicas de lo
que inicialmente se planteó como una crisis de los bancos privados;
+derivado de los puntos anteriores, la curiosa circunstancia de que la
llamada crisis tenga como grandes beneficiados a los mismos que la provocaron; y
+la certeza de que los impactos de lo que ocurre afectan no sólo a la
economía, sino a otros muchos ámbitos y, especialmente, a la democracia, dado
el evidente sometimiento de los gobiernos y poderes públicos a los intereses de
la banca privada internacional y los mercados financieros globales.
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Una nueva entrega
de Recordando lo que
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