Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2024-2025

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29/8/14

Ni esto ni aquello


En este mundo de Esencialidad
no existe ni el yo ni nada que no sea yo.
Para entrar directamente en armonía con esta realidad,
cuando las dudas surjan simplemente di: «No dos».
En este «no dos» nada está separado,
nada está excluido.
No importa cuándo ni dónde:
iluminación significa entrar en esta verdad.
Y esta verdad está más allá del aumento o
la disminución en el tiempo o el espacio:
en ella, un solo pensamiento dura diez mil años.

Esencialidad: tal es la naturaleza de las cosas

Esencialidad (tathata) consiste en vivir en este mundo y con este mundo tan profundamente que el mundo desaparezca y tú te conviertas en la esencia. Y la actitud que la caracteriza e identifica es la aceptación: vivir sin conflictos ni quejas desde el discernimiento de la naturaleza de las cosas… Es viviendo así como, de pronto, acontece la transformación. Mientras estés luchando, tu energía se divide. Pero una vez que aceptas, se hace una en tu interior y la propia liberación de energía se convierte en una fuerza curativa que no viene de afuera. Es así como la esencialidad incide sobre la enfermedad física, la mental y, finalmente, la espiritual, aunque lo aconsejable es empezar por el cuerpo y, si tienes éxito con él, intentarlo en los otros niveles.

Cuando algo vaya mal en el cuerpo, relájate y acéptalo. Di para tu interior, sintiéndolo intensamente: “Tal es la naturaleza de las cosas”. Si las cosas que han nacido tienen que morir, algunas veces tendrán que enfermar. … Acéptalo, no te identifiques con ello. No hay de qué preocuparse: no te está ocurriendo a ti; está sucediendo en el mundo de las cosas… Cuando no luchas, transciendes. La aceptación es la transcendencia. Y esta transcendencia se convierte en una fuerza curativa. De repente, el cuerpo empieza a cambiar.

Lo mismo ocurre con las preocupaciones mentales, las tensiones, las ansiedades, la angustia… ¿A qué se debe que te preocupe algo? A que no puedes aceptar el hecho porque tienes algunas ideas que imponer a la naturaleza. Por ejemplo, te estás haciendo viejo y eso te preocupa. Te gustaría permanecer siempre joven; ahí está la preocupación… ¿Qué es lo que muestras con tus preocupaciones? Que no puedes aceptar lo que está ocurriendo.

El mundo de las cosas es un flujo y en él nada es permanente. Si esperas permanencia de un mundo donde todo es impermanente, te crearás preocupaciones. Por ejemplo, te gustaría que este amor fuera para siempre. Sin embargo, nada puede serlo en este mundo; todo es momentáneo. Esta es la naturaleza de las cosas, su esencia. Bien… Ahora sabes que ese amor ha acabado y ello te causa tristeza. Vale, acepta la tristeza. Si estás tembloroso, acepta el temblor; si te apetece llorar, llora. ¡Acéptalo! No lo reprimas, no disimules, no trates de fingir. No puedes luchar contra los hechos, acéptalos.

Y si lo haces gradualmente, estarás constantemente dolorido y sufriendo. Pero si los aceptas sin queja alguna, no desde la impotencia, sino desde la comprensión, se vuelven esencialidad. Entonces ya no estás preocupado, ya no hay problema, porque el problema no era causado por el hecho en sí, sino debido a que no podías aceptarlo de la forma en que estaba ocurriendo: querías que fuera a tu manera.

La vida no va a ser como tú quieras

La vida no va ser como tú quieras, sino como la propia vida quiera. Y ante este hecho cierto, tú mandas. Si lo rechazas, sufrirás. Si lo aceptas desde la consciencia, tu vida se convertirá en éxtasis… También Buda tuvo que morir, pero lo hizo feliz al ser consciente de que lo que ha nacido tiene que morir: el nacimiento implica la muerte; así son las cosas. Si mueres preocupado y sintiéndote desdichado, te perderás lo que la muerte puede ofrecerte, la gracia que se manifiesta en el último momento, la iluminación que sucede en el tránsito. Mueres; morirás muchas veces y seguirás perdiéndote lo mejor de ello.

Si puedes aceptar la muerte, abres la puerta del tránsito con una bienvenida en tu corazón. Y la calidad del fenómeno cambia inmediatamente. De repente eres inmortal: el cuerpo se está muriendo, pero tú no. Ahora puedes darte cuenta de que sólo se abandona la vestimenta, no el contenido; el coche en que has encarnado para vivir la experiencia humana, no el conductor, no la consciencia, que permanece en su iluminación; y más aún, porque en la vida muchas fundas la cubrían, pero en la muerte está desnuda y libre.

No obstante, para esto hay que embeber la actitud de la esencialidad, no un mero pensamiento mental o una filosofía: tu vida entera ha de transformarse en esencialidad. Ni siquiera hace falta que pienses en ello: sencillamente se vuelve algo natural… Comes en esencialidad, duermes en esencialidad, respiras en esencialidad, amas en esencialidad, lloras en esencialidad… Se convierte en un hábito y no necesitas preocuparte por ello… Es tu forma de ser… ¡Aceptas!

Es cierto que el término “aceptar” conlleva cierta carga -por ti, no por la palabra- porque sólo aceptas cuando te sientes impotente, cuando no puedes hacer nada… En el fondo todavía deseas; piensas que de haber sido de otra forma hubieras sido feliz, pero ¡qué le vas a hacer! Lloras desconsoladamente y pasas muchas noches preocupado, con pesadillas y sufrimientos... Finalmente, el tiempo es el que te cura, no la comprensión. Y el tiempo es necesario sólo porque no comprendes, sino te curarías inmediatamente.

Así que, poco a poco, las cosas se difuminan, se pierden en la memoria cubiertas por el polvo. Y todavía algunas veces duele la herida porque vas cargando con el pasado… Fuiste niño; el niño todavía está ahí. Luego un muchacho; el muchacho todavía está ahí con todas sus experiencias… Capa sobre capa, todo está ahí. Es por eso que en ocasiones retrocedes: si te ocurre algo y te sientes desamparado, empiezas a llorar como un niño. Has retrocedido en el tiempo, el niño ha salido a la superficie. ¿Por qué llevamos toda esa carga? Porque en realidad nunca aceptas nada. Si aceptas el fenómeno, la situación, la vivencia o el hecho no quedará nada con lo que  cargar. Pero si aceptas porque te sientes impotente, cargarás con él… Cualquier cosa que esté incompleta permanece para siempre como una carga; cualquier cosa que esté completa se abandona. Porque la mente tiene una tendencia a cargar con las cosas incompletas con la esperanza de que algún día surja la oportunidad de completarlas. Aún esperas que regresen los días que ya se han ido. No has transcendido el pasado. Y a causa de ese pasado tan pesado, no puedes vivir en el presente.

Cuando aceptas en esa actitud de esencialidad no hay rencor, no te sientes impotente. Sencillamente entiendes que así es la naturaleza de las cosas. Por ejemplo, si quiero salir de una habitación lo haré por la puerta, no atravesando la pared. Esta es la naturaleza de la pared: impedir el paso; esa es la naturaleza de la puerta, que pases a través de ella. Pues bien, acepta las cosas como a la pared y la puerta… Si puedes mirar con claridad no harás cosas como intentar traspasar la pared… Observa las cosas y si hay algo es natural no trates de forzar en ello algo que sea innatural.

¿Por qué no miras los hechos tal como son? Porque tus deseos están demasiado presentes. Por eso te has convertido en una persona tan impotente. Supera la impotencia: ante cualquier situación, no desees nada, pues el deseo te llevará por el camino equivocado. Mira los hechos con toda la consciencia de que dispongas y, de repente, se abre una puerta y ya no pasas a través de la pared, sino por la puerta, sin un rasguño. Y ya no cargas con nada.

Y la esencialidad es comprensión, no un destino sin esperanza. Así que esta es la diferencia. Hay gente que cree en el destino o que dicen “Dios ha querido que fuera así”, pero en el fondo mantienen un rechazo y utilizan esas tretas para maquillarlo y consolarse a sí mismos. Sin embargo, la actitud de la esencialidad no es fatalista ni conlleva ningún Dios o destino. Dice: mira las cosas tal como son, comprende, y comprobarás que hay una puerta… Siempre hay una puerta…

En la esencialidad desaparece el yo y, con ello, el otro

En este mundo de Esencialidad no existe ni el yo ni nada que no sea yo”… La mente siempre divide: el otro y yo. Y en ese mismo instante el otro se convierte en enemigo. Algunos son más hostiles, otros menos, pero el otro siempre es enemigo… Llamas amigo a aquel que es menos hostil contigo y enemigo a aquel que lo es más, pero con el otro forzosamente tiene que haber competición, celos, lucha… También peleas y compites contra tus amigos, aunque de una manera “amistosa”. Sin embargo, una vez que te has fundido en la esencialidad, en el discernimiento de la naturaleza de las cosas, no existe nada que sea tú, ni nada que no seas tú; no hay ni yo ni nada que no sea yo.

Cuando el otro desaparece, el yo también desaparece, porque son dos polos de un mismo fenómeno. Aquí adentro está el ego y ahí afuera está el otro: dos polos de un mismo fenómeno. Si desaparece un polo, si el “tú” se disuelve, el “yo” desaparece con él… Y ojo, no puedes hacer desaparecer al otro, sólo puedes hacerte desaparecer a ti mismo. Si tú desapareces no hay ningún otro; cuando se abandona el yo, no hay tú. Es la única manera. Pero intentamos justo lo contrario: matar al “tú”. Mas al “tú” no se le puede matar, ni poseer, ni dominar. El “tú” siempre seguirá en rebelión porque está esforzándose en matarte a ti. Ambos lucháis por el mismo ego; él por el suyo y tú por el tuyo. ¿Cómo vas a destruir al otro? El otro es inmenso… es todo el Universo. Céntrate en una dimensión diferente: abandona el yo.

Sin embargo, lo que haces es ayudarlo a permanecer. Por ejemplo, aferrándote a tus quejas, rencores, enfermedades… La gente se apega a todo lo que molesta. Se quejan, dicen que les gustaría curarse, pero en el fondo no es así porque si se curarán ellos no estarán ahí, el yo desaparece… Fíjate como la gente se aferra a sus heridas. Hablan acerca de sus enfermedades y defectos más que de ninguna otra cosa. Escúchalos y te darás cuenta de que lo están disfrutando… Su enfermedad, su ira, su odio, sus problemas, su egoísmo, su ambición… Es una locura: están pidiendo deshacerse de esas cosas, pero, observa sus caras, lo están disfrutando. Y si realmente desaparecieran, ¿con qué disfrutarían? Estarían tan ociosos que se suicidarían.

Indaga en tu interior y te darás cuenta de que todas tus desgracias existen porque tú las apoyas. Sin tu apoyo nada puede existir. Existen porque tú les das energía. ¿Quién te obliga a ello? Hasta para estar triste se necesita energía. Es por eso que después de la tristeza te sientes tan agotado… Durante tu depresión no estabas haciendo nada, estabas simplemente triste y tendrías que haber salido de ella pletórico de energía. Pero no, porque todas las emociones negativas necesitan energía y te agotan.

Si eres feliz, de repente, toda la existencia es feliz contigo y el mundo entero fluye hacia ti con energía y ríe contigo. Pero cuando estás alimentando tu tristeza y apatía, se abre un espacio entre tú y la vida. Entonces todo lo que hagas tendrá que depender de tu energía y la desperdiciarás, la agotarás… Pero lo haces porque cuando estás ofuscado y negativo sientes más ego… Cuando estás triste, enfadado, egoísta, disfrutando y jugando con tus heridas, intentando ser un mártir, entonces generas un espacio entre tú y la existencia. Te quedas solo y ahí te sientes yo. Y cuando te sientes yo, toda la existencia se vuelve hostil contigo. En cambio, cuando estás contento, feliz, extasiado, no hay yo, el otro desaparece; estás en contacto con la existencia, no separado.

Cuando aceptas la naturaleza de las cosas y te disuelves en ella, vas con ella. No das ningún paso propio, no tienes ninguna danza propia, ni siquiera una cancioncilla; la canción de la totalidad es tu canción, la danza del todo es tu danza,  tú ya no estás aparte. Simplemente sientes: “El todo es. Yo sólo soy una ola, que viene y se va, que llega y se marcha, siendo y no-siendo. Yo voy y vengo, el todo permanece. Yo existo a través del todo, el todo existe a través de mí”… Algunas veces toma forma y otras no. Algunas veces surge en el cuerpo y otras desaparece del cuerpo. Tiene que ser así, porque la vida tiene un ritmo. Algunas veces tienes que estar activo y en movimiento -una ola- y otras te vas a las profundidades y descansas, inmóvil.

La muerte es un cambio de ritmo moviéndose hacia lo otro. Pronto nacerás más vivo. La muerte es una necesidad: el polvo que se ha acumulado a tu alrededor tiene que lavarse; es la única manera de rejuvenecer. ¿Por qué crear un conflicto? Tú no mueres, sólo caen las hojas viejas para hacer espacio a las nuevas. Mueres aquí, naces allí: de la forma a la sin-forma, de la sin-forma a la forma; del cuerpo al no-cuerpo, del no-cuerpo al cuerpo; movimiento, quietud; quietud, movimiento… Este es el ritmo. Si te fijas en el ritmo no te preocupará nada: confía… Entonces tú no estás ahí, ni tampoco hay ningún otro. Los dos han desaparecido, ambos se han convertido en el ritmo del uno. Ese uno existe, ese uno es la realidad, la verdad.

“No dos”

Para entrar directamente en armonía con esta realidad, cuando las dudas surjan simplemente di: No dos”… Cuando surja la duda, cuando te sientas dividido, cuando veas que está apareciendo una dualidad, di para tu interior: “No dos”. Y hazlo con plena consciencia, inteligencia y comprensión… Siempre que sientas que el amor está surgiendo di “no dos”, de otra forma el odio estará esperando; y cuando veas que el odio está surgiendo di: “No dos”. Siempre que sientas un apego hacia la vida di “no dos”; y también cuando sientas miedo a la muerte… Si alguien te ha insultado y te ofendes di “no dos”, porque el que insulta y el que se ofende son uno. Ese hombre no te ha hecho nada a ti, se lo ha hecho a sí mismo… El asesino y el asesinado son uno, ¿por qué preocuparse?; ¿por qué adoptar puntos de vista?; ¿por qué no fundirse en el otro? Porque el otro también soy yo; y el otro y yo también son Eso. Sólo existe el uno.

Siempre que se te plantee una confusión, dudas, una división, un conflicto, siempre que vayas a escoger algo, recuerda: “No dos”. Tienes que hacerlo con comprensión, con consciencia. Si lo haces mecánicamente significa que en otro nivel permaneces en el yo, en el ego, luchando, violento, agresivo. Y las agresiones no están solamente en la guerra… La agresión es muy sutil, está en tus gestos. Fíjate: si estás dividido en yo y tú, tu mirada es violenta. Y cuando gritas, siempre que te enfadas, el motivo suele ser algo insignificante. Vas acumulando agresividad y de ahí, de pronto, desde esa ira acumulada, sale la agresión por algo sin demasiada importancia.

Di: “No dos” y entonces no hay nada que elegir, nada que te guste o te desagrade, puedes bendecir todo… Vas donde la vida te lleva; confías en la vida. Y la confianza no es una postura intelectual. Es una respuesta total al sentimiento de que sólo existe el uno, no dos… Repite silenciosamente: “No dos” y observa lo que ocurre. El conflicto desaparece. Aunque sólo desaparezca por un momento, será un gran fenómeno. Estás cómodo, de pronto no hay enemigo en el mundo, de repente todo es uno.

 “En este “no dos” nada está separado, nada está excluido. No importa cuándo ni dónde, iluminación significa entrar en esta verdad”… Iluminación significa entrar en esta verdad de “no dos”… Siempre que te sientas dividido, que estás a punto de elegir, que te gusta una cosa en contra de otra, que empieza a aparecer y acumularse la tensión… di “no dos”. La tensión se relajará y la energía será reabsorbida, transformándose en bienaventuranza.

Sexualidad: la energía acumulada y el tercer ojo

La vida te va llenado de energía. Y siempre que la energía acumulada es demasiada, el tercer ojo lo siente y empezarás a percibir que hay que hacer algo. A este tercer ojo los hindúes le han llamado el ajna chakra, el centro de mando, donde se dan las órdenes, la oficina desde donde el cuerpo recibe las órdenes… La Naturaleza ha construido un proceso: en cuanto acumulas demasiada energía, el tercer ojo presiona el centro del sexo, ambos se unen y empiezas a sentirte sexual. Se trata de un dispositivo automático creado por la Naturaleza en el cuerpo. Y a partir de ahí, existen dos caminos en la gestión de esa energía interior acumulada: descenderla o ascenderla.

Descenderla significa desahogarte. Así es como para la mayoría de la gente funciona el sexo: una medida de seguridad, porque se puede acumular tanta energía que puedes estallar. El sentimiento de sexualidad no es más que un dispositivo para evidenciar la acumulación de energía. Y una de las maneras de usar tu energía es sintiendo placer a través del desahogo.

La otra forma es decir: “No dos”. Yo soy uno con el Universo. ¿Dónde desahogarla?; ¿con quién hacer el amor?; ¿dónde echarla? No hay ningún lugar distinto a mí, yo soy uno con el Universo. Entonces, al no hacerla descender del tercer ojo, al no desahogarte, empieza a ascender. Y llega así al último chakra, el séptimo centro, situado en la cabeza por encima del tercer ojo y al que los hindúes llaman sahasrara: el loto de los mil pétalos.

Estos son los dos caminos posibles para usar tu energía interior acumulada. Cuando la haces descender, hay placer. Cuando no te desahogas y permites que ascienda desde la compresión consciente del “no dos”, la energía alcanza el sahasrara y hay bienaventuranza. Y ten en cuenta que el placer y el sentimiento de bienestar que el descender la energía provoca sólo puede ser momentáneos, pues el desahogo es pasajero y genera una sensación efímera. Sin embargo, la bienaventuranza puede ser eterna, porque la energía no se descarga sino que se reabsorbe. El centro de la descarga es el sexo, el primer centro o chakra; y el centro de la reabsorción es el séptimo, el último. Ambos son los extremos de un mismo fenómeno energético. Desde un extremo, al desahogarte, la energía se descarga; te sientes relajado porque ahora no hay energía para hacer nada y te duermes. Es por eso que el sexo ayuda a dormir. Y si te vas al otro extremo, en el que la energía se reabsorbe, el loto de los mil pétalos se abre y sigue abriéndose y abriéndose. No tiene fin, porque la energía vuelve hacia el interior, es reabsorbida.

Puedes llegar desde el sexo a la superconsciencia. Este loto de mil pétalos es el centro de la superconsciencia. Así que cuando vuelvas a sentirte sexual di “no dos” con comprensión, consciente, en alerta. Y de pronto sentirás que algo está pasando en la cabeza: la energía que solía caer hacia abajo se está moviendo hacia arriba. Y una vez que alcance el séptimo centro, será reabsorbida. Entonces te vas convirtiendo en más y más en energía; y la energía es deleite, éxtasis. Ya no hay necesidad de descargarla porque ahora eres el ser infinito... Puedes absorber el infinito, el todo, y aún quedará espacio… Este cuerpo es estrecho; tu consciencia, inmensa. Este cuerpo es una taza pequeña; un poco más de energía y se desborda. Tu práctica sexual es el desbordamiento de la taza, del cuerpo estrecho. Pero cuando el sahasrara se abre, un loto de mil pétalos se abre en tu cabeza; y va abriéndose y abriéndose sin fin. Aunque el todo se derrame sobre ti, todavía quedará un espacio infinito.

Se dice que un buda es más grande que el Universo. No su cuerpo físico, por supuesto, pero el Buda sí lo es porque el loto se ha abierto. Ahora este Universo no es nada; millones de Universos pueden caer en él y ser reabsorbidos. Puede seguir creciendo. Es perfecto y todavía sigue creciendo. Esta es la paradoja; porque nosotros pensamos que una perfección no puede crecer. La perfección también crece; crece hacia ser más perfecta y más perfecta. Sigue creciendo porque es infinita… Este es el vacío del que habla Buda: shunyata. Cuando tú estás vacío, todo el Universo puede caber en tu interior y todavía queda un espacio infinito, más Universos pueden caber en ti.

Tú eres el todo

Y esta verdad está más allá del aumento o la disminución en el tiempo o el espacio”... Para esta verdad el tiempo y el espacio no existen. Ha ido más allá, nada la limita. Es más grande que el espacio y el tiempo… “En ella, un solo pensamiento dura diez mil años”; y un simple movimiento, eternidad… Puedes ver el cuerpo tuyo o de alguien, pero el cuerpo no es tú ni él: somos la consciencia que no podemos ver. El cuerpo nace y muere; la consciencia no ha nacido nunca y nunca morirá. Esta consciencia iluminada es la mismísima raíz de toda la existencia; y también su florecimiento. No se puede decir dónde se halla esta consciencia porque ¡está en todas partes! Mejor aún: “todas partes” están en ella.

Ambos, el tiempo y el espacio existen en la consciencia y esta consciencia no existe en el tiempo y el espacio. No podemos decir en qué momento del tiempo existe esta consciencia iluminada. Sólo podemos decir que todo el tiempo existe en esta consciencia. Esta consciencia es más grande; y tiene que ser así. ¿Por qué?... Puedes observar el tiempo y decir: “Es por la mañana, o es mediodía o ahora es por la tarde. Ha pasado un minuto, un año o una era”. Este observador, esta consciencia, tiene que ser más grande que el tiempo, sino ¿cómo podría observarlo? El observador tiene que ser más grande que lo observado. Tú puedes ver el espacio, puedes ver el tiempo; por lo tanto, ese que ve dentro de ti debe ser más grande que ambos.

Una vez que ocurre la iluminación, todo está en ti. Todo empieza a moverse en ti… Los mundos surgen de ti y se disuelven en ti porque tú eres el todo.

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Fuente: Extracto del capítulo 9 de “El Libro de la Nada”, de Osho, realizado por Emilio Carrillo.
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