Apenas
notamos la presencia de las personas a nuestro alrededor, las
consideramos en relación a las creencias que tenemos, así solemos
anticiparnos a juzgar si los otros nos van a ser útiles o nos van a
perjudicar. Esta forma de andar por la vida “pre” viniendo todo,
en un estéril intento de controlarlo todo, nos expone a frecuentes
errores que entristecen nuestra existencia y nos alejan de lo que
realmente somos.
Ahora
bien, es momento de comprender que los que nos causa atracción o
rechazo no necesariamente se corresponde con lo que es. En este
sentido es posible reconocer que con los prejuicios se crea un
segundo mundo que no solamente constituye una quimera sino que además
resulta tóxico dado que envenena nuestros pensamientos, acciones y
palabras.
Lo
dicho pone en evidencia la fuerza que tienen las creencias para
operar sobre nuestra consciencia paralizando su desarrollo dado que
terminamos usando el pensamiento para hallar justificaciones a
prejuicios que germinaron sin poder identificar con claridad su
momento preciso de siembra. Es que resulta muy espinosa la búsqueda
del origen de nuestros prejuicios en medio de tanta hipocresía
institucionalizada sostenida en la mediocridad de una sumisión
intermitente que se enciende para complacer a la autoridad de turno.
Igualmente,
más allá de lo espinoso que resulte, debemos buscar incesantemente
el huevo de serpiente que nos hace vivir cegados por múltiples
cortinas en forma de prejuicios que conforman un sentido común
marcado por la sospecha de todo lo que no se ajuste a nuestro sistema
de creencias. Pero las cosas pueden y deben ser de otro modo,
asumamos un compromiso con la sinceridad transmutando, cambiando la
esencia de nuestros pensamientos con el fin de alejarnos de la
venenosa autopreocupación.
Se
trata de desacostumbrar el pensamiento de su hacer cotidiano para
disciplinarlo con nuevas preguntas que no solamente consideren el
“cómo y porqué es” sino que conjuntamente, y fundamentalmente,
impliquen el “qué me enseña eso que es”. Para lograrlo se
requiere previamente enfrentar el primer momento de cada nuevo
acontecimiento desde una quietud que detenga la primera tendencia a
actuar. Actuar en consciencia involucra interrumpir, por un rato, lo
primero que intenta movernos para abrirnos al acontecimiento.
Dejar
que el acontecimiento nos penetre, hasta que consideremos que lo
estamos habitando, nos pondrá en mejores condiciones de actuar para
transformar todo lo que resulte necesario. Esto nos conduce a la
posibilidad de registrar sin prejuicios aquello que las personas
hacen, quizás nos demos cuenta de que lo que ahora nos molesta de
los otros fue parte de nuestra personalidad, o todavía lo es, aunque
en un estado de negación. Dicha posibilidad se hace más cercana si,
a esa información desprejuiciada, la usamos como materia prima para
el proceso de construcción de conocimientos vigilando cada relación
y contextualización desde un pensamiento hologramático, recursivo y
dialógico.
Llevar
al plano de la acción lo expuesto hasta aquí abre camino para
alcanzar la caída de un pensamiento ensombrecido de creencias con el
propósito de hacer nacer un pensar sensible al afuera pero también
a las palpitaciones del alma sin miedo a que se cierren puertas, vale
recordar que cada puerta cerrada es una oportunidad para la
consciencia plena. En este terreno desprejuiciado, el pensar se
vuelve energía que se materializa en acciones que aguijonean nuevos
pensamientos. Y es en este movimiento dialéctico, entre acción y
reflexión, donde encontraremos la clave para esquivar la perversa
pretensión dominante de enajenarnos de nuestra propia vida. En
consecuencia viviremos sin miedo compartiendo con los demás
aventuras que, nos pueden besar o pegar, pero siempre dejarán una
enseñanza.
Por
último, resulta oportuno dejar en claro que una vida desprejuiciada
supone de un pensamiento que no sea cómplice del maquillaje
tranquilizador de la realidad, esconder bajo la venda una herida
adormece la consciencia de la lastimadura pero no la cura. Se trata
de un nuevo pensar que reconoce al acontecimiento como la irrupción
de lo no esperado, de lo no sospechado, de aquello que no se deja
atrapar por las creencias de las que disponemos.
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Autor: Diego Clementín (diegoemilioclementin@yahoo.com.ar)
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