De las nuevas verdades expuestas por la Teosofía, una de las más
importantes es la de la existencia de
hombres perfectos, que se deduce lógicamente de las otras dos magnas verdades
teosóficas del karma y de la evolución por medio de sucesivas encarnaciones.
Al observar en nuestro alrededor vemos palmariamente hombres en
todos los grados de evolución, unos mucho más atrasados que nosotros en su
desenvolvimiento y otros que en algún
aspecto están evidentemente más adelantados. Por lo tanto, cabe la posibilidad
de que haya algunos cuyo adelanto sea muchísimo mayor, pues si los hombres se
van constantemente mejorando en el transcurso de una larga serie de vidas
sucesivas en dirección hacia determinada meta, seguramente ha de haber algunos
que ya hayan llegado a ella.
Hay entre nosotros quienes en el proceso evolutivo han conseguido
actualizar tales o cuales de los sentidos superiores latentes en el hombre y
que en el porvenir poseerá todo el género humano. Por medio de dichos sentidos
vemos la escala de la evolución extendida por encima y por debajo de nosotros,
y que hay hombres en todos los peldaños.
Numerosos testimonios afirman directamente la existencia de hombres
perfectos a quienes llamamos Maestros; pero me parece que el primer paso que
debemos dar es adquirir la certeza de que deben existir tales hombres, y más
adelante, en último término deduciremos que a dicha clase pertenecen los
hombres con quienes nos hemos puesto en contacto.
La historia de las naciones relata las hazañas de los genios en
cada uno de los campos de la humana actividad. Fueron hombres que en su
especial línea de acción y habilidad superaron a la masa general, hasta el
punto de que muchas más veces de las que cabe imaginar, sus ideales estaban muy
allá de la comprensión de las gentes, de modo que no sólo su obra se había
perdido para la humanidad, sino que ni siquiera han conservado sus nombres.
Se ha dicho que la historia de una nación podía resumirse en las
biografías de unos cuantos individuos y que siempre las minorías selectas
inician los progresos en arte, música, literatura, ciencia, filosofía,
filantropía, política y religión. A veces sobresalen en el amor a Dios y al
prójimo como los insignes santos y filántropos; otras veces en el conocimiento
del hombre y de la naturaleza como los eminentes filósofos, sabios y
científicos; otras en su labor beneficiosa para la humanidad como los grandes
libertadores y reformadores.
Al contemplar a estos hombres y considerar cuan altos están
respecto del ordinario nivel de la
humanidad y cuan adelantados en la evolución humana ¿no es lógico inferir que
no podemos señalar los límites del alcance humano y que es posible que hayan
existido y aun que ahora existan hombres mucho más adelantados que aquéllos, de
magna espiritualidad, conocimiento y aptitud artística, hombres completos en
cuanto a las humanas perfecciones, hombres precisamente como los adeptos o
superhombres a quienes algunos de
nosotros hemos tenido el inestimable beneficio de encontrar?
Esta Vía Láctea del ingenio humano que enriquece y hermosea las
páginas de la historia es al propio tiempo la gloria y
la esperanza de todo el género humano, porque sabemos que estos excelsos Seres
son los precursores de los demás hombres y que como almenaras o faros iluminan
el camino que debemos seguir si deseamos alcanzar la gloria que muy luego nos
será revelada.
Hace largo tiempo que aceptamos la enseñanza de la evolución de las
formas en que mora la vida divina. Ahora tenemos la complementaria y mucho más
alta idea de la evolución de la vida, que nos demuestra que la razón del
admirable desenvolvimiento de formas cada vez más superiores es que la siempre
creciente vida las necesita como instrumento de expresión. Las formas nacen y
mueren; las formas crecen, decaen y perecen; pero el espíritu se va
desenvolviendo eternamente, anima las formas y progresa por medio de la
experiencia en ellas adquirida; y cuando una forma ha prestado su servicio y
está desgastada, la substituye otra mejor dispuesta a la expresión del
espíritu.
Tras la evolucionante forma retoña siempre la Vida eterna, la Vida
divina que penetra la naturaleza toda,
la cual no es más que la multicolor envoltura construida por el mismo Dios.
Dios alienta y vive en la belleza de las flores, en la robustez del
árbol, en la agilidad y gracia del animal, y en el corazón y el alma del
hombre.
La voluntad de Dios es evolución, y por ello toda vida adelanta y
asciende, y resulta la cosa más natural del mundo la existencia de hombres
perfectos en el último extremo de esta línea de siempre creciente poder,
sabiduría y amor. Aun más allá de ellos, allí donde no llega nuestra mirada ni
nuestra comprensión, se dilata una perspectiva todavía más esplendorosa de la
que más adelante daremos alguna insinuación, que sería completamente inútil por
de pronto.
La lógica consecuencia de todo esto es que deben existir hombres
perfectos y que no faltan indicios de la existencia en todo tiempo de tales
hombres, que en vez de abandonar por completo el mundo para vivir en los reinos
superhumanos o divinos, han permanecido
en contacto con la humanidad, movidos de su amor a ella, para auxiliarla en su
evolución de belleza, amor y verdad, y ayudar al cultivo del hombre perfecto,
tal como el botánico amante de las plantas se goza en la producción de una
perfecta naranja o una perfecta rosa.
Las crónicas de todas las grandes religiones demuestran la
presencia de tales superhombres, tan henchidos de la vida divina que
repetidamente se los consideró como representantes del mismo Dios.
En toda religión, y especialmente en sus comienzos, apareció un tal
Ser, y en algunos casos más de uno. Los induistas tienen sus grandes avatares o
encarnaciones divinas, como Shri Krishna, Shri Sancharacharya, el Señor Gautama
el Buda, cuya religión se difundió por el Extremo Oriente, y una nutrida
pléyade de rishis, santos e instructores.
Estos excelsos Seres no sólo se interesan en despertar la naturaleza
espiritual de los hombres, sino también en todo cuanto contribuye a su
bienestar en la tierra.
Todo cristiano conoce o debe conocer la larga serie de profetas,
instructores y santos pertenecientes a su religión, y que en algún modo (acaso
no bien comprendido) su Instructor
supremo, el Cristo, fue y es el Hombre-Dios.
Todas las religiones primitivas (por decadentes que algunas de
ellas estén en las naciones decaídas) y aun las de las tribus de los hombres
primitivos, muestran como capital característica la existencia de superhombres
que auxiliaban a las infantiles gentes entre las que moraban.
La enumeración de estos superhombres, por interesante que fuese,
nos desviaría de nuestro presente propósito, por lo que para ello remitimos al
lector a la excelente obra de Williamson
titulada La Magna Ley.
Hay muchas y recientes pruebas de la existencia de estos superiores
Seres. En mi juventud nunca necesité prueba alguna, porque como resultado de
mis estudios, estaba plenamente convencido de que debían existir tales hombres,
pues me parecía su existencia
perfectamente natural y mi único deseo era verlos cara a cara.
Sin embargo, entre los miembros más modernos de la Sociedad hay
muchos que con suficiente razón necesitan conocer dichas pruebas.
Hay numerosos testimonios personales. La señora Blavatsky y el
coronel Olcott, cofundadores de la Sociedad Teosófica, la doctora Annie Besant,
nuestra actual presidente y yo mismo hemos visto a algunos de estos Seres
superiores, y muchos otros miembros de la Sociedad han tenido también el
beneficio de ver a uno o dos de Ellos, por lo que todo cuanto estas personas
han escrito sirve de amplio testimonio.
Se ha objetado a veces diciendo que quienes vieron o les pareció
ver a estos superhombres podían estar soñando o presa de alucinación. Creo que
el único fundamento de semejante duda es
que muy raras veces hemos visto a los Adeptos mientras ellos y nosotros
actuábamos en cuerpo físico.
En los primeros días de la Sociedad, cuando únicamente la señora
Blavatsky había educido las facultades superiores, los Maestros solían
materializarse de modo que se les pudiera ver, y así se mostraron físicamente
en varias ocasiones, según relata la primitiva historia de nuestra Sociedad,
aunque conviene advertir que no se manifestaron en cuerpo físico, sino en
materializada forma.
Algunos de nosotros los vemos habitual y constantemente durante el
sueño, cuando actuamos en el cuerpo astral o en el mental, según el grado de
nuestro adelanto, y los visitamos y vemos en cuerpo físico; pero entonces no
estamos nosotros en cuerpo de carne y huesos, y este es el motivo de
escepticismo de las gentes del plano físico acerca de tales experiencias.
Dicen los escépticos: «Pero como quien vio a esos Seres estaba
fuera de su cuerpo físico, y los que se le aparecieron se presentaron
fenoménicamente y luego desaparecieron
¿cómo se sabe que en efecto eran quienes decís?»
Hay algunos, aunque pocos casos, en que el Maestro y quien lo vio
estaban ambos en cuerpo físico, como le sucedió a la señora Blavatsky, a quien
oí decir que había residido algún tiempo en un monasterio del Nepal en donde
constantemente vio a tres Maestros en cuerpo físico. Algunos de Ellos han
descendido más de una vez en cuerpo físico, de su montañero retiro de la India.
El coronel Olcott atestigua que vio a dos Maestros en aquellas
ocasiones. Encontró a los maestros Moría
y Kuthumi.
Damodar K. Mavalankar, a quien conocí en 1884, había visto al
maestro Kuthumi en cuerpo físico. Otro caso es el de un caballero llamado S.
Ramaswamier, a quien conocí por entonces, que había encontrado físicamente al
maestro Moría según se lee en el capítulo titulado: De cómo un discípulo
encontró a su Maestro, de la obra: Cinco años de Teosofía. Otro caso es el de
W. T. Brown, de la Logia de Londres, quien también tuvo el beneficio de ver a
un Maestro en análogas condiciones.
También hay en la India gran número de testimonios no recopilados
porque quienes veían a los Maestros estaban tan seguros de la posibilidad de
verlos que no consideraban necesario registrar ningún caso individual.
Por mi parte puedo asegurar que en dos ocasiones he visto a un
Maestro, estando ambos en cuerpo físico. Uno de ellos es el llamado Júpiter en Las Vidas de Alcione, y auxilió a la señora Blavatsky en la redacción de varios
pasajes de la famosa obra Isis sin velo cuando la escribía en Filadelfia y
Nueva York.
Mientras residía yo en Adyar, el maestro Júpiter fue tan amable que
le dijo a mi reverenciado instructor Swami T. Subba Rao, que me llevase a
visitarlo. Obedientes a esta invitación
fuimos a su casa, donde nos recibió muy afablemente, y tras larga e
interesantísima conversación, tuvimos el honor de comer con él, aunque era
brahmán, y bajo su techo nos cobijamos aquella noche y buena parte del día
siguiente. No cabe admitir en este caso ni la más leve ilusión.
El otro Adepto a quien tuve el placer de encontrar físicamente fue
el conde de San Germán, llamado a veces el príncipe Rakoczi. Le vi en muy
ordinarias circunstancias, sin previa invitación, como si hubiese sido casual
el encuentro, en el Corso de Roma, por donde se paseaba como cualquier
caballero italiano. Se me llevó al parque Pinciano y allí estuvimos sentados
más de una hora, hablando de la Sociedad Teosófica y su obra, o mejor diré que
El hablaba y yo escuchaba, aunque respondía a Sus preguntas.
En diferentes circunstancias he visto a otros miembros de la
Fraternidad. Mi primer encuentro con uno de ellos ocurrió en un hotel de El
Cairo. Me encaminaba yo a la India con la señora Blavatsky y otras personas, y
nos detuvimos algunos días en dicha población. Acostumbrábamos reunimos en la
habitación de la señora Blavatsky para trabajar, yo estaba sentado en el suelo,
recortando y ordenando para ella unos cuantos artículos periodísticos que
necesitaba. Se hallaba la señora Blavatsky sentada junto a una mesa tan cercana
que con mi brazo le rozaba las faldas. La puerta del aposento estaba ante
nuestra vista, y sin que nadie la abriera, apareció de repente un hombre que se
interpuso entre ambos. El sobresalto me hizo dar un brinco y me quedé confuso;
pero la señora Blavatsky exclamó jocosamente:
—Si no sabe usted lo bastante para no sobresaltarse de nimiedades
como ésta, no adelantará usted mucho en la labor oculta.
Me presentó la señora Blavatsky al recién venido, que a la sazón no
era todavía adepto sino arhate, el grado inferior inmediato, pero que hoy es el
maestro Djwal Kul.
Algunos meses después de este incidente se nos presentó el maestro
Moría lo mismo que si tuviese cuerpo físico. Se paseó por la habitación, donde
yo esperaba a la señora Blavatsky que se hallaba en el contiguo dormitorio.
Aquella fue la primera vez que le vi clara y distintamente, pues aun no había
yo educido mis latentes sentidos lo bastante para recordar lo que veía en
cuerpo sutil. En parecidas condiciones vi al maestro Kuthumi en la azotea de la
Residencia central de Adyar. Se apoyaba en la balaustrada como si acabara de
materializarse en el aire del lado opuesto. También vi varias veces del mismo
modo y en la misma azotea al maestro Djwal Kul.
Supongo que no se dará tanto valor a estas pruebas, porque los
Maestros se presentaban como apariciones; pero como desde entonces aprendí a
usar libremente mis vehículos superiores y a visitar de este modo a los
excelsos Seres, puedo atestiguar que Aquellos que en los primeros años de la
Sociedad Teosófica se materializaban ante nosotros son los mismos Adeptos a quienes desde entonces
he visto en sus propias casas.
Las gentes han insinuado que acaso soñáramos yo y cuantos han
tenido las mismas experiencias, pues las visitas se efectúan durante el sueño
del cuerpo; pero yo replico a esto diciendo que habría de ser un muy
persistente sueño, por cuanto lo tengo desde hace cuarenta años y
simultáneamente lo han tenido gran número de gentes.
Quienes deseen reunir pruebas acerca de estas materias, y es un
deseo muy razonable, deben consultar la primitiva bibliografía de la Sociedad
Teosófica. Si hablan con nuestra Presidente, escucharán de sus labios que ha
visto en diversas ocasiones a algunos de estos insignes Seres, y muchos de
nuestros miembros darán sin vacilar pleno testimonio de que han visto a un
Maestro. Puede ser que durante la meditación vieran Su rostro y más tarde
tuviesen prueba concreta de la realidad de Su ser.
Muchas pruebas da el coronel Olcott en su libro: Hojas de un viejo Diario, y hay un
interesante tratado con el título ¿Existen
los hermanos? escrito por A. O. Hume, quien ejerció altos cargos en la
administración civil de la India y colaboró asiduamente con nuestro difunto
vicepresidente A. P. Sinnett. Dicho tratado se publicó en la obra titulada: Insinuaciones sobre Teosofía Esotérica.
El señor Hume era un escéptico angloindo, de mente legalista;
intervino en la cuestión relativa a la existencia de los Hermanos y aun en
aquella temprana fecha reconoció que había abrumadores testimonios de que
existían. Desde la publicación de aquél ha aumentado el número de testimonios.
La amplitud e intensidad de la visión y demás facultades
resultantes del desenvolvimiento de nuestras potencias latentes, nos ha
enseñado por constante experiencia que además de los humanos hay otros órdenes
de seres, algunos de los cuales son superiores a nosotros y están en un nivel
análogo al de los Adeptos. Entre ellos encontramos los devas o ángeles y otros
que se hallan mucho más adelantados que nosotros en todos los aspectos.
Puesto que en el transcurso de nuestro desenvolvimiento hemos
llegado a comunicarnos con los adeptos, les hemos preguntado reverentemente que
cómo alcanzaron tan superior nivel. Unánimemente responden todos que no ha
mucho tiempo estaban en donde ahora estamos nosotros. Se elevaron sobre las
filas de la ordinaria humanidad, y nos dicen que con el tiempo seremos lo que
Ellos son y que la Vida evoluciona gradualmente en progresión ascendente, mucho
más allá de cuanto podemos concebir, hasta identificarse con la Divinidad.
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Autor: C. W.
Leadbeater, de su obra Los Maestros y el Sendero
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Las Enseñanzas
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19 de
febrero de 2017
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