Se transcribe bajo estas líneas el artículo
titulado Mente Consciente: Conócete a ti mismo del que es autor Emilio
Carrillo y que ha sido publicado en la revista digital Mente
Consciente:
Los contenidos del artículo se desarrollan en el libro del
mismo autor titulado Sin mente, sin lenguaje, sin tiempo. Se puede acceder a él
a través de este enlace:
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MENTE CONSCIENTE: CONÓCETE A TI MISMO
Conócete a ti mismo, a ti misma
¿Qué
es una mente consciente? Aquella que está a nuestro servicio.
¿Qué
es lo que le pasa a muchísima gente? Que se han invertido las tornas y, en
lugar de estar la mente a su servicio, son ellos los que están a merced de la
mente, como si la mente los hubiera abducido, esa voz dentro de la cabeza que habla
sin parar: por el día, a través de los pensamientos; por la noche, mediante los
sueños.
¿Qué
consecuencia tiene tal “abducción”? Impide ver lo Real -se piensa “acerca de”
la realidad, pero esta no se percibe ni se experimenta- e introduce la vida,
también la espiritualidad y el teórico “despertar” consciencial del que tanto
se habla, en un mundo de ficciones, enredos e ilusiones.
La mente, ciertamente, es potentísima y
ofrece un extenso y variado menú de prestaciones relacionadas con la
comunicación (hablar, escribir, interactuar con los demás), la programación
(hacer la agenda, planificar actuaciones…), la puesta en práctica de las
capacidades, dones y talentos de cada cual, la creación intelectual y un amplio
etcétera. Pero sirve para lo que sirve y fuera de su campo de acción carece de
utilidad. No se le pueden pedir peras al olmo. Muy especialmente, la mente no
vale para captar y ver la vida, ni para entenderla ni vivirla, ni para tomar
consciencia de la realidad, de lo que es. Sin embargo, las personas se han
habituado a delegar en la mente estos cometidos. A partir de lo cual acontece
lo inevitable: por un lado, ven la vida torcida y en todo un conflicto; y, por
otro, al operar la mente con los opuestos y los contrastes, están abocadas a
tomar consciencia e impulsar su dinámica y proceso consciencial no desde la
vivencia de experiencias de gozo y armonía, sino desde el sufrimiento, desde
las “noches oscuras” cuyo papel describió inefablemente San Juan de la Cruz en
su poema del mismo nombre.
¿Cómo
recuperar el orden natural de las cosas y colocar a la mente en el sitio que le
corresponde y a nuestro servicio? Es sencillo… No hay que hacer nada, no se
requiere ningún esfuerzo (los esfuerzos pertenecen al mundo inventado por la
mente)… Simplemente, ¡conócete a ti mismo, a ti misma!
El
aforismo “Conócete a ti mismo” fue colocado por los sabios griegos en el
pronaos del Templo de Apolo en Delfos, donde se encontraba el oráculo que
permitía consultar con los dioses. ¿Qué significa? Tomar consciencia tanto del
conductor que eres fuera del tiempo y el espacio como del coche que utilizas
para experienciar en este plano marcado por el tiempo y el espacio.
Conductor y coche
Un
hábito instalado en la vida de numerosas personas es el de identificarse con el
“yo” físico, mental y emocional en el que se han encarnado para vivenciar la
experiencia humana. Pero lo cierto es que ese “yo” es solo el “coche” que se
utiliza para que esa vivencia sea posible: tú, realmente, eres el “conductor”.
¿Comprendes el símil?
Ciertamente,
mientras estás encarnado en el plano humano, ese “yo” (el cuerpo físico, los
sentidos corpóreo-mentales, los pensamientos, los sentimientos, las emociones,
la personalidad…) es uno contigo –no hay esquizofrenia alguna- y se encuentra
enteramente a tu servicio –cosa distinta es que tú lo olvides-. Es como cuando
te sientas al volante del vehículo que usas en tu vida diaria, que se
transforma en una extensión de ti mismo y está a tus órdenes.
Además,
ese “yo” es una maquinaria perfecta, siendo tan divino como todo lo es, sin
excepciones, en la
Creación. Sin embargo, tiene “fecha de caducidad”, no es
eterno como tú; y llegado un momento concreto de tu experiencia humana, lo
abandonarás. Y ya fuera de él, harás el tránsito –lo que la Humanidad llama todavía muerte-
que te llevará, si deseas continuar ampliando la experiencia en este plano, a
encarnar en un nuevo coche ajustado en su “marca” y “modelo” a las experiencias
que pretendas vivenciar en una nueva vida física.
Siendo
así de sencillo, ¿por qué tanta gente sigue identificándose con el coche, sin
percibir que es el conductor? No hay que extrañarse: todo tiene su porqué y
para qué y esa amnesia de lo que eres es una fase del proceso consciencial y
evolutivo de los seres humanos. Sin embargo, aquí y ahora, tú puedes “recordar”
lo que en realidad eres y poner el “yo” físico, mental y emocional –el coche- a
tu servicio. La identificación con el coche no es irreversible. Es solo un
hábito. Desde la consciencia sobre tu auténtico ser, sustitúyelo por un nuevo hábito:
la identificación con lo que en verdad eres, con el conductor. Y esto requiere
una práctica en la que ahondo en el libro Sin
mente, sin lenguaje, sin tiempo: la práctica cotidiana de tu divinidad
(Editorial Ende; 2015) (http://www.sinmente.com/).
Podrás
observar entonces como tantas personas a tu alrededor se aferran al coche y, en
particular, a la mente, que es su sistema operativo, empeñándose en mirar,
entender y vivir la vida a través de ella y no por medio de los ojos del
conductor, que no están en el cerebro de la cabeza, sino en el Corazón. Y al
aferrarse al coche, el conductor permanece aletargado, olvidado, dormido…
Entonces la mente, ante la ausencia de un mando consciente, activa una especie
de piloto automático que suple la carencia de tal mando. Ese piloto automático
es el ego. Por tanto, la mente es el sistema operativo del coche; y el ego, una
creación suya. Y la mente y el ego toman el mando de tu vida cuando olvidas lo
que realmente eres, cuando no te conoces a ti mismo, cuando no hay un mando
consciente.
Tú eres lo único que está inquieto
Y
la mente y el ego viven en constante oposición
al aquí y ahora o, simplemente, lo niegan, se resisten a percibirlo como tal.
Este instante y cada instante, este preciso momento y cada momento concreto, lo
han convertido en su enemigo. Rara vez hay un momento a gusto de la mente. Y
cuando esto ocurre, el momento pasa rápidamente y se queda en el mismo estado
que antes. Las quejas mentales son una manifestación de esta confrontación con
el aquí y ahora. El ego está instalado en un estado permanente de queja mental.
Nada le parece bastante. Halla defectos y motivos de protesta hasta en lo más
placentero o deseado: llegaron, por ejemplo, tus ansiadas vacaciones y el viaje
tan querido, pero tu mente siempre hallará algo que vaya mal, que no le guste;
además, te pasarás las vacaciones pensando en cosas que dejaste al iniciarlas,
o en lo que debes hacer a la vuelta, o en el siguiente viaje que te apetecería
hacer… ¡Cualquier cosa menos vivir en el aquí y ahora, centrado en el momento
que estás viviendo y gozándolo con plenitud!
Es así
como se alimenta tu falso yo: posicionándose y reafirmándose contra lo que es,
contra la vida. Impones juicios, criterios y opiniones que, curiosamente, no
son tuyos –te darías perfecta cuenta si no estuvieras dormido, si fueras
consciente–, sino que emanan del funcionamiento autónomo de la mente, de sus
pensamientos-pestañeo; y, del mismo modo, reduces a las personas y cosas a un
puñado de etiquetas y conceptos mentales, encarcelándote a ti mismo y a cuanto
te rodea en una escabrosa y enmarañada red de pensamientos, en una prisión
mental.
Es crucial que interiorices lo siguiente: para
la mente –la tuya, la de cualquiera– siempre hay algo que va mal. No puede
evitarlo: para ella todo está torcido. Y no porque realmente lo esté, sino
porque es la manera de proceder y procesar de la mente cuando se le usa para
vivir, ver y entender la vida. Igual que cuando introduces algo recto en un
vaso de cristal con agua clara, como una paja de las que se usan para tomar
zumos y refrescos: ¿cómo la verás una vez dentro del agua? Inevitablemente,
torcida. Por supuesto que la paja no se ha doblado, se mantiene recta. Sin
embargo, el efecto óptico hará que tus ojos la vean torcida. Si sacas la paja
del vaso de agua, podrás comprobarlo. Pero en cuanto vuelvas a introducirla en
él, de nuevo se producirá la ilusión óptica, la distorsión de la realidad, y la
percibirás torcida. Pues bien, exactamente así funciona la mente cuando
contempla la vida y su devenir, cuando las usas para vivir, ver y entender la
vida: para la mente siempre hay algo que va mal, para ella todo está torcido.
Y en directa relación con lo anterior, la
mente computa y valora todo como pugna de opuestos, jamás en clave de unidad.
Todo lo percibe como un conflicto y permanece continuamente dividida, en la
dualidad y la confrontación entre extremos. La propia naturaleza de la mente es
así: solo es capaz de ver a través del choque entre opuestos y el contraste.
Por ejemplo, la mente solo se percata de la salud a través de la enfermedad.
Puede que estés sano, pero si utilizas la mente para ver y entender la vida, no
te darás cuenta: no lo vivenciarás, no lo insertarás en tu cotidianeidad desde
el gozo por esa salud y el disfrute de estar sano. Tu mente no computa la
salud, no la valora… ¡salvo cuando caes enfermo! Entonces sí, en cuanto sufras
una enfermedad, por leve que sea, la mente se acordará de la salud y desearás
tenerla; hasta rezarás por ella a un dios exterior inventado por esa misma
mente. Pero nada, en cuanto vuelvas a sanar, olvidarás lo importante que es la
salud y dejarás de valorarla en tu día a día.
Es por esto que la mente no “saca jugo”
para tu evolución consciencial de las experiencias amorosas y armoniosas,
porque no las computa. Tiene que aparecer la enfermedad, la desarmonía o el
desamor para que sientas y percibas mentalmente la experiencia y, a partir de
ahí, incida en tu proceso consciencial y valores la salud, la armonía, el amor…
La canción El Elegido, del cantautor
cubano Silvio Rodríguez, lo plasma muy certeramente cuando habla de un ser de
otro mundo, que iba de planeta en planeta, y al bajar a la Tierra se percata
inmediatamente de que aquí “lo terrible se aprende enseguida y lo hermoso
cuesta la vida”... Como se señaló al comienzo de estas líneas, las prestaciones
de la mente son numerosas y muy potentes, pero no sirve para ver la vida, ni
para entenderla, ni para tomar consciencia de la realidad. Y cuando esto se
olvida y se pretende vivir la vida y comprenderla desde la mente, la vida se ve
torcida y en todo un conflicto, a la par que el proceso consciencial y
evolutivo no se impulsa desde las experiencias de gozo y armonía, sino desde lo
terrible, desde el sufrimiento, desde las “noches oscuras” sobre las que, como
ya se recordó, escribió San Juan de la Cruz.
Pero la vida no está torcida. Es mentira que
en la vida algo vaya mal. En ella todo es exactamente como tiene que ser: todo
encaja, todo tiene su porqué y para qué, nada sobra ni falta. ¡El problema no
es la vida, sino tú! Y lo eres por haberte identificado, en tu proceso
consciencial, con el coche –con la mente, con el ego…–. En el instante en que
salgas de esa amnesia y tu estado de consciencia evolucione, te percatarás con
claridad de que todo es paz, que nada puede ser mejor de como ya es y que tú
eres lo único que estaba inquieto, separado por la mente de
la realidad, a disgusto con ella y en lucha contra ella.
Conócete
a ti mismo, a ti misma… Recuerda el conductor que eres y siempre serás y, desde
ahí, toma el mando de tu vida y vívela, de instante en instante, desde una
mente consciente plenamente a tu servicio y libre de toda abducción, de toda
ficción, de todo sueño.
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