Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2023-2024

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11/10/21

De la vida interior (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 41)


 Para la Filosofía perenne, la vida de fe comunitaria no es posible sin una intensa Vida Interior, esa que fluye y da vida a nuestro ser desde lo más profundo de nosotros mismos; es la raíz que alimenta al árbol que vemos y ven los demás de nosotros. Esa raíz está tan oculta que, ni siquiera el árbol se da cuenta que depende su vida exterior y sus frutos de ella. La Vida Interior no es ni siquiera nuestra intimidad o privacidad, ni nuestros largos diálogos con nuestra almohada. La Vida Interior es donde se desarrolla, en cada uno de nosotros, la aventura de Marta y María, donde transcurre el Camino de Santiago y la oceánica navegación. Es en suma el principio y el fin de nuestra existencia. Es la Séptima morada del alma, donde Dios habita, donde su Majestad reina y nos da vida.

La idea central que demuestra la importancia de la Vida Interior se centra en esta frase:

Si tienes a Dios en tu vida, lo demás carece de importancia.
Si no tienes a Dios en tu vida, lo demás carece de importancia.

La vida a la que refiero la frase, que es el leitmotiv de mi libro recientemente publicado “Sendas de Vida Interior”, frase incomprensible para aquellos que desconocen que “eso”, la Vida Interior pueda existir, más allá de la intimidad o privacidad protegida por la Ley de Protección de Datos.

La Vida Interior es una constante en todas las religiones y sistemas de pensamiento que convergen en la Filosofía perenne y se basa en cuatro pilares, el silencio, la oración, el sufrimiento y la fe.

El silencio

Es ruido todo aquellos que destruye el silencio, y los humanos tenemos una irredenta manía de generar ruido constantemente.

Hablar sin discernimiento es moralmente malo y espiritualmente peligroso. Caer en la maledicencia es sumamente fácil. Como predican los toltecas, ser “impecables en el hablar” es uno de los cuatro acuerdos que una persona se debería proponer en su vida. Cada palabra ociosa tiene consecuencias. A lo largo del día, un número nada despreciable de palabras y expresiones que pronunciamos pueden caer en una de estas tres categorías: 1. palabras inspiradas por la malicia y falta de caridad, 2.- Palabras inspiradas en la codicia, sensualidad y amor propio, y 3.- palabras puramente estúpidas e inanes, que sólo meten ruido y no aportan nada, salvo confusión y distracción. Esto respecto de las que pronunciamos y transmitimos en nuestras conversaciones.

Pero por otra parte están las del absurdo monólogo que mantenemos con nosotros mismos donde, por el hecho de que la imaginación no nos da tregua, nos pasamos el día charloteando sobre absolutamente nada. El pensamiento tiene la puñetera manía de no darnos tregua, no nos permite descansar de nosotros mismos, es obsesivamente lenguaraz.

No nos damos cuenta realmente, hasta qué punto el constante “run-run” del pensamiento, elaborando a granel frases sin venir a cuento, constituye una de las más descomunales barreras para el crecimiento personal y el conocimiento unitivo de la Divina base. Es como una danza de polvo y moscas que nubla nuestra capacidad de ver nítidamente la Luz interior.

La guarda de la lengua y de la mente es una de las más costosas y, además, más fructíferas mortificaciones. Por no decir, es la mortificación por antonomasia. El Ancren Riwle o antigua regla de monjas eremitas en Inglaterra, refiere que, al echar el huevo, la gallina cacarea, y al hacerlo, viene la chova (ave parecida al cuervo), es decir, el diablo.

Fenelón y Law abundan en esto diciendo que el principal ayuno no es el de la comida, sino el de la mente. Porque ¿qué necesidad hay de tanta noticia, cuando todo lo importante sucede en nuestro interior? Si un perro no es bien considerado porque ladra mucho, por qué a un hombre se le considera porque habla mucho, se pregunta Chuang Tse. El hablar distrae, el callar y obrar da fuerza al espíritu, en palabras de San Juan de la Cruz.

Hay tres grados de silencio, el de la boca, el de la mente y el de la voluntad, según Miguel de Molinos, el místico español del Siglo XVII, creador del quietismo, abstenerse de hablar ociosamente es difícil; acallar el farfullar de la memoria e imaginación, mucho más difícil; lo más difícil de todo es aquietar las voces de la codicia y aversión dentro de la voluntad.

En 1945, Aldous Huxley ya consideraba que el Siglo XX se estaba caracterizando por una descomunal eclosión del ruido, transportado frenéticamente por las ondas de radio. Luego vino la televisión para llegar al paroxismo de una comunicación del inimaginable ruido de los “mass media” “urbi et orbe”, que se adueña de nuestra mente y nos mantiene constantes imágenes subliminales que nos inducen a obrar de una determinada manera, a codiciar bienes que no nos hacen falta y a su vez a comentarlos con otros, de modo que el ruido mental y físico crece de manera exponencial en las comunidades humanas. Todo ello ha hecho del silencio una extraña cualidad extraordinariamente difícil de conseguir. Y Huxley no llegó a conocer Internet…

La principal actitud ascética es el silencio exterior e interior.

 Oíd y entended. No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre”. Mt 15, 7-11

La oración

Hay cuatro estilos de oración, la petición, la intercesión, la adoración y la contemplación. Petición es pedir algo para uno, intercesión, para otros, adoración es la alabanza y la contemplación es la quietud, la pasividad atenta.

La petición es la que refleja una actitud más egoísta. No requiere del amor a Dios, ni lo expresa. Requiere un fuerte sentimiento de centrado en el “yo” y en los propios deseos, seguros de que ahí fuera alguien escucha y obedece a nuestras peticiones. Es el “hágase mi voluntad”. Y como proclama Rhonda Byrne en su libro “el secreto”, basado en la ley de la atracción, si uno se propone un objetivo con suficiente deseo y voluntad, es muy probable que al final lo consiga. Obtener lo que se desea por medio de la petición egoísta es una forma de hubris (arrogancia), que invita a su apropiada némesis, el castigo que restituye el orden interno. Así, el folklore del indio norteamericano está lleno de historias acerca de gente que ayuna y ora egoístamente, para obtener más de lo que un hombre razonable debería tener, y que, al recibir lo que pidió, ocasiona con ello su propia caída.

Los tres deseos de los cuentos de hadas suelen siempre terminar en un desastre.

La única serie de peticiones lícitas son las que se proclaman en las diferentes cláusulas del Padrenuestro, en concreto “hágase tu voluntad” y “danos hoy nuestro pan de cada día”. La primera engloba y da sentido a la Oración, la aspiración sincera de que en todo momento se cumpla la voluntad divina, y la segunda, es el abandono a la providencia que sabe muy bien, qué necesitamos materialmente cada día.

La intercesión demuestra tu preocupación por el otro, tu amor al punto que te eriges como su abogado. Es el medio, ante Dios de amar al prójimo y su expresión.

La adoración es la vía del conocimiento unitivo de la Divinidad y la expresión del amor a Dios. Y la contemplación o quieta mirada es junto con la adoración, las formas superiores de oración. De hecho, las dos anteriores, petición e intercesión son lo que habitualmente se denomina “rezar”.

Sólo en los puros de corazón y pobres de espíritu, la realidad no está deformada por la separación de la Unidad que oscurece, y no queda interpuesta por ninguna placa de creencias.

San Anselmo hace una bella comparación. Dios es el Sol que ilumina todas las cosas (es la Luz del día “diei”), por el puedes ver, pero a Él, como al Sol, no le puedes mirar de frente, porque quedarías ciego.

El que desee trato con Dios, es decir el que desee orar, debe ante todo ser humilde, tener pleno sentimiento y convencimiento de sus propias miserias, y de la vanidad del mundo –dice Law-. Un mundano engreído, podrá rezar sin parar, recitar letanías, pero será incapaz de orar. La devoción es la aplicación de un corazón humilde a Dios como única felicidad.

La oración comienza siendo una actividad, una práctica religiosa, similar a los ritos y liturgias. Pero esa actividad, en realidad, aunque se califique de oración es tan sólo una primera aproximación, que se conoce como “rezar”. Pasar de rezar a orar es pasar de hacer un conjunto de prácticas religiosas a un status vital.

Cada místico tiene su propio camino de oración, su propio sendero de vida interior. Agustine Baker, Eckhart, San Ignacio, Santa Teresa, San Juan de la Cruz, William Law, en general todos coinciden, sin embargo en que el recorrido va desde las oraciones verbales y mentales, pasando por la representación de imágenes y escenas, y la meditación de textos bíblicos. Pero esta es la primera parte del camino, donde el alma necesita de apoyos físicos, sensoriales para “imaginarse” un diálogo con Dios. En este recorrido, el alma tiene que tratar permanecer un tiempo centrada en la imagen, en la frase, en la idea “en torno a” la divinidad. Pero con ello merodea el objetivo, pero no lo ataca directamente. La vía directa empieza con la adoración para desembocar en la contemplación, que es la máxima expresión de vida de oración. El tiempo que el alma emplea en orar, se va prolongando poco a poco, de modo que aunque dedique un cierto tiempo diariamente al recogimiento interior y exterior, este estado, desborda los límites estrechos de ese tiempo, para anegar poco a poco el resto de la vida. Es como un río que se desborda e inunda los márgenes y riberas a su paso, hasta derramarse por todo el campo. Y así, el alma termina viviendo en oración permanente, incluso entre los pucheros de las tareas diarias, incluso en sueños. Es el estado contemplativo de Presencia y quietud.

El proceso contemplativo es el auténtico proceso de mortificación, de renuncia al yo. Esto lo describe San Juan de la Cruz como las noches oscuras. La primera noche es la del sentido, donde se anulan las potencias de la mente. La segunda y mucho más dolorosa, es la noche oscura del espíritu, donde se anulan las potencias del alma, donde el yo, o lo que quedara de él, se extingue completamente. Es como si en vida murieras, como si a un globo le pincharas el látex, y explotara, fundiéndose el aire de dentro con el que le rodea. Pero para eso, el continente del globo ha de extinguirse. Y ahí radica el dolor, el de la pérdida de la “aparente identidad”, la que creemos que tenemos, para recuperar nuestro verdadero “yo”, el que quedó perdido en el Edén.

Este proceso conlleva una considerable carga de sufrimiento.

El sufrimiento

Sufrir viene del latín “suffere”, soportar, cargar. Es sinónimo de padecer “patere: estar acostado”, paciente, pasión.

Sufrir supone soportar una carga, una cruz, un estado indeseable, alejado de lo deseable, de lo ideal, de lo que debería ser. Donde hay perfección y unidad no puede haber sufrimiento.  Para el individuo que logra la unidad dentro de sí y con la divina Base, termina el sufrimiento.

La meta de la Creación es el retorno a la Unión. La unión genera paz y felicidad; la separación sufrimiento. La verdad une, la mentira separa. El egoísmo tiende a establecer una barrera entre cada cual y el resto, “el muro”, barrera levantada para “separar” lo mío de lo que no lo es. La barrera establece un diferencial existencial entre dentro y fuera. Esa barrera abre puertas de comunicación tan sólo para mantener o incrementar el desequilibrio con ayuda del demonio de Maxwell, porque de otra forma, si la puerta se abriera para equilibrar presiones, al final la barrera estaría de más. Pero el demonio, por eso es un demonio, mantiene la desigualdad a fuerza o a costa de un gran trabajo, un gran padecer, un peso cada vez mayor. La persona sufre, consciente e inconscientemente.

El instinto de separación es escalable. Es decir, puede sentirlo y desearlo un individuo respecto de su entorno, o una parte del individuo respecto de él. El primer caso, la Filosofía perenne lo cataloga de impulso, pasión, pecado. En segundo caso es una enfermedad, un cáncer. En realidad, el fenómeno es similar y las consecuencias igualmente lesivas, es decir, al sufrimiento.

La Naturaleza mantiene un delicado estado estable entre la tendencia integradora de los diferentes sistemas y subsistemas, y la tendencia disgregadora que hacen que dichos sistemas adquieran verdadera entidad e identidad. En general, todas las culturas coinciden en este planteamiento. El budismo habla de la avidez como la causa del sufrimiento, y el desapego como su liberación, mediante el sendero de los ocho pasos.

Para mantenerse íntegros y diferenciados del entorno, cada individuo tiene que satisfacer un conjunto de necesidades básicas. La sensación de déficit se experimenta como dolor, como malestar, en suma, como sufrimiento. La satisfacción de estas necesidades se percibe como sensación de bienestar, tranquilidad. Así planteado, la finalidad de la vida natural es la de mantener las diferentes identidades biológicas en un estado estable de satisfacción de las necesidades básicas. El sufrimiento, es decir, el hambre, la sed, el frío, el calor, el dolor, la sensación de incomodidad, etc., son condiciones necesarias para satisfacer estas necesidades y así neutralizar el sufrimiento.

La Creación lleva consigo la Caída. Ambas son inherentes. Porque como quiera que para mantener la identidad y la integridad, hay que buscarse los medios para preservar el orden interno, esto obliga a buscar los recursos. Si estos fueran abundantes, no existiría el problema de la competencia. Pero al ser habitualmente escasos respecto de la demanda, obligan a crear economías, es decir, medios para una gestión racional de los recursos. Así que, por una parte, en épocas de superpoblación, la competencia por los recursos escasos va a generar lucha entre los miembros, quedando una proporción más o menos grande, derrotada, y sufriendo por ello.

Por otra parte, dónde están los límites a los recursos necesarios. Cuál es la percepción de lo necesario. Dónde empieza la ambición más allá de lo razonable. ¿Qué es lo razonable?

La consumación de la Caída ocurre cuando las criaturas procuran intensificar su separación más allá de los límites prescritos por la ley de su ser. 

En la Naturaleza, las especies han optado para satisfacer sus necesidades por renunciar a su totípotencialidad en aras de adaptarse a la especialización. Esto conlleva la cooperación entre órganos, individuos, grupos y organizaciones. Se establece una simbiosis. Pero esta simbiosis se rompe cuando alguna de las partes “rompe el pacto de cooperación” e intenta obtener más beneficios de los que le corresponden a costa de sustraer recursos que corresponden al resto de la comunidad.

Esta ruptura del pacto conduce a una intensificación de la identidad separada del resto. Este proceso hace daño al conjunto desde el primer momento, mientras que al individuo trasgresor, parece como si le fueran bien las cosas. El incremento de esta separación y de esta asimetría, poco a poco aumentará el daño global, hasta conducir inevitablemente a la muerte de todo el sistema. Es el ejemplo del cáncer en los seres vivos, que conduce a la muerte. En el plano sutil y psicológico, a esta situación irreversible de maldad, se la denomina infierno, y a la voluntad de separación se la denomina “demonio”, “diablo”. Los humanos somos capaces de ser diabólicos, lo que ningún animal puede imitar, pues no tiene la suficiente inteligencia como para apartarse de un comportamiento sistémico.

La capacidad para obrar el mal no es ilimitada, porque termina matando y destruyendo, pero la capacidad para hacer el bien sí es ilimitada.

La Fe

Fe es confianza en alguien. Fe es creer en proposiciones que no hemos podido verificar por nosotros mismos, como la existencia de lugares que no hemos visitado o teorías que ni comprendemos ni podemos comprobar, o asertos que nadie puede demostrar, como son los dogmas de las religiones. La fe es condición previa de todo conocimiento, de todo obrar y de todo vivir decentemente. La fe, como confianza, es condición indispensable para la normal convivencia entre seres humanos.

Las sociedades se mantienen, no principalmente por el miedo de los más al poder coactivo de los menos, sino por una difundida fe en la decencia de los demás. Tal fe tiende a crear su propio objeto, mientras que una difundida desconfianza mutua, debida, por ejemplo, a la guerra o a las disensiones domésticas, crea el objeto de la desconfianza.

En la esfera de lo social, la fe es necesaria para confiar en aquellos con autoridad moral reconocida para pronunciar afirmaciones que no se pueden comprobar. Y es necesaria para aceptar las propias hipótesis credenciales. Aunque en la vida social, nos acostumbramos a creer en la apariencia de verdad de las mentiras.

En la esfera de lo sutil, aplica lo que comúnmente se denomina “fe religiosa”. La fe religiosa es de una naturaleza tal que ningún ser humano puede razonarla ni demostrarla, ni en todo ni en parte. Es simplemente, y se acepta o no se acepta. Y no hay razones ni para aceptarla ni para rechazarla. Es algo que supera el entendimiento humano.

De esta forma, la fe sobre ideas no comprensibles puede desplegarse en un amplio espectro de actitudes, desde la mística más elevada hasta el fanatismo más ciego y, hasta la justificación del propio pecado gracias a la fe.

En Filosofía perenne, la fe que se supone salvadora puede ser una fe en proposiciones no meramente inverificables, sino que repugnen a la razón y al sentido moral y estén en completo desacuerdo con los resultados obtenidos por los que cumplieron las condiciones de penetración espiritual en la Naturaleza de las Cosas. Un Dios misericordioso que por otra parte va a salvar sólo a unos pocos de toda una Humanidad pecadora, que parece deleitarse en la tortura de los miserables. Esta es la apariencia de realidad del mundo, muy bien aprovechada por las autoridades religiosas.

La revelación no dice nada de todas estas doctrinas horribles, a las cuales la voluntad fuerza el intelecto, que siente por ello una renuencia harto natural y justa a dar asentimiento. Tales nociones no son producto de la penetración de los santos, sino de la atareada fantasía de juristas, que estaban tan lejos de haber trascendido el yo y los prejuicios de la educación, que tenían la loca presunción de interpretar el universo en términos de la ley judía y romana, con la que estaban familiarizados. "¡Ay de vosotros, los juristas!", dijo Cristo. La acusación era profética y válida para todos los tiempos.

Periódicamente en la Historia, se ha producido un balance entre la tendencia innata de los juristas y legisladores religiosos a interpretar la revelación y la fe de modo dogmático, lo que siempre ha llevado a una judicialización de la fe y de la vida religiosa, es decir la religión basada en dogmas y cánones legislativos de comportamiento con un severo código penal, tanto temporal (inquisición) como intemporal (penas de infierno y purgatorio), y movimientos reactivos contra esa opresión y dominio de las conciencias, liderados generalmente por místicos y personas que buscaban la “liberación” de las cadenas humanas para encontrar a Dios sin trabas, volviendo a los orígenes o renovando completamente el statu quo religioso del momento, por lo que siempre han sido perseguidos, encarcelados e incluso condenados a penas capitales. Siempre ha sido así y siempre será así. Volvemos al intento de dominio del gran colectivo, del pueblo por los más fuertes, por los somatotónicos.

La esencia de cualquier religión es la Filosofía perenne. Tiene que haber una fe, en el sentido de confianza, pues la confianza es el principio de la caridad para con los seres humanos. Y además la fe, en el sentido de confianza hacia Dios, porque también es el principio de la caridad suprema. Debe haber fe en la autoridad de los maestros, que conocen por experiencia (no por estudios solamente), la Divina Base de todo ser. Y finalmente fe en las proposiciones sobre la Realidad aportada por los filósofos a la luz de la iluminación, que el creyente sabe que puede experimentar si se pone a ello.

Con todo, Huxley recuerda que “una existencia que saca su objetividad de la actividad mental de los que creen intensamente en ella, no puede de ningún modo ser la Base espiritual del mundo y que una mente atareada en la actividad voluntaria e intelectual que es la "fe religiosa" no puede hallarse en el estado de abnegación y atenta pasividad que es la condición necesaria para el conocimiento unitivo de la Base. Por esto afirman los budistas que "la amorosa fe conduce al cielo; pero la obediencia a la Dharma conduce al Nirvana". La fe en la existencia y poder de cualquier entidad sobrenatural que sea menos que la Realidad espiritual última, y en cualquier forma de adoración que no alcance el anonadamiento de sí mismo, producirá sin duda, si el objeto de la fe es intrínsecamente bueno, un mejoramiento del carácter, y probablemente la supervivencia postuma de la mejorada personalidad en condiciones "celestiales". Pero esta supervivencia personal dentro de lo que es todavía el orden temporal no es la vida eterna de la unión atemporal con el Espíritu. Esta vida eterna "está en el conocimiento" de la Divinidad, no en la fe en algo que sea menos que la Divinidad”.

Como dice Santa Teresa, no es lo mismo estar que estar, pelar patatas que pelar patatas; no es lo mismo creer en Dios que creer en Dios. No es lo mismo imaginarse a Dios y relacionarse con Él a través de una serie de prácticas religiosas, que vivir a Dios. La práctica religiosa presenta muchísimos matices, muchísimas manifestaciones, desde las más sencillas hasta las más rebuscadas y barrocas; desde las más ritualistas y ceremoniosas hasta las más puras simples; desde las más enrevesadas hasta la quietud total. Y todo esto, dependiendo entre otras cosas en el tipo de fe que las personas tengan en Dios. La fe basada en un dios hecho a nuestra imagen y semejanza, que exige ser adorado a través de rituales, solemnidades y demás manifestaciones externas no tiene absolutamente nada que ver con la fe basada en la asunción de la Divina Realidad.

Esta es la clave de la fe, la basada en un dios imaginado por nosotros o en el Dios absoluto, al que sólo podemos experimentar por la vía mística.

Y todo esto sucede en el silencio de la Vida Interior.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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