Agenda completa de actividades presenciales y online de Emilio Carrillo para el Curso 2023-2024

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25/10/21

De la práctica religiosa (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 43)


 La Filosofía perenne entra en este capítulo, en una espinosa cuestión, dado que parece torpedear por debajo de la línea de flotación, lo que para la inmensa mayoría de la gente religiosa supone el fundamento de su Fe, la que le transmitieron sus padres y abuelos, la “práctica religiosa” o, como se suelen definir los católicos piadosos, como “católicos practicantes”, los que hacen práctica religiosa que, en general, no va habitualmente más allá de ir a misa los domingos. Lo mismo es aplicable en el resto de las religiones que basan su seguimiento en la realización de ritos, liturgias y solemnidades practicadas en los templos. Es por esto que soy consciente que las reflexiones a continuación pueden tener el demoledor efecto de un soplo sobre un castillo de naipes, si es este castillo el que sostiene y mantiene la Fe de las gentes, bien sean católicas, musulmanas o budistas.

Aunque ya lo dice San Pablo, más o menos en 1corintos 13: ya podría ir yo a misa todos los domingos y fiestas de guardar, rezar todos los días un rosario a la Virgen y echar veinte euros de limosna cada domingo, si no tengo amor, todo eso es chatarra inútil, ruidos estridentes y una gran mentira con apariencia de verdad.

Ritos, símbolos y sacramentos

La liturgia es valiosa en cuanto nos recuerda lo que debería ser nuestra relación con la Divina realidad. En principio cualquier rito o sacramento es igual de bueno y válido que cualquier otro, siempre que sean un símbolo de la Divinidad.

El apego a los ritos

Nuestra querencia con las liturgias de nuestra etnia se debe a qué están adaptada a nuestra mentalidad y cultura, nada más.

Si estamos acostumbrados a pensar en Dios mediante una serie de símbolos, nos cuesta mucho cambiar y pensar en Él por medios de símbolos ajenos a nosotros.

La palabra es el más preciado de nuestros símbolos. Las imágenes, las pinturas, los iconos (a pesar de que una imagen vale más que mil palabras) comunica la Verdad de una forma mucho más vaga.

Los claustros de las iglesias medievales eran el equivalente escultórico del catecismo, del Evangelio y la teología, entre otras cosas porque la población era en su mayoría analfabeta, y además las misas se decían en latín, algo incomprensible para la mentalidad actual, salvo por considerar que la liturgia era o debía ser sólo propiedad de entendidos, por lo que el acceso a la palabra era muy limitado. Dicen (acaso sea una leyenda urbana), que el rezo del rosario se popularizó entre las gentes durante la misa, para mantenerla entretenida mientras el cura decía cosas ininteligibles. Pero a través de las imágenes, pinturas y bajorrelieves las gentes adquirían ideas y sus creencias. Los indios católicos americanos han distorsionado su fe a propósito de mirar las pinturas que los conquistadores dejaban en las iglesias.

El abigarramiento artístico de las iglesias católicas, inducían, según San Bernardo (refiriéndose a Cluny), a la tentación de leer antes en los mármoles que en los libros. Por eso, la austeridad cisterciense va dirigida a la contemplación pura y el conocimiento unitivo de la Divina realidad.

Según el Bhagavad Gita, el culto exotérico (que ven los demás), encierra un oculto deseo de éxito mundano en quien lo practica (para ser visto y admirado por su piedad). Y mira que Jesús se desgañitó recomendando rezar en lo escondido en vez de en los primeros bancos de los templos.

Nadie ve al que ora en su estancia a solas (y no puede ser admirado), pero todo el mundo ve el que va al frente de las procesiones y participa en las solemnidades ocupando los primeros puestos (y puede serlo).

Sigue diciendo el Bhagavad Gita, que hay cuatro tipos de adoradores de Dios, el cansado del mundo, el que busca conocimiento, el que busca felicidad y el hombre que alcanza el discernimiento espiritual. Este último es el mejor, porque no está embotado por deseos mundanos (que los demás tienen).

La práctica constante de ritos sacramentales con fe y devoción producen en la persona efectos duraderos en algo que no es ni su mente ni su cerebro, como un vórtice que comunica con una realidad inmaterial “allá fuera” (o “allá dentro”), distinto de algo generado por la propia imaginación y por algo que responde a las plegarias. Se puede pensar en los devas, (santos y vírgenes de nuestra devoción y de nuestro pueblo), o dioses locales, que centran la fe de las gentes sencillas. Parece ser que la devoción a los santos y vírgenes del lugar se debió a la obligación de sustituir en las aldeas rurales a los lares y penates (diosecillos locales de los campesinos paganos) por su equivalente cristiano, ya que Jesucristo y la Santísima Trinidad, en los primeros siglos del cristianismo como religión del Imperio, era para ellos como Júpiter o Saturno, dioses del Olimpo, allá en Roma.

El sacrificio ritual se basa en la creencia de que los dioses se alimentan de ellos. Es una idea ciertamente primitiva y tosca, pero con visos de verdad, porque cuando los rituales se abandonan y las gentes dejan de creer en ese mecanismo de alimentación del dios, éste enferma de olvido y finalmente muere. Esto sucede con las devociones pasajeras a un santo o una virgen (un deva), que otrora atraía muchos peregrinos y ahora ya no. Ermitas y capillas, centros de peregrinación, que ahora son casi restos arqueológicos que acogen el espíritu muerto de un deva que en otro tiempo lo fue y ahora ya no. Esto parece ser que ocurrió en Inglaterra con Thomas Becket. La razón de esta muerte del deva no es la de su espíritu, sino la de los pensamientos y sentimientos de las gentes hacia esa particular y limitada forma de dios.

El celo del Templo consume

La presencia que las gentes experimentan de la divinidad en los edificios consagrados, en los centros de peregrinación, sostenida por el continuo ir y venir de gentes que centran su fe en ese lugar, expresada en un conjunto de ritos sacramentales, no es en sí la de Dios o el Avatar, sino de algo que “evoca” la Divina realidad, pero que es distinto de ella. Es un “algo” que atrae a la devoción y el recogimiento. Pero nadie puede afirmar que Dios está más en esos edificios que en cualquier otro lugar.

w, (phanos) es el verbo griego que significa “dar luz”, alumbrar, hacer brillar, mostrarse. Así i(Epifanía) es la “manifestación sobre” unas gentes. Este mismo término se emplea para denominar a lo que en latín es un templo, un lugar de “manifestación” de lo sagrado, heroico, un lugar de hsiHierofanía. hrowV “héroe”). De esta raíz, "profano" es lo que se hace y vive delante del templo sin entrar en él, pero “fanático” se refiere a alguien dedicado a las cosas del templo, el protector del templo, tradicionalmente, el sacerdote (por alusiones se ha extendido a protector de la religión, y ha degenerado en aquellos con pasión exacerbada e irracional hacia algo, sobre todo aplica a los temas religiosos, de donde viene la etimología. De las etimologías, podemos deducir que los templos son lugares “más sagrados” que el resto, porque en ellos, mediante los rituales “se manifiesta lo sagrado” de un modo más explícito que en el resto de los lugares. Pero entre lo que es una sana devoción y la expresión del exceso devocional rayando en el “fanatismo” (obsesión por las cosas del templo) hay una imperceptible línea de separación, tan imperceptible que se puede cruzar sin darse uno cuenta.

Resulta pues que lo sagrado de los templos no está en función tanto de una presencia real de Dios de un modo más intenso que en otras partes, sino que el imaginario popular atribuye a ese lugar esa propiedad, “real”, en tanto se mantenga esa fe en ese lugar. Es decir, no depende de Dios, sino de la fe de las gentes. Cuando un templo se consagra, y antes no había nada sagrado, a partir de la consagración “ya está allí lo sagrado” cuando ¿antes no estaba allí lo sagrado? Pero si por razones las que sean, ese templo tiene que desmontarse y deja de dar servicio, ¿deja de estar allí lo sagrado? Es todo cuestión de la fe de las gentes.

Por tanto, la fe intensa de muchas gentes, objetivada en la práctica ritual en determinados lugares hacen de estos lugares, lugares sagrados, numinosos.

Ritualismo vs espiritualidad

Hay dos grandes formas de vivir la religión, y no siempre van parejas; a veces desgraciadamente se contraponen. Es la ritualidad y la espiritualidad.

La ritualidad, el ritualismo religioso, supone una fe expresada en ritos visibles, externos, que hace sutil frontera con el ocultismo y la magia blanca (refinada y bienintencionada). Rito, etimológicamente procede del latín “ritus”, algo que tiene que realizarse según una secuencia preestablecida e inalterable de acciones.  Mientras se sea consciente de que esto es sólo un medio de expresión externa de la espiritualidad, es correcto, y tiene grandes beneficios como aglutinante comunitario de la fe común de las gentes. El problema es cuando se convierte en un fin en sí mismo, como si fuera la única forma válida de mostrar a la deidad la fe y la devoción. Entonces el ritualismo y todo lo que le rodea se convierte en auténtico fanatismo.

La espiritualidad en [sentido amplio], es una cualidad humana que permite o favorece el desarrollo de la dimensión trascendental del ser humano bien a través del conocimiento ya sea proveniente de alguna religión o filosofía, o bien a través de la experiencia empírica. La espiritualidad, en el extremo, puede prescindir de cualquier manifestación ritual, porque la relación entre el alma y la Divina realidad es directa, sin intermediarios, sin expresiones elaboradas. Sólo hay una expresión total que manifiesta clarísimamente la espiritualidad de una persona, el Amor que derrama en los demás. Así, el Amor se convierte en la expresión visible y evidente de la fe que lleva una persona dentro de sí, en su alma, en su cuerpo, que se ha convertido literalmente en Templo del Espíritu Santo.

Ambos, ritualidad y espiritualidad conviven y deben convivir, porque la primera es una ayuda para entrar en la segunda. Y así debe ser. El problema es el paroxismo expresivo de la primera, que anula todo lo demás devaluándolo en mera idolatría. Se cae en idolatría cuando se adora una imagen de Cristo o de la Virgen por sí misma. Se cae en idolatría cuando lo que se valora del rito es la “suavidad afectiva y sentimental”, el “emotivismo” que provoca su práctica, así como las facultades que supuestamente confiere.

Casi todos los profetas judíos se oponían al ritualismo: "Desgarrad vuestro corazón y no vuestras vestiduras." "Deseo misericordia y no sacrificio." "Detesto, desprecio vuestras fiestas; no hallo ningún placer en vuestras solemnes asambleas." Pero el Templo de Jerusalem ha sido a lo largo de la Historia el centro ritual de una religión esencialmente ritual (incluyendo el sacrificio de sangre del cordero).

El cristianismo, con la total oposición de Cristo, ha seguido los pasos de los judíos en este sentido. El Cristo del Evangelio es un predicador y un sanador de corazones destrozados, no un repartidor de sacramentos, ni ejecutor de ritos. Habla de las vanas repeticiones en Mateo 6, donde insiste en que la auténtica oración debe hacerse “allí, en lo escondido” (en el corazón del hombre) y no en los primeros puestos de los templos. No le interesa para nada los sacrificios, y menos los templos, transfiriendo su ubicación al cuerpo y corazón de cada persona. Pero como las religiones no las desarrollan sus fundadores, sino sus seguidores, estos, con la innata tendencia al ritualismo hace de una predicación pura, un elaborado código canónico y ritual, que obliga bajo pena, que en el caso de los católicos pueden ser de ¡penas infernales! No asistir a misa un domingo sin causa justificada era hasta hace nada (y no sé si seguirá), nada menos que pecado mortal, o sea, pena irremisible del infierno y, cuidado con verse uno desnudo ante el espejo demasiado tiempo…

Algo parecido ocurrió con el budismo. Para el Buda pali el rito es una atadura que retiene el alma y la mantiene apartada de la liberación. Sin embargo, el budismo actual es tan ritualista como el catolicismo, con sus ritos, ceremonias, vanas repeticiones y ritos sacramentales.

Razones antropológicas del ritualismo

Pero existen razones antropológicas para esta evolución. La primera, que el común de las gentes no desea realmente el camino de la espiritualidad, sino la práctica ritual que le procure satisfacciones emotivas, poder aplacar sus remordimientos de conciencia mediante ritos de perdón y penitencia, y practicar fórmulas de plegaria para conseguir sus fines particulares en este mundo; y finalmente una salvación apañada en alguna suerte de cielo póstumo. Para el movimiento Cursillos de Cristiandad la máxima es vivir una felicidad desbordante, estar “de colores”, en un clímax de frenesí espiritual, emotivismo extremo, cosa que entendida literalmente, es humanamente imposible y por ahí no van los tiros de la vida espiritual… “dulce pena y triste alegría”.

La segunda está en aquellos que deseando ciertamente la espiritualidad, tratan de conseguirla y canalizarla a través de ritos, ceremonias y mantras, pues en estas prácticas ellos reconocen la presencia del Eterno al que tratan de llegar por estos medios. En el fondo es una exaltación de sí mismos, y una forma de que la fuerza fluya del fascinador psíquico al universo de los yoes encarnados.

Papel del clero profesional

Además de lo explicado, las religiones excesivamente sacramentalizadas o ritualizadas, confieren un poder a la casta sacerdotal que tiende al abuso a través del dominio de las conciencias. Se ha enseñado a toda una sociedad que la salvación viene preferentemente a través de la administración de un conjunto de sacramentos y prácticas rituales, que no se pueden hacer sin la participación directa del clero profesional, los únicos que pueden administrarlos. Ser conscientes de ese gran poder es una permanente tentación a la satisfacción individual y al corporativismo.

A esta tentación sucumben prácticamente todos los seres humanos que no sean santos. Por eso Jesús recomendaba rogar a Dios para no caer en la tentación de la soberbia. Así que sólo reduciendo el número de ocasiones de tentación, siendo como somos los seres humanos, podemos tener ciertas garantías de habitabilidad.

La tentación a considerarse superiores al resto de los mortales, en una sociedad que acepta la administración sacramental como única vía de salvación, es tan descomunal que difícilmente un sacerdote puede escapar a ella, salvo que sea realmente un santo. En el extremo, que un hombre proclamado Papa, sepa que toda la iglesia católica le considera nada menos que el representante de Jesucristo en la Tierra… en fin; hay que estar en la séptima morada y haberse desvanecido el yo personal, para no caer en la tentación del poder total y absoluto.

Todos los maestros de la vida espiritual, desde los autores de los Upanishads a Sócrates, de Buda a San Bernardo, convienen en que sin conocimiento de sí mismo no puede haber adecuado conocimiento de Dios; en que sin constante recogimiento no puede haber liberación completa. El hombre que aprende a mirar las cosas como símbolos, las personas como templos del Espíritu Santo y los actos como sacramentos, es un hombre que aprende a recordarse constantemente quién es, dónde está en relación con el universo y su Base, cómo debería conducirse con sus semejantes y qué debe hacer para alcanzar su finalidad última.

Liberación de los sacramentos

Cuando el concepto sacramental consigue liberarse de su soporte ritual, es como si se produjera una total liberación del pensamiento simbólico, que es la base de la espiritualidad. Entonces, el alma descubre que cualquier cosa, cualquier ser vivo, cualquier acontecimiento de la vida puede ser y es una manifestación de lo sagrado, en sí mismo un sacramento. El rostro de un niño, de un enfermo, de un pecador, un amanecer, la noche oscura, la muerte de un ser querido. Todo, puede ser, si el alma vive la Divina realidad, un sacramento. Pero para la mayoría de los creyentes, los sacramentos son sólo los siete que define la doctrina católica, y que administra el clero profesional. No hay más manifestación oficial de lo sagrado, que sea cauce de salvación.

Que el Logos está en las cosas, vidas y mentes conscientes, y ellas en el Logos, fue enseñado mucho más enfática y explícitamente por los vedantistas que por el autor del cuarto Evangelio, afirma Huxley. A no ser que no se haya querido entender al evangelista, cosa bastante probable.

La historia de Europa durante la baja Edad Media y el Renacimiento es en gran parte una historia de confusiones sociales, que se presenta cuando gran número de los que hubieran debido ser videntes abandonan la autoridad espiritual por el dinero y el poder político. Y la historia contemporánea es la horrenda crónica de lo que ocurre cuando caudillos políticos, hombres de negocios o proletarios con intensa conciencia de clase asumen la función brahmánica de formular una filosofía de la vida, cuando los usureros conducen la política y discuten el problema de la guerra y la paz, y cuando el deber de la casta del guerrero es impuesto a todos, sin tener en cuenta la constitución psicofísica ni la vocación.

Todo lo que ves, soy Yo

El final del Camino que emprendieron Marta y María las llevó a su fusión con el Océano, a que la ola comprendiera que es el Mar. Cuando ello sucede, abres los ojos y todo lo que ves es Dios o, Dios está presente en todo lo que ves, así que todo lo que ves es un sacramento de Dios, con lo que tienes todo el camino libre para amar sin tasa ni límites.

Mientras el ritualismo de la práctica religiosa se ayude a avanzar en tu particular camino de perfección, bendita sea la práctica religiosa. Pero llega un momento en el que esa práctica, sin ser un estorbo, supone tan sólo un valor añadido y, por supuesto, un entrañable nexo de unión con tu comunidad, como “punto de encuentro” espiritual. Pero entonces eres consciente de que la práctica religiosa no es sino un importante valor añadido al hecho fundamental de que “sólo Dios basta”, de que lo tienes dentro de ti y guía tus pasos, e impide que caídas en la tentación y te aporta el pan de cada día (aunque pases necesidad económica) y, por supuesto, te libra de todo mal.

El signo más evidente de este proceso es cuando comienzas a sentir que te cuesta trabajo rezar (plegarias y oraciones verbales) y, que lo que deseas es simplemente contemplar en silencio, “cómo caen las hojas de los árboles”. En ese momento, querido amigo, querida amiga, has entrado en la auténtica vida de Oración contemplativa, donde…

“En todo lo que ves, le ves a Él”

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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