Ser perfecto o
lo más perfecto posible es la meta de muchas personas, especialmente de la
gente religiosa y también de otros que viven la espiritualidad al margen de los
credos establecidos… Ser perfecto… Pues bien: el todo y solo el todo es
perfecto. Tan perfecto que no cabe aplicarle este calificativo, pues supondría
admitir que existe lo imperfecto, cosa del todo imposible en el todo… Pero sí,
salvando lo anterior y para enunciarlo de manera directa, solo el todo es
perfecto. Punto y final. A partir de ahí, todo depende de tu estado de
consciencia.
Si en el
recuerdo de lo que eres y es, en tu proceso consciencial, ya te has dado cuenta
de que no hay “yo”, de que no hay objetos ni sujeto, de que no eres nadie y, a
la vez y por todo ello, eres el todo, entonces ya sabes que eres perfecto como
todo y no se te ocurrirá pretender serlo, ni buscarlo, ni perseguirlo desde una
ilusa individualidad. En cambio, si en tu proceso consciencial continúas
aferrado a la idea del “yo”, de tu existencia separada de la Uni-cidad,
entonces la mente y el ego querrán alcanzar la perfección para reforzarse como
mente y como ego. Y ese ansia de perfección no será algo espiritual ni
trascendente, sino un deseo egóico: vanidad y solo vanidad.
Por tanto, la
perfección es otra meta egóica. Y quien intente conseguirla lo hace bajo la
abducción de la mente y con el piloto automático del ego encendido. En
semejante estado, te interesará la perfección, nunca la totalidad. Sin embargo,
si te has percatado de que solo el todo es perfecto y “tú” nunca podrás serlo,
te interesará la totalidad, nunca la perfección… Totalidad significa: “Yo no soy,
el todo es”. Y es perfecta en sí y por sí, esencial e intrínsecamente, desde
siempre, por siempre y para siempre. Pero si piensas en términos de tu propia
perfección (moralidad, ideales, carácter…), te estarás dejando llevar por una
ficción mental y te esforzarás estérilmente, pues como parte separada jamás
gozarás de perfección.
En estas
páginas se abordan viejos hábitos y nuevos hábitos de vida con los que
sustituirlos. Pero no para que logres la perfección, sino para que recuerdes lo
que eres y es. Y ese recuerdo, cuando sea pleno, te conducirá a la consciencia
de que Dios (todo) es yo y yo soy Dios (todo) cuando ceso de ser “yo”: cuando
no eres nadie, eres el todo. Por eso, con el recuerdo, no desearás ser perfecto
como “yo”; y tampoco como todo, pues el todo ya lo es sin necesidad de
perseguirlo.
En el ámbito de
las religiones se mueve la gente más egoísta, porque están intentando ser
perfectos a toda costa. Por esto mismo, están permanentemente tensos,
preocupados, esforzándose, sacrificándose… Y para ellos siempre habrá algo que
esté mal –en ellos mismos, en los demás, en el mundo…– y que tengan que
arreglar. Y se empeñan en “ser buenos”, en “ayudar a los demás”, en “ser un
salvador”… Las religiones son fábricas de salvadores… Pero si pones atención te
darás cuenta de que, para los que viven aferrados a la mente y el ego y no ven
lo real, el mundo y las cosas no son como son, sino como ellos mismos son. Y
que ellos son aquello que desde la mente y los pensamientos creen que son o han
decido ser. Por ello:
+Cuando decides “ser bueno”,
inevitablemente creas desde tu deseo y tu mente a los “malos”, pues si estos no
existieran, tu anhelo de ser “bueno” no podría plasmarse en la “realidad” que
estás mentalmente proyectando. Igualmente, creas la “maldad” que lleva a los
“malos” a serlo, así como la “bondad” que a ti te hace “bueno”.
+Cuando decides “ayudar a
los demás”, ineludiblemente creas a quienes precisan tu ayuda, a los
“necesitados” de ella, dado que si estos no existieran, tu objetivo de “ayudarles”
no podría plasmarse en la “realidad” que estás generando mentalmente. De
idéntica forma, creas la “situación de necesidad o escasez (de lo que sea)” que
provoca que precisen tu ayuda y la “situación de disponibilidad y abundancia
(de lo que sea)” que hace posible que tú se la ofrezcas.
+Cuando decides “ser un
salvador”, forzosamente creas tanto las “víctimas” a quienes puedes “salvar”
como el “algo”, el “verdugo” o el “perseguidor” que hostiga a las “víctimas” y
del que tú, “salvador”, las vas a “salvar”.
Incluso al leer esto puede que te estés diciendo: no hay
problema, mi espiritualidad ya está fuera de las religiones; ya he “despertado”
en consciencia… Y de nuevo se pone en marcha la cadena: cuando decides estar
“despierto”, obligatoriamente creas a los que están “dormidos”, ya que si estos
no existieran, tu deseo de estar “despierto” carecería de sentido en la
“realidad” que estás engendrando mentalmente. Del mismo modo, creas los motivos
que hacen que los “dormidos” lo estén, así como las razones que provocan tu
“despertar”.
Y toda esa
gente, “buenos”, “ayudadores”, “salvadores”, “despiertos” y un amplio etcétera
de personas que quieren ser perfectas, siempre están inquietos, intranquilos,
pensativos, alarmados… Y quieran o no quieran, eso –y no amor– es lo que
transmiten al prójimo, a los demás, al mundo, a la consciencia colectiva… No
confían en su propia energía de vida y, por esto, no pueden confiar en nadie…
Andan obsesionados con la culpabilidad, el pecado, la mancha, los defectos, el
mal… ¡Cuánto lío generan en su entorno! A tus santos les gustaría que fueras un
robot, sin hambre, sin sed, sin sexo, sin energía vital… Entonces serías
perfecto. Pero la vida es tal como es. Tú no tienes cables, tienes nervios; y
la energía, en su eterna abundancia, te impulsa y regenera cada día.
En cambio, el
que ha recordado, el místico, el que ha entendido, se mantiene constantemente
sosegado, relajado, sereno, pacífico… Lo cual no significa indiferencia o
apatía. Muy al contrario: desde el amor y la compasión, todo importa. Sin
embargo, su enfoque no es el del ego, sino el del todo. Y disfruta de lo que en
el aquí-ahora esté llevando a cabo, sea lo que sea, sabiendo que, encarnado en
este plano, lo hace como parte y, por lo mismo, quedará imperfecto, incompleto.
Y al gozar y no preocuparse, la perfección que sea posible ocurrirá sin
causarle inquietud. Ya no será un esfuerzo, una carga, una obligación, un
sacrificio. Será una gracia… Si te acercas a un místico sentirás que hay cierta
gracia en torno a él, que no realiza trabajo alguno. Él no ha hecho nada
consigo mismo, simplemente se ha relajado en su divinidad, en el todo. Y tú
sientes esa ausencia de esfuerzo; percibes que fluye espontáneamente
Viejo
hábito
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Nuevo
hábito
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Pretender ser
perfecto o lo más perfecto posible; empeñarse en “ser bueno”, en “ayudar a
los demás”, en “ser un salvador”…; encerrarte en reglas morales; andar
obsesionado con la culpabilidad, el pecado, la mancha, los defectos, el mal…;
estar siempre inquieto, intranquilo, pensativo, alarmado… en esa dependencia
de la perfección deseada, buscada, anhelada…
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Comprender
que el ansia de perfección no es algo espiritual ni trascendente, sino un
deseo egóico –vanidad y solo vanidad– y que solo el todo es perfecto y “tú”
nunca podrás serlo. Totalidad significa: “Yo no soy, el todo es”. Y es
perfecta en sí y por sí, esencial e intrínsecamente, desde siempre, por
siempre y para siempre. Pero si piensas en términos de tu propia perfección
(moralidad, ideales, carácter…), te estarás dejando llevar por una ficción
mental y te esforzarás estérilmente, pues como parte separada jamás gozarás
de perfección.
Por tanto, mantente
sosegado, relajado, sereno, pacífico… Lo cual no significa indiferencia. Muy
al contrario: desde el amor y la compasión, todo importa. Sin embargo, tu
enfoque ya no será el del ego, sino el del todo… Disfruta de lo que en el
aquí-ahora estés llevando a cabo sabiendo que, encarnado en este plano, lo
haces como parte y, por lo mismo, quedará imperfecto. Y al gozar y no
preocuparte, la perfección que sea posible ocurrirá sin causarte inquietud.
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No te inquietes
por nada, tampoco por ser perfecto. Simplemente, ¡vive!: vive el momento tan
totalmente como te sea posible; vive plenamente y no te preocupes por las
consecuencias, por lo que ocurra; vive sin forzar ningún ideal, sin pensar en
ningún concepto, sin poner reglas, sin ninguna moral, sin ninguna regulación
acerca de tu vida… Vive y deléitate en la vida y con la vida. Esta es la única
razón de ser de la existencia.
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Texto extraído del libro Sin mente, sin lenguaje, sin tiempo, del que es autor Emilio Carrillo.
Puedes acceder a él a través de esta web:
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