CUARTA
PARTE: FÍSICA Y ESPIRITUALIDAD
Cuando todo lo que ves es Él, cuando no ves nada que no sea Él;
cuando en la vida cotidiana no hay nada, por negativo que sea que es capaz de
quitarte la paz del alma…
Cuando Marta se queda embobada contemplando al Maestro y María
atiende sin sobresaltos a los trajines de este mundo…
Cuando la mente es capaz de vivir la Espiritualidad y el alma es
capaz de vivir la Física de la vida…
Ya está. Es el momento de ser consciente de que estás con Él y Él
está contigo.
Se acabó. La ola es el Mar, Marta es María y María es Marta y ambas
son Uno con Él.
La Física y la Espiritualidad dejan de ser un oxímoron, dejan de
ser fuerzas antagónicas, para ser lo mismo, dos aspectos de una misma realidad.
Es aquello del “¡corten!”, se acabó la película; se acabó el relato
de las dos hermanas navegando por la Mar océana. Ya no hace falta seguir con el
símil, con la transfiguración, con el éxtasis. Todo vuelve a su Ser.
Todo
vuelve a su Ser
Esta es una frase que aplicamos para referirnos al momento en el
que algo que perdió su compostura, su situación de normalidad, recupera “su
ser”, vuelve a ser lo que era, lo que nunca debería haber dejado de ser lo que
era. En el símil termodinámico sugiere que volver a su Ser es recuperar el
orden y la estabilidad, la armonía, eliminar el caos y la entropía que había
generado la perturbación ocasionada por causas sobrevenidas.
Tal como éramos, “the way we were”
Tal como éramos
https://www.youtube.com/watch?v=CVC3MZpQnmk
Sí, cuando sientes, percibes, experimentas, experiencias
o, como quieras expresarlo, que Todo es Él, te das cuenta, percibes, eres
plenamente consciente de que tú, vuelves a ser Tú, tal como eras, tal como
nunca debiste dejar de ser.
Sientes que vuelves a vivir aquellos arcanos recuerdos de
cuando caminabas desnuda por el paraíso de la mano de Dios, antes de ser
tentada por la serpiente.
Es la Séptima morada que, como diría Teresa de Jesús, no
es el séptimo cielo donde los pintores barrocos pintan a los santos rodeados de
angelotes en una apoteosis fabulosa.
Por imaginar la séptima morada, Zurbarán, cuando recibió
el encargo de fray Alonso Ortiz Zambrano de pintar, en 1631, la apoteosis de
Santo Tomás, se imaginó “¡la hostia!”, resultando un cuadro espectacular de
bonito y de elevadísimo con angelotes y todo tipo de seres celestiales y
humanos elevados al paroxismo de la santidad. Además, como Santo Tomás era el
sabio de los sabios, se lo imaginó rodeado de grandes letrados que le
escuchaban anonadados de lo que sabía y etc., etc.
Cada cual, en imaginar las cumbres celestiales, se lo
puede montar como quiera de superchulo y de alucine.
Y así, a los católicos se nos ha programado culturalmente
para imaginarnos la cumbre celestial, cuando en realidad esa cumbre teñida de
barroco no es ni más ni menos que “todo vuelve a su Ser”, tal como era antes de
que se fastidiara por nuestra cultural y natural torpeza en afrontar la vida.
La peli de Barbara Streisand y Robert Redford termina con
ese adagio lamentoso donde sólo queda recordar ese “tal como éramos”, ese deseo
de volver a ser lo que éramos.
Los seres humanos nos hemos resignado a simplemente
imaginarnos tal como éramos o tal y como quisiéramos ser, si no viviéramos
separados en Marta y María, si mente y alma no fueran dos seres
irreconciliables, el uno tirando hacia lo físico y lo tangible y el otro
tirando hacia lo espiritual y lo intangible y trascendente.
Y entonamos el “tal como éramos”, envueltos en la
melancolía de lo que hubiéramos querido ser si el mundo nos hubiera hecho
felices.
Pero cuando, tras la increíble travesía oceánica
descrita, tras haber incorporado de nuevo a Dios, a la Divina realidad en
nuestra vida, vemos como poco a poco todo ha vuelto a su Ser original, te das
cuenta de que el final del Camino, de la travesía en esta vida es, simplemente,
recuperar tu Ser, lo que siempre has sido, pero tu mente, queriendo ser la
reina del mambo, se lo montó a su manera, liándola parda y haciéndote vivir un
infierno de dudas y de sobresaltos continuos, hasta hacerte creer que no hay
más cera que la que arde, y que estamos aquí como una maldición gitana para
simplemente sobrevivir.
Como afirma Meister Eckhart, ya no es necesario atribuir
un por qué a cada acto que hagamos; ya no hay razones para vivir, para levantarte
todas las mañanas y afrontar la rutina diaria, preocupados en qué comeremos y
beberemos o, con qué nos vestiremos, cuando vemos cómo los pajarillos del campo
reciben sin trabajar su alimento o los lirios del campo se visten con galas que
ni Salomón con toda su gloria y majestad hubiera jamás soñado. Porque la razón
para vivir es simplemente Ser.
En el fondo es simplemente vivir el instante, el ahora,
confiando en recibir el pan nuestro de cada día.
En el fondo se podría decir que el Camino que hemos
descrito consiste en desmontarnos la peli; en desmontarnos, como diría el Buda,
la peli de ese yo que es lo que mi pensamiento ha elaborado sobre mí. Por eso,
porque el joven rico estaba tan apegado a su particular peli, no quiso dejarla
para abandonarse a experimentar la Divina realidad en sí mismo y “volver a su
Ser”.
Se conformó con seguir recordando el “tal como éramos”,
desde la añoranza y la nostalgia.
Así que se trata, la séptima morada, en despertar y vivir
la vida cotidiana tal como es, con sus luces y con sus sombras, con sus
alegrías y penas, con salud y enfermedad, con riqueza y con pobreza. Una vida
gobernada por el derecho imperfecto de ese “amar porque sí”, porque te amo y
quiero hacerte feliz, porque te quiero como yo me he sentido amada.
Es un vivir ya sin guardar ganado, dejando mi caudal a su
servicio, sin oficio ni beneficio, porque ya sólo en amar es mi ejercicio.
Física y Espiritualidad
Esta es la razón del por qué he titulado esta serie como
“Física de la Espiritualidad” o “Física y Espiritualidad” o la “Espiritualidad
de la Física”… Algo que trate de expresar que no es posible vivir la
Espiritualidad abandonando nuestra física naturaleza, o por qué razón Dios se
encarnó en Jesús de Nazareth. Qué necesidad tenía de hacer lo que hizo. Porque
era consciente de que en el hombre, física y espiritualidad son inseparables,
al menos en esta vida, en este mundo.
Ese ver al mundo y a la carne (a la Física) como enemigos
del alma (de la Espiritualidad), sinceramente, creo que ha sido una auténtica
“cagada teológica” (perdón por la expresión, pero es que a veces los tacos dan
un necesario plus de intensidad a las frases para que se entienda lo que se
pretende decir).
¿Cómo se puede separar, en pro de la santidad santísima,
al hombre de su componente material? ¿Cómo se puede considerar al propio cuerpo
como tu mayor enemigo, cuando Jesús lo denomina templo del Espíritu Santo? O
Marta y María en su casa, viven juntas, o no hay forma de armonizar nada. Por
eso, en la medida en que los humanos somos seres híbridos, a la vez biológicos
(físicos) y espirituales, es por lo que no se puede ver lo material como
enemigo de lo espiritual. Este es el cuento chino que nos han contado para
mantenernos a los pobres parroquianos con ese asqueroso complejo de
culpabilidad pecaminosa.
La vida espiritual no se puede vivir a través de la
derrota del cuerpo y viendo al mundo como la plasmación demoníaca del mal.
Ese es el problema. Las personas no son ni buenas ni
malas. Si recordáis la película Crash, de 2004, donde sus personajes eran
personas capaces de llevar a cabo acciones tan encomiables como mezquinas, como
ese poli John Ryan, que quiso abusar de la misma mujer que días después
consiguió salvar, con riesgo de su vida, de un accidente de tráfico, nos
podemos dar cuenta de que todos nosotros somos un híbrido de héroes y de
villanos, de gente buena y mala, simplemente, en según qué circunstancias,
brota de nosotros la virtud o el vicio. Y lo segundo, si en vez de juzgar a la
gente como buena, la vemos buena, para hacerla buena y no la juzgamos como
mala, porque así contribuimos a que siga siéndolo, entonces adquiere todo el
sentido del mundo aquello de…
“amaos
los unos a los otros, como Yo os he amado”
Que ese es el final de la peli, el final de la oceánica
odisea que hemos visto en las entregas anteriores. Pasar de dejarnos amar por
Él a amar a los demás como Él nos ha amado.
En el fondo, la pedagogía del amor es muy sencilla; ya lo
hemos visto anteriormente. Primero, saber que Dios nos ama, segundo, ser
conscientes de que Dios nos ama (nada que ver); tercero dejarnos amar por Él
(emprender la oceánica travesía) y por último amar como Él nos ha amado, que de
eso va la séptima morada. No del paroxístico éxtasis sino de vivir la
cotidianidad de la vida como Uno en Él, sin artificial separación entre lo
físico y lo espiritual, sino todo en uno, en el mismo pack.
Al fin y al cabo, más allá de liturgias y teologías, más
allá de doctos conocimientos, todo consiste en nacer de nuevo, en volver a ser
un niño, con los chakras abiertos, sin restos del karma acumulado por nuestros
antecedentes penales que han tenido que ser purgados en ese Camino de Santiago
con su prolongación oceánica vivida por Marta y por María, cuando creían que
eran seres separados, independientes y euscaldunas, que diría un buen amigo mío,
como forma de expresar el “yo a Boston y tú a California” que dirían las dos
hermanas en sus viejos tiempos.
Nicodemo no acertaba a entender aquello de volver al
vientre de la madre, porque tenía la mente (su Marta) tan bien amueblada y
operativa que, casi pecando de Asperger, trataba de entender literalmente lo de
nacer de nuevo, cosa que no le cabía en la cabeza.
Pero en realidad de eso se trata. En el fondo, si te das
cuenta, buen amigo, el Camino casi no consiste en recorrer hacia delante, sino
de regresar a “tal como éramos” cuando éramos niños, cuando toda la sarta de
gilipolleces sociológicas, psicológicas y religiosas que nos metieron con ese
“sueño del Planeta” inyectado en la educación y que nos han hecho “unos
desgraciaos”, nos han convertido en “tal como somos”. Nicodemo no comprendía
que la cosa no va de aprender, sino de des-aprender, de desmontar nuestro
particular castillo de naipes sobre nuestra propia vida, desmontar nuestros
modelos de realidad, que nos han hecho creer que es cierto, que es verdad, lo
que hemos llegado a creer que para nosotros es cierto.
Por eso, cuando Marta acepta embarcar en esa extraña nave
sin timón, es como aceptar que ese viaje y a donde le conduzca, no depende de
su pericia ni de su conocimiento ni capacidad de comprensión, sino simplemente,
dejarse llevar, como desea hacer María.
Y ¡voilà! Listo Calixto, al final se llega, una vez
desmontado todo el follón vital que nos hemos montado, a reconocer que sólo
desde la inocencia de un niño, podemos a ver a Dios en todo y a que todo lo que
vemos sea Dios o está impregnado de Dios, como la luz del Sol baña la
naturaleza durante el día, que de día viene Dios, etimológicamente (dios = día
= luz) desde la noche de los tiempos indoeuropeos.
Por eso, toda la transformación que experimentamos en la
Vida Interior, donde Marta y María han podido vivir el proceso de fusión de
algo que estaba dramáticamente separado (por mor del pecado, de la educación,
del sueño del Planeta, o de lo que queráis, incluida nuestra propia naturaleza)
consiste en ver la vida con los ojos de Dios y, como decíamos en la entrada
anterior, “todo lo que ves soy Yo” (everything you see is Me).
Ahora sí que podemos abordar cómo amarnos los unos a los
otros como Él nos ha amado, porque ahora sí, antes no, sabemos el auténtico
sentido de la palabra Amor, como entrega incondicional al otro o a los otros,
desde nuestra particular situación en este mundo; desde nuestra vida cotidiana.
Que muchos piensan que tras el costalazo que supone volver a ser paridos, han
de verse obligado a cambiar radicalmente de vida, abandonar padre, madre,
esposa e hijos, venderlo todo y dedicarse a causas filantrópicas casi heroicas.
Y si no, no vale. Otra vez pecar de síndrome de Asperger.
Pues va a ser que no, que no hace falta liarse la manta a
la cabeza, esa expresión que parece venir de cuando, para atacar a los
almorávides, al Cid Campeador no se le ocurrió otra cosa que sus soldados se
liaran sus mantas a la cabeza para parecer moros y protegerse de las flechas
enemigas. La cosa parece que no funcionó.
No hace falta tanta industria, sino seguir viviendo como
siempre, haciendo las cosas que haces siempre y como las haces siempre, sólo
que, viendo en todo momento a Dios en todo lo que haces y viéndole en todo lo
que acontezca en tu vida. El cambio y la transformación de tu vida será absoluta.
Tan absoluto y radicalmente distinto como el hecho de “pelar patatas” y “pelar
patatas”.
Más allá del criterio de mínimos
La religiosidad centra su doctrina en la práctica de
actos litúrgicos y religiosos y en el esfuerzo nada despreciable de mantener un
comportamiento con el prójimo basado en el código moral de buenas costumbres
tales como las obras de misericordia y la práctica de las virtudes, que todos
ellas, las obras y las virtudes, suponen un compendio de las palabras que Jesús
nos dejó en sus predicaciones, en especial el famoso Sermón de la Montaña.
Pero respetar el código de buenas costumbres de nuestras
religiones no son más que una exigencia de mínimos, el aprobadillo raspado,
sostenido mediante el protocolario código litúrgico para mantener una
comunicación con Dios, también basado en un criterio de mínimos, también para
el aprobadillo raspado en nuestra relación con Dios.
Lógicamente, tras la experiencia del Camino terrestre y
oceánico vivido por Marta y por María, para llegar a seguir conformándonos con
el aprobadillo moral y litúrgico, no habrían hecho falta tales alforjas.
Es por eso por lo que a lo que vino Jesús no fue a
derogar la Ley y los profetas, que traducido a nuestra realidad, la experiencia
interior de Dios no viene a derogar la moral y la liturgia, sino a darle su
máximo cumplimiento. ¿Cómo? Devolviéndole el sentido esencial que encierra
detrás de la “para-fernalia” aparente que muestra con todo el oropel de las
celebraciones religiosas. Algo así como quitarle la caja al diamante para
verlo, gozar de su brillo, para luego comprender que semejante tesoro bien
merece estar cubierto de una bella caja de terciopelo rojo. Pero la caja de
terciopelo nada vale si no encierra el diamante. Diría Lao-Tse, que “el
valor de la taza es el aire del volumen que contiene”, donde puedes
contener el rico manjar. Pues pasa lo mismo con la liturgia y la moral, que su
valor deriva de lo que contiene.
Y es la Vida Interior y el Camino del descubrimiento (el
contenido), la que otorga valor postal al continente.
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Autor: José
Alfonso Delgado
Nota: La
publicación de las diferentes entregas de La Física de
la Espiritualidad
se
realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.
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