22/11/21

Hacer diana de fuera hacia dentro

Podría hacer un viaje desde la periferia hacia el centro, cruzando infinitos círculos concéntricos, como las ondas que se forman en las aguas del lago, cuando rompe su quietud una pequeña piedra, pero de afuera hacia dentro.

Entre dos circunferencias de las más alejadas del centro, que curiosamente son las más grandes, podríamos situar a todos los seres humanos.

¿Qué podría hacer por ellos, cómo expandir mi afecto para que llegara tan lejos?

¿Cuántas barreras tendría que saltar: la del idioma, la distancia física, las culturales, de costumbres, idiosincrasia?

Pues ahí están hoy en día las redes sociales, que pueden ayudar. ¿Qué idioma hay que hablar para entender una sonrisa?

Un poco más adentro, tal vez podría poner a los ciudadanos de mi país, a los que hablan mi lengua y pueden entender el significado profundo de una frase como: ¡Hoy será un maravilloso día, si nos lo proponemos de corazón!

Aún más adentro podríamos agrupar a los compañeros de trabajo, a aquellos con los que nos relacionamos personalmente, los vecinos, los amigos, conocidos, compañeros de estudio.

A estos últimos hay que tener bien claro que los tenemos al alcance de un saludo, un poco de hospitalidad, que no es necesariamente brindarles una habitación de nuestra casa (¿y por qué no, si fuera necesario?) sino, un rato de nuestro tiempo de calidad, compartir una añoranza, esa presencia salvadora que tanto necesita el alma.

Ya, casi llegando al centro, nuestros familiares cercanos, esos donde se pueden engrosar los afectos filiales: hermanos, padres, hijos que se han independizado.

Con ellos hay una especial confianza y a la vez un mayor compromiso, porque nos quieren más cerca, nos reclaman a veces sin decir nada. Nos sentimos jugadores del mismo equipo, abejas de la misma colmena y si necesitamos apoyar la espalda para enfrentar los retos de la vida, queremos que sea en ellos.

Cerrando aún más el cerco están esos convivientes, la pareja, los que por diferentes razones comparten nuestro techo.

A los que vemos todos los días, nos sentamos juntos a la mesa y con algunos compartimos el lecho.

La generosidad que podemos cultivar en la vida, la paciencia, la compasión y una lista interminable de cualidades que llevamos dentro, ahí se quedarían, como la mariposa sin salir de la crisálida, si no fuera por ellos.

Son esos cuadernos de figuras a los que los niños dan colores: de azul o rosa pálido nuestras parejas, de arcoíris los niños, de campos de trigo al atardecer a nuestros padres y abuelos.

Y por fin, en el centro de la diana, esa perla que has de amar más que a nadie, has de perdonar y hacer responsable de todo.

Lo que no puedas hacer por ti, tampoco podrás por nadie. Lo que no te des, no puedes entregarlo.

Si algo no es bueno primero para ti, no lo será para nadie de esos círculos concéntricos de los que la vida te ha rodeado.

Cuida tu cuerpo, tu mundo mental y emocional, cuida tu espiritualidad, busca la armonía y el balance entre tu capacidad para dar lo mejor de ti y encontrar la forma de llenar tus arcas.

Las nubes no podrían regar los campos si no bebieran del mar, los árboles no darían frutos, si antes no extrajeron los minerales y nutrientes de la tierra.

Llena tus alforjas en el silencio, en el contacto con la naturaleza, con el murmullo de la cascada, las olas del mar. Abre las compuertas del granero de tu alma con los atardeceres, la música, el vuelo de las mariposas, el olor de los campos después de los aguaceros y entonces, ve con humildad a tu diana de colores y deja que el corazón derrame su perfume sobre los pétalos de las flores.

No olvides tener a mano un zurrón, donde puedas recoger de otras almas el néctar para hacer la miel de la nueva humanidad.

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Autor: José Miguel Vale (josemiguelvale@gmail.com)

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