20/9/21

Del conocimiento de uno mismo (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 38)




La Religión y el temperamento

La Filosofía perenne plantea un problema que está íntimamente asociado a la personalidad, es la relación que existe entre el temperamento de las personas y el grado de crecimiento espiritual. No existe respuesta afinada, salvo la que procede de la experiencia de los directores espirituales.

Todo conocimiento es moldeado por el temperamento de cada cual. Por ello, el temperamento es una variable independiente que mediatiza la expresión religiosa.

Nuestra constitución psicofísica es un vasto territorio que va de la imbecilidad a la genialidad, de la debilidad a la fuerza agresiva, de la benevolencia a la crueldad.

Este plano vertical entre lo sublime y lo rastrero y deleznable, lo recorremos las personas continuamente. Hoy somos personas encantadoras, mañana unos huraños, pasado podemos salvar la vida a alguien en un acto heroico y al otro cometer un acto de crueldad, todo esto con intensidad de fluctuación que depende de lo que ahora abordaremos, el plano horizontal. No es lo mismo las fluctuaciones de ánimo de alguien colérico que las de un flemático.

El plano horizontal es diferente. El carácter, el temperamento, viene casi genéticamente dado. Somos como somos por genotipo, además de cómo nos hacen, pues el fenotipo del ambiente en el que crecemos también aporta un peso importante en cómo somos.

En el mejor de los escenarios familiar y social, a lo más que podemos aspirar es a sacar lo mejor de nosotros mismos y evitar que emerja lo peor que ocultamos, dentro todo ello del corsé de nuestra personalidad.

De las varias clasificaciones del temperamento humano, la Filosofía perenne expone el sistema tripolar de Sheldon: endomorfico, mesomósfico y ectomórfico.

El endomórfico es viscerotónico, es amable y huye de la soledad. El mesomórfico es atlético, somatotónico; expresa el amor en actividad y ama el poder y la competitividad. El ectomórfico es cerebrotónico, introvertido, atento pero no emotivo.

El temperamento moldea el dharma o naturaleza esencial del ser humano, su ley intrínseca.

El temperamento de los líderes

Las religiones en su manifestación final a las gentes están mediatizadas por el temperamento de sus líderes. Así un líder somatotónico considerará que las conversiones deben ser por brutales experiencias de metanoia descomunal. Un líder cerebrotónico predicará el camino contemplativo. Esto da un sello personal a los mensajes.

Jesús de Nazareth, dentro de esa incapacidad de clasificarle caracteriológicamente, presenta su persona como hombre delgado y proclive a la oración (muchas veces se retiraba al monte a orar). Se podría decir que se comportaba como un cerebrotónico. Pero ni siquiera como tal era un carácter extremo. Nadie tiene un carácter químicamente puro. Se dice que Jesús estaba en el centro de los nueve trazos del eneagrama, en el centro perfecto, equidistante de los extremos. Una persona así es la antítesis de un líder, pero su capacidad de atracción era tal (acaso por el hecho de que hacía milagros), que la gente le hizo líder y le recibió con palmas en Jerusalén (aunque luego le matara) y le convirtió (le convertimos) en un extremista. Pero alguien que aconseja ser “cándidos como palomas y astutos como serpientes”, no puede ser un extremista radical. La Sabiduría jamás puede estar basada en dogmas cerrados y excluyentes.

El Evangelio es el mensaje de un cerebrotónico. Jesús insiste en que el Reino de los Cielos está en el interior de nosotros (allí, en lo escondido). Jesús ignora los ritos y hace entender su desapego al legalismo judío, a las rutinas ceremoniosas de la religión organizada, los días y lugares sagrados. Jesús ensalza lo extraterreno, insiste en la contención de los apetitos, no enarbola el banderín de acción, no quiere soldados legionarios, todo lo contrario, lo que exasperaba a los zelotes. Muestra casi desprecio a los esplendores de los reinos humanos, ensalza la pobreza, el desapego a las cosas materiales y a la devoción obsesiva, incluso para los más altos fines, que como el caso de los fariseos, lo califica de idolatría, fuera de Dios.

Este mensaje, jamás se le hubiera ocurrido a un extrovertido viscerotónico o somatotónico, amigo del poder el primero y del lujo el segundo.

Esta misma característica cerebrotónica se muestra en el budismo y en el Vedanta de Shánkara que es la disciplina metafísica que llena el corazón del hinduismo.

El confucionismo, sin embargo es viscerotónico, familiar, ceremonioso y totalmente mundano, un código de buenas costumbres para conseguir la estabilidad personal, familiar y social entre los seres humanos. Como dice Alan Watts, el confucionismo sirve para vivir en este mundo, mientras que el Tao – Zen prepara para la trascendencia.

El Islam es un ejemplo perfecto de religión basada en un temperamento somatotónico. De ahí la negra historia del islam en guerras santas, persecuciones y en la actualidad en el terrorismo yihadista; todo ello comparable al cristianismo posterior al triunfo como religión oficial del Imperio Romano, que eclosionó dramáticamente en las cruzadas, iniciativa absolutamente antagónica a la filosofía de vida de Jesús de Nazareth.

El triunfo político del cristianismo con la conversión de Constantino hizo que la Iglesia cristiana pasara de ser profundamente cerebrotónica a somatotónica (iglesia militante) y viscerotónica (el esplendor imperial del Vaticano).

De la ignorancia como enfermedad

La ignorancia es una severa enfermedad que conduce a una conducta irreal. La superación de la ignorancia es para la Filosofía perenne equivalente al despertar de un largo sueño.

El motor de la ignorancia es el temor, sentimiento que sólo se neutraliza por el desvanecimiento del “yo”.

“En otras criaturas vivientes, la ignorancia de sí es naturaleza; en el hombre, es vicio”, que diría el filosofo romano Severino Boecio, allá por el Siglo V.

Y el vicio es esencialmente malo, porque aparte de ser dañoso en sí mismo, eclipsa a Dios. En esencia el vicio es hijo de la ignorancia, pues desconoce las consecuencias directas e indirectas del erróneo proceder. Esta ignorancia, en sus orígenes es voluntaria, pues todos disponemos de medios suficientes para neutralizarla. Pero preferimos ignorar muchas de nuestras acciones y comportamientos, porque no nos conviene ventilar aquello que en el fondo hacemos porque creemos nos conviene o apetece, a pesar de la carga moral que conlleva. Es como un amiguito mío de la infancia, más malo que el veneno, que se justificaba diciendo que “yo quiero ser bueno, pero es que no me sale…

Pero la ignorancia es mala porque conduce a una conducta irreal. Esto emerge como una falsa humanidad y la ocultación, en suma, de nuestra divina base.

El conocimiento de uno mismo es tan antiguo como la filosofía clásica, con Sócrates y Platón. G (nosce te ipsum, conócete a ti mismo). Esta inscripción, puesta por los siete sabios en el frontispicio del templo de Delfos, es clásica en el pensamiento griego. En todos los tiempos muchos pensadores han reflexionado sobre ella con variados matices siguiendo el ejemplo de Sócrates y Platón. La sabiduría de Occidente comienza, en su vertiente filosófica, con este pensamiento, intentando alejarse de adivinanzas y supersticiones.

Antes que Sócrates, los expositores indios de la Filosofía perenne, expusieron el tema. Y de igual modo los cristianos.

Chuang tse hace referencia a la alegoría del despertar de un sueño, una constante en la Filosofía perenne. Es el despertar de la necedad, pesadillas de placeres ilusorios, y la serena certidumbre de la beatitud al despertar.

El progreso espiritual se logra sí, y solamente si reconocemos al “yo” como nada, y a la Divinidad que lo abarca todo. Es la comparación entre el cero y el infinito, que refiere Carlo Carreto. "Hemos de desplazar el temor por la Caridad mediante la práctica de la humildad”; he aquí en qué consiste toda la ascesis de San Bernardo, su comienzo, su desarrollo y su término. O dicho de otra forma, tememos aquello que no conocemos y sobre todo, aquello en lo que no confiamos, ante la duda de que pueda poner en riesgo nuestro particular castillo de naipes, que es en lo que convertimos toda nuestra vida. Y sólo una actitud oblativa (amor oblativo, agapé, donación incondicional), puede vencer ese temor mediante la práctica de la humildad.

Esto suena a la sucesiva superación de retos que nos ponemos todos en la vida. Decía George Sheehan, un conocido médico estadounidense, famoso en el mundo del deporte como promotor, junto con Kenneth Cooper del deporte popular en los años setenta, que podemos vivir de dos formas, a la ofensiva o a la defensiva. El que vive a la defensiva, teme y da pocos pasos pero con seguridad y, avanza poco. El que vive a la ofensiva (en el sentido de arriesgar y aceptar desafíos), da grandes pasos, avanza mucho, pero corre el riesgo de fracasar. De alguna forma, vencer el temor es confiar, bien en las capacidades de uno mismo y en los otros y en suma, en la Divina Realidad. De esta forma vamos poco a poco conociendo nuestros propios límites, si sólo confiamos en nosotros mismos, o nos sorprendemos de “lo que Dios y yo, podemos hacer juntos” que me dijo una vez un buen amigo mío. Es lo del vuelo del pardillo él solito o a lomos del Águila. Pero para que el pardillo se suba a lomos del Águila, ha de ser consciente de hasta dónde puede subir volando él solito.

Por eso, el motor de la ignorancia es el temor. El temor es un sentimiento que no puede eliminarse por sí mismo, ni con nuestras capacidades. Sólo se neutraliza por la absorción del “yo” en una causa más grande que mis propios intereses y capacidades, aceptando volar a lomos del Águila. Si ese “mas grande”, ese Águila, es la Divina base, que no puede ser amenazada por nada, el temor se diluye en confianza, a pesar de todos los avatares de la vida.

En pocos hombres y mujeres es el amor de Dios lo bastante intenso para eliminar estos proyectados temores y ansiedades por personas e instituciones amadas. Y la razón radica en que pocos hombres son lo bastante humildes para ser capaces de amar como donación total.

La humildad no consiste en ocultar nuestros talentos y virtudes, en considerarnos peores y más ordinarios de lo que somos, sino en poseer un claro conocimiento de todo lo que falta en nosotros y en no exaltarnos por lo que tenemos, puesto que Dios nos lo dio generosamente y que, con todos Sus dones, nuestra importancia es aún infinitamente pequeña, que diría Lacordaire, el religioso francés del Siglo XIX.

Catalina de Siena escribió el ejemplo de las dos celdas, la física y la espiritual, la primera para hacer silencio exterior y la segunda para hacer silencio interior. En realidad las dos celdas son una sola, pues responden a la misma actitud. No puedes estar en una sin estar en la otra, pues el ruido entra por cualquier rincón. Alguien podría pensar que esto es sinónimo de autismo, de aislamiento sensorial y afectivo. Aquel que así piense, está claro. No ha comprendido nada.

Dharma

El Dharma es una palabra sánscrita, clave para la Filosofía perenne en la India. El dharma de un individuo es su naturaleza esencial, la ley intrínseca de su ser y de su desarrollo.

Dharma es también la ley de la rectitud y la piedad. Esto significa que el deber de un hombre, cómo debería vivir, está condicionado por su constitución y temperamento.

Contrasta este planteamiento con la visión católica de las doctrinas de las vocaciones, pues los indios admiten el derecho de los individuos con diferentes dharmas a adorar diferentes aspectos de lo divino. Por eso entre budistas e hindúes no hay persecuciones, ni guerras santas, ni tribunales inquisitoriales, ni proselitismo.

Dicho esto, dentro de la religión católica hay casi tanta tolerancia como en el budismo mahayánico. En realidad el catolicismo es una constelación de religiones, individuales y grupales, que van desde el fetichismo y fanatismo religioso más exacerbado, pasando por el politeísmo enmascarado de la adoración a las imágenes de santos y vírgenes, hasta, comenzando por el respeto y aceptación de la Filosofía perenne, llegar a la mística más elevada.

La tolerancia a tan amplio espectro devocional no va acompañada de la aceptación de cada manifestación religiosa por igual. Se sabe y se acepta que la finalidad última es la unión con Dios y la mística se acepta como la vía directa.

Todas las almas –dice el padre Garrigou-Lagrange-, sienten remotamente la llamada a la mística, y si todas trabajaran por evitar pecar y vivieran lo suficiente, alcanzarían la perfección. Así piensan los orientales, pero no como probabilidad ideal, sino afirmándolo absolutamente. Todas las almas alcanzan definitivamente la perfección, el nirvana, tras vivir en diversos planos de la realidad, tanto física como espiritual. Todos son llamados, pero pocos los elegidos porque pocos son los que se reconocen a sí mismos, los que se encuentran, los que se arriesgan a la aventura oceánica. Tras el pecado original, se escondieron de Dios por miedo, y no se han encontrado a sí mismos todavía.

La existencia, según la filosofía oriental, no se limita a esta vida, para acabar en un juicio definitivo que nos condena a sufrir eternamente o nos premia a gozar eternamente; sino que la serie de existencias corpóreas o incorpóreas es indefinidamente larga, de modo que hay oportunidades todas las del mundo para crecer y así alcanzar la perfección.

Periódicamente hay descendimientos de la divinidad. Surgen Budas que renuncian a la beatitud para bajar a este mundo como salvadores y maestros, para lograr definitivamente la salvación de todo ser humano.

La conclusión es clara. Las formas inferiores de religión no son aceptadas como definitivas. Son debidas al dharma de cada cual. Y cada cual no debe afincarse en una religión que le venga bien a su dharma, sino trascenderla, no negando su temperamento (cómo ha sido creado… esta vez), sino utilizándolo positivamente, regenerándolo, usando las potencias naturales de su propia naturaleza para trascender.

Así, el introvertido ha de usar su capacidad de discernimiento para pasar del yo al Yo Real unido a la Divina Base. El extrovertido ha de aprender a odiar a su padre y a su madre (que son todos sus apegos), y el somatotónico ha de cambiar su afán de poder para regenerarlo hacia el liderazgo de comunidades enteras en aras de una acción social loable, con la santa indiferencia de San Francisco de Asís, el sendero que conduce por el olvido del “yo” al descubrimiento del “Yo Real unido, hecho Uno con Dios”.

Religiones imperfectas

A lo largo de la Historia, se ha tendido a tomar en serio a las “religiones imperfectas”, tomándolas por buenas, lo que son sólo medios para lograr el fin. Y los efectos han sido desastrosos.

Se ha insistido mucho en la necesidad de una conversión violenta, tipo San Pablo, una persona típicamente somatotónica. Todo en este tipo de experiencias de choque es extremadamente rápido y violento. La metanoia, descomunal. Este tipo de conversión es un trastorno emocional de primera magnitud, en el que la persona puede verse engañada por el subidón afectivo que le supone la experiencia vivida. Pero quedan muchos flecos colgando, muchos temas por resolver, mucho ruido interior, desconocido, oculto. Es como si en una casa entrase un viento huracanado y destrozara todos los muebles viejos.  No basta con eso, hay que reconstruir lo destrozado por el huracán, y eso requiere años. La complacencia en el terremoto emocional es deletérea para el desarrollo espiritual posterior. San Pablo, tras la caída del caballo, se pasó tres años de retiro en el desierto poniendo las cosas en su sitio antes de ser consciente de su misión apostólica.

Una doctrina que alaba y considera necesarias experiencias brutales de conversión para poder salvarse, deja totalmente desprotegidos a aquellos que no experimentan ese shock emocional, poniéndoles en duda de si se salvarán a no. Discrimina a sus seguidores entre aquellos que han experimentado casi fenómenos paranormales de los que han llevado una vida normal, sin ningún tipo de fenómenos místicos extraordinario, lo que por otra parte suele ser lo más normal. Transforman lo excepcional casi en condición sinequanon para alcanzar la vida eterna. Esto supone, a parte de una total ignorancia psicológica, un deslizamiento muy peligroso hacia el fanatismo religioso.

Este fue el caso del cerebrotónico Calvino. Resultó fatal. En general, las tendencias religiosas suelen inclinarse hacia el temperamento de sus líderes. Así, si un líder es somatotónico, sus seguidores se verán arrollados a la acción, y a llamarse algo así como los soldados de Dios, los legionarios de Cristo, o cosa similar. Si el líder es viscerotónico se centrará en actitudes adoratrices. Es lo que pasa con los movimientos protestantes, que se centran en Jesús, olvidándose del Padre y del Espíritu Santo, o a los pentecostales, que se centran en el Espíritu Santo y se olvidan de lo demás. Y si el líder es un místico, el peso se carga en la vía contemplativa.

En suma, es bastante frecuente atribuir a Dios cualidades humanas.

Pero si no podemos trascender nuestra propia naturaleza, estamos perdidos. Filón dice que no aceptar a Dios como el Ser, el Uno, sin atributos, hace daño a dios, a nosotros mismos y a los demás.

Del conocimiento interior y del por qué y el para qué de los medios que Dios pone a nuestra disposición para llegar a Él, como son las religiones y los sistemas de pensamiento, nace la lucidez de dejar de mirar al dedo que señala la Luna, para centrarnos en ella, que es el objetivo final del ser humano. No veamos a las religiones como un fin en sí mismo, sino como el medio (a nuestra elección, según nuestras raíces culturales), para llegar al destino final de todos nosotros.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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