22/2/21

El Derecho perfecto (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 8)

El Derecho perfecto

Consultando el Derecho romano, queda claro que al derecho de alguien corresponde siempre un deber por parte de otro. Y ese deber, hasta qué punto puede ser obligatorio incluso a ser cumplido por la fuerza. A todo deber obligatorio de cumplir, bajo pena de sanción, se denomina deber perfecto para un derecho perfecto. Y está codificado en las normativas y leyes del Estado. En el otro extremo, un deber que no es exigible por el Derecho, es un deber imperfecto para un derecho imperfecto, que sólo entra en el ámbito de la moral y, no hay riesgo de sanción o de pena de pérdida de libertad.

Esta reflexión jurídica viene a colación de cómo la religión establece “prima facies” la relación del hombre con Dios mediante el cumplimiento de la Ley de Dios. Y tal y como nos lo enseña el catecismo, no se trata de una obligación moral (imperfecta) sino legal (perfecta), en tanto que el incumplimiento de esas normas jurídicas relativas a la divinidad, que se ha dado por denominar “pecado” que significa “pie que tropieza” y lleva penas asociadas. Es un concepto introducido exnovo en la cultura occidental romana que sólo entendía de falta a nivel religioso el sacrilegio (robar algo sagrado). Pero el hecho cierto es que el concepto pecado se ha elevado en el contexto judeocristiano a un delito gravísimo, solo perdonado por Yavhé o por un sacerdote representando a Dios.

De tal modo que, en el ámbito de la religión, la relación del ser humano es la de un infame pecador, delante de un severo Rey que “sí lleva cuenta de los delitos”, con un código legal tan severo, que el sólo hecho de pensar en el fuego eterno espanta al alma más piadosa.

Es un derecho perfecto, que exige un deber perfecto, bajo pena de cárcel en el purgatorio o de muerte del alma en el infierno por toda la eternidad.

Frente a este durísimo código de conducta, no obstante, el hombre tiene que amar a Dios sobre todas las cosas, manifestando ese amor en el respeto y cumplimiento de todos y cada uno de los artículos de la ley, mosaica para el pueblo judío y de la Iglesia católica para los católicos, o del Corán para los musulmanes, etc., que a todos los efectos vienen a ser lo mismo. Es decir, ante un poder bañado de “potestas”, es decir, de temor a infringir la ley, la respuesta y relación entre Señor y súbditos es con “sevéritas”.

¿Cómo de puede catalogar un amor por el miedo a fallar? ¿O qué significa el cumplimiento de la ley sino un “cumplo” la ley y “miento” en mi corazón, porque lo hago no por amor sino por temor al castigo?

Bajo mi percepción de las cosas (y puedo estar equivocado), la vida religiosa parte del supuesto del Salmo 50, “en la culpa nací, pecador me concibió mi madre”, con lo cual, todos los seres humanos por aquello del pecado original estamos por defecto condenados al infierno, por el simple hecho de nacer. Es decir, o algo sucede en nuestra vida o no hay salvación, nacemos por definición para la condena eterna, hagamos lo que hagamos, porque además Jesucristo dice que para el hombre la salvación es imposible.

Así que la vida religiosa es todo un camino de lucha titánica para no pecar, salvo pena de muerte o purgatorio en el mejor de los casos, y siempre manteniendo una actitud de respeto bañado de temor, si no de miedo, compensado con multitud de ritos y liturgias, que dan el aspecto de hacerlas para mantener aplacada la ira de Dios.

Es una vida de fe basada en el derecho perfecto, que tiene Dios de que los humanos cumplamos nuestro deber de vivir dentro de un código de comportamiento por el que nos respetemos los unos a los otros y, de esta forma demos culto a Dios.

Bueno, todo esto, al final la Teología y el catecismo lo describen en un código de 2865 artículos. Pero el caso es este, que la relación del hombre con Dios se basa en un derecho perfecto, cuyo incumplimiento lleva asociado todo un código de sanciones de consecuencias gravísimas, salvo el arrepentimiento o declaración de culpabilidad por parte del acusado, en cuyo caso, la pena, en muchos casos infernal, le será conmutada por otra de cárcel en el purgatorio; algo así como la prisión permanente revisable.

Y este es el contexto religioso del ser humano que la mente entiende perfectamente. No es necesaria una inspiración divina para comprender la gravedad de nuestra existencia. El sólo conocimiento del perfecto derecho divino que exige nuestro perfecto deber, no tiene vuelta de hoja.

Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto” dice el Salmo 129. Y bueno, al menos eso nos puede más o menos tranquilizar. Algo así como la esperanza de un indulto.

Visto así, es como si el cristianismo no hubiera evolucionado lo más mínimo respecto de la Ley de Moisés. Y, por supuesto que nuestra fe hace dos mil años que dejó atrás la Torá, pero existe un fuerte principio de inercia, muy bien aprovechado por las instituciones religiosas para afianzar su poder ante las gentes que, ha dejado el mensaje de Jesús, no digo en un segundo plano, pero sí desvanecido frente a la “sevéritas” legal.

Porque Jesús, que para eso se encarnó, vino a nosotros para enseñarnos cómo resolver el dislate de vida que el pecado nos provoca. Pero lo hizo con “amabílitas”, “venid a mí los que estáis agobiados, que soy manso y humilde de corazón”. No vino a enseñarnos los dientes ni a seguir amenazándonos con penas infernales, aunque haya algunos que no queda otra que la amenaza. No vino a enseñarnos, a no pecar, sino a amar.

Y al Amor de Dios no se llega mediante el temor de la amenaza, sino mediante la ilusión y la esperanza de una chica que añora ser despertada con un beso. A la Iglesia le gusta hacer de poli bueno o poli malo, según convenga.

Para nuestra mente o, ese elaborado de yo mismo que creemos ser, está más al alcance de la mano, de su capacidad de comprender el derecho perfecto; tantas normas que cumplir, tantas sanciones por su incumplimiento. Perfecto, todo claro. Simplemente hay que cumplir las órdenes como un soldado obedece las órdenes de su Coronel. Y hasta incluso así, la convivencia humana es posible.

La relación con Cristo está resuelta desde el punto de vista religioso, con los rezos y oraciones, con esos códigos de oraciones distribuidas a lo largo del día en la liturgia de las horas y la celebración frecuente de la misa. Y con eso, las personas que viven así son denominadas “católicos practicantes”. Y vive Dios que, si esta rutina religiosa la practicara todo el mundo, se supone esto sería el paraíso. Entre esta rutina de práctica religiosa y el respeto de los principios de la moral, no hacer mal y hacer el bien, perfecto.

Pero qué les pasa a aquellos que “sienten algo dentro de sí, que no saben lo que es” y aún cumpliendo con todo lo establecido en el catecismo, cumpliendo los deberes perfectos de un derecho perfecto, sienten como que “algo falta”.

La pregunta del joven rico. “Señor, todo esto lo he cumplido, ¿qué más me falta?

Vende todo lo que tienes y sígueme” es la respuesta de Jesús.

Es ahora cuando realmente comienza a tener sentido la encarnación de Jesús.

El sueño de la Iglesia

“Los seres humanos soñamos todo el tiempo. Antes de que naciésemos, aquellos que nos precedieron crearon un enorme sueño externo que llamaremos el sueño de la sociedad o el Sueño del Planeta. El Sueño del Planeta es el sueño colectivo hecho de miles de millones de sueños más pequeños, de sueños personales que, unidos, crean un sueño de una familia, un sueño de una comunidad, un sueño de una ciudad, un sueño de un país y, finalmente un sueño de toda la Humanidad. El Sueño del Planeta incluye todas las reglas de la sociedad, sus creencias, sus leyes, sus religiones, sus diferentes culturas y maneras de ser, sus gobiernos, sus escuelas, sus acontecimientos sociales y sus celebraciones”. (Miguel Ruíz. Los cuatro acuerdos)

Esta descripción sobre la influencia de la educación que tiene la sociedad sobre nosotros es lo mejor que he podido encontrar, para comprender, por qué cada uno de nosotros NO ES lo que desea ser, sino lo que le infunden en su proceso educativo sus padres, la escuela y la sociedad en la que vive.

Así que, refinando la definición de “yo”, aportada por Buda como un elaborado de mi mente, hay que añadir que “yo soy” lo que la sociedad ha elaborado sobre mí y me ha hecho creer; lo cual, ni muchísimo menos es malo, sino todo lo contrario, porque ese elaborado cultural nos convierte en personas que nacemos y en muy pocos años adquirimos y hacemos nuestra toda la herencia cultural de siglos o milenios de evolución de la sociedad. De otra forma, de no producirse ese proceso educativo, seríamos perfectos y nobles salvajes, regidos exclusivamente por los instintos primarios.

Siendo por tanto el Sueño del Planeta, lo mejor que nos han podido transmitir nuestros mayores, existe en todo este proceso, un problema, que es el componente inercial de todo ese sueño. Quiero decir, mientras cada uno de nosotros vive según ese sueño aprendido, pero no es asumido como propio, lo vive de un modo inercial, con toda su carga credencial y vivencial, porque “mi yo real” no ha hecho aparición. Somos con ello sujetos pasivos de inmensas corrientes sociales que mantienen a sus súbditos perfectamente adoctrinados caminando hacia un objetivo o simplemente en una dirección, sin que el conjunto sepa el objetivo, el por qué ni el para qué, pero como eso es lo que le han enseñado, eso hacen y transmiten a las posteriores generaciones.

Y esto ya no es cultura, sino adoctrinamiento, ciego adoctrinamiento de un ejército de seguidores que siguen las pautas que le son marcadas, sin cuestionarse nada.

En la cultura occidental, la Iglesia católica, en nuestro caso, ha ido elaborando a lo largo de los siglos, todo un “sueño del Planeta católico” en relación con el mensaje de Jesús, que es lo que conocemos como doctrina católica. Es algo así como la hoja de ruta de la trashumancia para llegar a Compostela y toda la logística establecida a lo largo del Camino, con los albergues, corrales e indicadores de la ruta, las flechas amarillas, para evitar que la gente se pierda.

Como buenos pastores del rebaño, ha cumplido su misión perfectamente. Dicho, así las cosas, todo buen católico lo que ha de hacer es asumir como propio el adoctrinamiento y seguir las flechas amarillas. Y lo mejor es que no se cuestione nada, porque así no hay peligro de que ante alguna bifurcación del camino se pregunte qué alternativa tomar.

Haciendo, así las cosas, la parroquia está tranquila, pasta en las verdes praderas y si llega la tormenta, o se acerca el lobo, los pastores saben lo que tienen que hacer para proteger con sus perros al rebaño.

Siguiendo la tradición cristiana de bautizar a los recién nacidos y dentro de una sociedad cristiana, en principio no caben más cuestionamientos, ni hay muchas posibilidades de bifurcaciones en el camino, de modo que es fácil seguir el estilo de vida católico con una inmensa mayoría de gente que también lo sigue. Siempre habrá algún contestatario, tachado de insolente que se haga preguntas, pero al ser la megatendencia social la católica, no suele haber problema.

La cuestión es cuando la sociedad civil deja de ser mayoritariamente católica y con ello, comienzan a trazarse en el camino de flechas amarillas, multitud de desvíos, algunos bastante lógicos de tomar. Es mas, en la actualidad, ya hay tantas alternativas que las flechas amarillas se confunden con las otras indicaciones que apuntan a otras direcciones.

Y es que el “Sueño del Planeta” es, con todas sus virtudes, un camino inercial, donde cada cual jamás se ha cuestionado ni su sentido ni su significado, es decir, no está interiorizado, no se ha hecho personal, propio, íntimamente suyo, sino que es simplemente seguir la tendencia credencial de sus padres y de su comunidad.

Al ser el bautismo un sacramento que recibimos nada más nacer, aunque existan los padrinos y los padres se comprometan y etc., etc., “yo” no elegí ser cristiano católico, lo decidieron otros por mí. Luego, en el proceso de adoctrinamiento me darán las claves necesarias para que esa decisión que tomaron otros por mí, las pueda hacer mías y seguir el camino trazado. Cuando sólo hay un camino, no hay problema, pero cuando comienzan a aparecer varios o muchos, es lícito preguntarse por qué el camino católico es el correcto y no otro. Y, sobre todo, cuando la sociedad civil ya no es mayoritariamente católica sino mayoritariamente laica o, incluso, contraria a lo católico, terminando por ser los católicos una minoría sociológica, termina siendo “condición si-ne-cua-non”, respondernos a nosotros mismos a la pregunta de ¿por qué soy yo cristiano?

Y la respuesta no es fácil y, tanto menos fácil cuanto la fe vivida ha sido básicamente inercial. Porque es entonces cuando nos toca comprobar la solidez de los fundamentos del cristianismo que me infundieron mis ancestros por mí. Y cuidado, puede ser que la casa esté construida sobre arena, vinieron los vientos y los torrentes y puede que no quede nada de esa casa.

Es aquí, donde cada cual, si quiere realmente ser seguidor de Cristo, tiene que enfrentarse con la Verdad, que no es la misa de los domingos y los deberes perfectos de un derecho perfecto. No. La verdad NO ESTÁ fuera, en las liturgias ni en los dogmas aprendidos, sino en el interior de cada uno de nosotros. Descubrir la Verdad es descubrir el grado de vitalidad que tenga nuestra vida interior, donde Dios habita, lo sepamos o no.

Jesús no vino para continuar la inercia judía basada en el derecho perfecto, en el cumplimiento de la Ley, en la justicia, sino a fundar una nueva vida del hombre basada en el derecho imperfecto, que es el derecho en el que se basa el Amor y la Misericordia, que son los deberes imperfectos que nos abren la puerta de la vida eterna, una vida que reside en nuestro interior y se transmite al exterior. Y no al revés.

Tal y como veo yo todo este tema, la Iglesia se ha centrado tanto en el componente comunitario de la fe, lo ha desarrollado hasta tal extremo, que parece como si se hubiera olvidado de que, la clave de todo está en lo más profundo del corazón del ser humano, donde Dios, donde Jesús y el Espíritu Santo, habitan realmente.

Además, habita en el sagrario, sí, pero de nada sirve el copón consagrado si el alma no lo está.

El Muro

Y de nuevo “el Muro”, lo que separa, lo que aísla y confina; un muro que se levanta entre el derecho perfecto del cumplimiento de la Ley y el derecho imperfecto que sólo se centra en el Amor.

Si os acordáis, Von Newman vaticinó en los años cincuenta que en algún momento de este Siglo XXI, se producirá lo que él denominó, el “punto de singularidad”, aquel momento en el que la IA, la Inteligencia Artificial, podrá tomar decisiones con independencia del ser humano; es decir, dejará de comportarse cumpliendo las reglas de inferencia de los sistemas expertos, para tomar ella sus propias decisiones, según su propio código de conducta que se habrá ido creando sin intervención humana.

Como quiera que, según las tradiciones religiosas, los seres humanos, nada más ser creados vivimos ese punto de singularidad respecto de Dios, por el cual comenzamos a tomar nuestras propias decisiones respecto de la sabiduría con la que Dios nos había creado, ¿qué es lo que intentan hacer las religiones? Elaborar sistemas credenciales basados en leyes morales, a semejanza de los sistemas expertos, por los cuales, las posibles bifurcaciones de comportamiento humano estén perfectamente predefinidas, y con un código de sanciones abrumador, a fin de que a nadie se le ocurra saltárselo.

Es decir, han levantado un imponente muro entre nuestra capacidad de obedecer y nuestra capacidad de amar. Han elaborado (acaso sin querer) todo un derecho perfecto para neutralizar la capacidad del hombre de vivir según la llamada libre del espíritu.

Y es así como el común de las gente vivimos “una fe tan sincera como ingenua”, como calificaba el sabio Abul-Ala-al-Maari a la fe de los frany (los cruzados), gentes que guiadas por esa sincera pero ingenua fe, enarbolaron la cruz de Cristo, desde su condición de pueblos bárbaros recientemente bautizados (como los denominaba Ana Comneno, la primogénita de Alejo I, el Emperador de Bizancio), y que en aras de recuperar los santos lugares para la Cristiandad, cometieron en nombre de Dios los más atroces crímenes, como lo que eran, bárbaros, contra los pueblos que habitaban Palestina en los Siglo XI a XIII, bastante más cultos que ellos. (Ref. del libro “Las cruzadas vistas por los árabes” de Amin Maaluf).

Jesús de Nazaret vino a derribar el muro que, en su caso, la casta sacerdotal judía había levantado en la fe de sus gentes. Pero aunque al principio sí, lo consiguió a costa de su vida, por la total negativa de los poderes religiosos a que el muro fuera eliminado, finalmente ha vuelto la burra al trigo, y los sucesores de aquella casta, poco a poco, lentamente, a lo largo de 2000 años, han levantado otro muro de características similares con el mismo objetivo, que el rebaño no se espabile y se disperse, como intentaron hacer las herejías, razón por la que las persiguieron con la hoguera. Que más vale tener las ovejas en el corral a que se dispersen y se pierdan por las verdes praderas.

Es el muro del derecho perfecto, de las leyes doctrinales, del Camino de Santiago perfectamente diseñado con flechas amarillas, hojas de ruta y una perfecta logística de avituallamiento, para que los peregrinos de la vida no se pierdan, ni les de por seguir caminos alternativos.

Es el muro del Sueño del Planeta, del Sueño de la Iglesia que nos es implantado en la mente y corazón, en el adoctrinamiento doctrinal. Todo para evitar que nuestra particular IA (Inteligencia Autónoma) no haga su aparición y se cuestione el por qué del muro.

Todo está bien

Cualquiera podría pensar que estoy haciendo una despiadada crítica a la labor de las religiones, en especial de la católica. Y nada más lejos. ¿Qué pasaría si, estando en Roncesvalles, quisiéramos dirigirnos a Finisterre, al final de nuestro Camino en la vida, pero no estuviera trazado el Camino de flechas amarillas. Con sólo saber que se encuentra en el Oeste, no es suficiente para realizar el recorrido. Si es con las flechas y a veces los peregrinos nos confundimos y desviamos, imaginaos sin las flechas.

Las flechas están bien puestas, nos indican el camino recto. El problema es que no desarrollan en nosotros ninguna capacidad más allá de la de obedecer ciegamente.

Hay naves en el mar que transportan viajeros; son las sectas y religiones, los dogmas y las organizaciones religiosas. Las naves naufragan y sus restos (las tablas) se hunden; es decir, incluso las buenas obras que no llegan a la abnegación total y toda fe que no es el conocimiento unitivo de Dios. La liberación hacia la eternidad es el acto de lanzarse al mar, a riesgo, de poner en peligro la propia vida. Porque “el mar” es el Océano de Dios.

Esta reflexión es de Niffari el egipcio, un exponente del sufismo, la rama mística del Islam. Cuando uno intenta desviarse de las flechas amarillas, es como tirarse al agua desde el barco de la fe donde vamos todos juntos capitaneados por nuestro sacerdote capitán.

Pero en el agua, no sabemos nadar y tenemos el riesgo de hundirnos. Niffari lo describe muy bien. Es arriesgado, y así, nuestros pastores nos quitan de la cabeza la necia idea de tirarnos al agua, de salirnos del Camino, donde sólo hay peligros, llanto y rechinar de dientes.

Pero la vida pasa, evoluciona y también nosotros evolucionamos y podemos llegar a ser capaces de plantearnos caminos alternativos, tirarnos al agua, superar ese punto de singularidad tan temido por las autoridades eclesiásticas y explorar nuevos horizontes. O esperar a dónde conducen las flechas amarillas y ver, una vez allí, si ese es el final del camino (Compostela) o hay algo más allá, para descubrir que sí, que hay algo más allá que no nos han contado hacia donde ya no hay flechas amarillas.

Esta fue mi decisión. Alguien me contó, haciendo el Camino de Santiago, que más allá de Compostela, que marca el final del Camino para la Iglesia, hay un más allá, Finisterre. Así que tras llegar a Santiago, crucé mi punto de singularidad y me dirigí a Finisterre.

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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