18/1/21

El Muro (Proyecto “La Física de la Espiritualidad”: 3)

El Muro de Pink Floyd, o la Caverna de Platón. El significado es el mismo, algo que divide dos escenarios, uno es en el que vivimos y el otro es el que no vivimos y “algo” nos dice que está más allá.

Decíamos, que la Teoría de Sistemas se basa en un principio que es casi un axioma. La realidad está ahí, fuera de nosotros, inaccesible y lo único que podemos hacer para comprenderla, para movernos y manejarnos dentro de ella es captar las señales, la información que penetra por nuestros sentidos y elaborar cada uno de nosotros, nuestros particulares “modelos mentales” con los que llegamos a la conclusión de que el mundo, la realidad, “es como…” un conjunto de variables, unas pocas, que hemos seleccionado de entre las miles o millones que la conforman, que parecen estar relacionadas entre sí, y parece que se comportan de una determinada manera.

Si ese fuera el proceso que desarrolláramos para comprender la realidad, pues está bien, pero sabemos que no es así, que los modelos mentales sobre la realidad nos son impuestos, inyectados, por la educación. Así que como los niños del Muro, salimos de la escuela de la infancia “programados”, constituyendo al final, también nosotros, “another brick in the Wall” (otro ladrillo en el muro), para la siguiente generación.

No hemos tenido que esperar a Pink Floyd para comprender esta triste realidad de esa programación neurolingüística que nos levanta una frontera entre aparentemente dos mundos, el nuestro y el otro, nosotros y los otros, este mundo y el otro, yo y lo que me rodea. Y etc., etc.

El espíritu de la colina

Es aquel impulso surgido de las tripas que impulsó al ser humano a preguntarse qué hay más allá de “esa colina” que me parece tan alta que me impide ver lo que está detrás. Así que ese impulso, esa pregunta, le movió a caminar, explorar, superar la colina para descubrir un nuevo valle, un nuevo horizonte. Y así, poco a poco, tras miles de años, el hombre conquistó la Tierra.

Este impulso lo tenemos todos en nuestro ADN. Es nuestro afán de conocer, de comprender, acaso de sentirnos unidos a lo que ven nuestros ojos y ello nos impulsa a movernos en ese afán de descubrir lo que se oculta a la vista.

La cuestión es preguntarnos quién ha colocado ese muro ante nuestros ojos. Porque el Muro es una inmensa obra de ingeniería psicológica que de alguna forma se contradice con la idea de Creación, de Universo (uno y lo que gira en rededor, todo es uno). Así que, partiendo de lo físico, nos encontramos que el mundo físico está lleno de barreras, de muro que separa unos mundos de otros, unas realidades de otras, lo conocido de lo desconocido. Y ese “espíritu de la colina” ante el Muro, nos surge la nausea de sentirnos aislados de lo que está más allá, nos incita a tratar de superarlo.

Desde nuestros orígenes naturales, también llevamos impreso en nuestro ADN ese instinto de ataque – defensa, que nos incita a atacar para adquirir bienes para vivir y defendernos de los que quieren vivir a nuestra costa. Es un instinto animal de ataque y de huida o de protección “detrás de un Muro que nos proteja”.

Así que el Muro, la muralla de la ciudad, del castillo, es un sistema de defensa ante un peligro que nos amenaza. O un obstáculo que nos impide avanzar hacia algo que no conocemos y que nos interroga qué habrá detrás de la colina, del muro, de la valla.

Muros cóncavos o convexos; o lineales

El Muro puede ser cóncavo, es decir, un muro que nos encierra dentro de un confinador como para defendernos de “algo”; o convexo, que nos separa de una fortaleza, de “algo” por conquistar, por conocer. O también puede ser o, podemos verlo como lineal, es decir como una separación entre dos escenarios ilimitados, que tanto a derecha como a izquierda no se le ve el fin.  El muro cóncavo nos induce un sentimiento de seguridad o de prisión y de temor ante lo que pudiera haber fuera, una actitud de vida “a la defensiva”. El muro convexo nos induce un sentimiento de deseo de conquista, de adquirir y poseer lo que pudiera haber dentro, los impulsa a vivir “a la ofensiva”. El muro lineal nos interroga sobre el infinito, lo ilimitado situado tanto a este lado como al otro.

Cada cual tiene que meditar sobre cómo ve el muro que tiene delante de él o ella. Si es cóncavo, cosa que está subvencionada por la “Organización”, que diría mi buen amigo Fidel Delgado, probablemente lo verá como los límites de su casa, de lo que últimamente viene a denominarse “zona de confort”, donde, aunque vivamos una vida cutre, al menos la conocemos (la zona) y nos sentimos “como en casa”, mientras nos dicen que no nos aventuremos a la zona de aprendizaje y mucho menos a la zona de pánico como explica aquel video de “Inknowation”. En este escenario, perfectamente programado desde nuestra infancia es en el que solemos movernos y por el que las personas se dividen en resignadas, inquietas o “inconfortmistas”.

Si el muro es convexo, nuestra visión de la vida es opuesta a la del muro cóncavo. Vivimos en un amplio escenario por donde nos sentimos seguros de movernos por aquí y por allá pero este amplio escenario, resulta que tiene colinas o fortalezas que nos gustaría conocer qué esconden dentro o más allá. Y la curiosidad nos mueve a perforar el muro y entrar dentro. En ambos casos, esa visión, tanto cóncava como convexa se produce porque o bien nos sentimos encerrados en un mundo limitado, del que queremos salir, aunque nos de miedo y vivimos a la defensiva, es más, el Muro es un sistema subjetivo de defensa ante las amenazas exteriores a nosotros; o bien sintiéndonos dueños de nuestro territorio, nos fastidia no poder acceder, conocer y dominar esas fortalezas amuralladas que “nos tocan las narices”, lo que nos hace vivir a la ofensiva, prevaleciendo la actitud de ataque, de conquista.

En nuestra vida, el muro varía de forma muchas veces; para unas cuestiones el muro lo vemos cóncavo y para otras convexo, depende de nuestro dominio del entorno.

Pero la visión más objetiva, menos dependiente de nuestro estado de ánimo es la visión del muro lineal, un muro que es “como si…” separara dos mundos infinitos o al menos ilimitados. Y acaso hasta puede que veamos dos muros lineales, como le sucede a la Física moderna, que ha levantado dos muros ante una misma realidad. Por un lado está nuestro mundo, gobernado por la Física de Newton, por la mecánica celeste, por la Física que gobierna nuestra vida diaria, la que aprendemos en el colegio (o se aprendía al menos, que ahora, con las nuevas leyes educativas, no sé yo). Einstein viene y nos describe el macrocosmos con la teoría de la Relatividad de lo infinitamente grande. Y viene Planck también y simultáneamente a Einstein nos describe el microcosmos con la Teoría cuántica, con la mecánica cuántica de lo infinitamente pequeño. Y no son capaces de ponerse de acuerdo. Cada cual levanta su muro lineal y ambos nos dejan en medio con nuestra física de “velocidad igual a espacio partido por tiempo”, que para andar por casa, nos sirve.

Rayas, coordenadas y sistemas de referencia

En el fondo, vivimos en un sistema humano que a lo largo de miles de años ha evolucionado sobre la base del establecimiento de códigos de conducta, la Ley, y de creencias, las religiones. Según estos códigos, un papel firmado por alguien certifica que estamos muertos (certificado de defunción), o que hemos nacido (certificado de nacimiento). Nuestra vida es un papel. Sin papeles no somos nadie, ni siquiera existimos (diplomas, certificados, contratos, títulos, pasaportes, DNI, etc). Papeles que dicen que vivimos, que lo hacemos en un sitio, que creemos en tal o cual religión, que estamos enfermos, o sanos, que sabemos, que estamos capacitados. Y la cosa es de tal modo que en nuestro sano juicio a nadie se le ocurre transgredir esas rayas (esos muros) que separan a aquellos que tienen de los que no tienen tal o cual papel que les acreditan para tener tal o cual atributo.

Pero estas reglas las establecen los hombres sobre la base de la creencia de conocer la realidad que tratan de reglamentar. Mi buen amigo Fidel, que he mencionado antes, nos contó en un seminario que vivimos con él, la parábola del elefante.

En un país de ciegos, donde todos eran ciegos, y todos estaban perfectamente organizados en medio de su ceguera, llega a las inmediaciones de la ciudad reino, amurallada con una empalizada (con su muro), un mercader que viajaba con un elefante. Como quiera que estuviera cansado, decidió descansar durante un rato. El elefante al caer y tumbarse provocó un espantoso estruendo que hizo temblar toda la ciudad. Los ciegos se asustaron tanto que decidieron enviar una patrulla de reconocimiento para ver qué era lo que había provocado el temblor de tierra. Un comando de ciegos llegó a las cercanías del animal, y con mucho temor, uno tocó la pezuña. Se retiró en seguida e informó que lo que había causado el temblor era un ser duro como una piedra, que impresionaba de muy poderoso, por lo que la ciudad corría un gran peligro. No seguros del dictamen de la primera patrulla, mandan a una segunda, y el explorador se topa con una oreja, que impresionaba de peluda y blanda. El diagnóstico era justamente el contrario. No parecía que lo que fuera pudiera ser peligroso. Una tercera patrulla se topó con la trompa y recibió el consabido trompazo. Salieron huyendo despavoridos y se enrocaron en la ciudad (dentro del muro). Se organizó entonces un gran batallón para salir a combatir el monstruoso ser. Pero cuando salieron, el mercader, tras su siesta, ya se había ido con su elefante, no sin antes dejar este los obligados excrementos y emunciones, de proporciones jamás imaginadas por aquellos habitantes. El comando de exploración no podía encontrar una explicación racional a todo aquello, por lo que se convocaron múltiples concursos de ideas para embarcar a las mentes más preclaras en investigar las posibles causas, efectos y consecuencias a largo plazo de aquel fenómeno provocado por tan quimérica criatura, y convertida finalmente en descomunal cantidad de excrementos. A raíz de aquello se crearon una serie de mitos y leyendas, todas, por supuesto falsas, que atemorizaron a toda la ciudad, de generación en generación, lo que por cierto, la casta sacerdotal, siempre solícita en eso de proteger a los indefensos fieles de los malos espíritus, aprovechó para convertir aquello en infundado temor que sólo ellos, los sacerdotes podían exorcizar, y en ningún caso desmontar, a lo que los fieles estaban totalmente volcados en apoyar con numerosos y generosos donativos.

En general, el conocimiento humano ha evolucionado desde el pensamiento mágico al pensamiento científico. En la medida en que ello ha sido posible, el hombre ha logrado comprender muchos misterios de la Naturaleza, inicialmente atribuido a dioses y fuerzas sobrenaturales, para pasar a ser comprendidas a través de modelos deterministas o estocásticos de comportamiento de las fuerzas físicas y de los seres vivos. Pero, no todo ha podido pasar al terreno de lo físico, de lo positivo. Ya supuso para las religiones, sobre todo la católica, muy serios reveses a la soberbia de los doctores de la Iglesia, aceptar a Galileo (que por cierto, tras 400 años, sólo hace veinticinco que tras diez años de sesuda deliberación, han reconocido los muy doctos príncipes de la Iglesia, que Galileo ¡¡tenía razón!!, que la Tierra gira alrededor del Sol y le han sacado del infierno de los herejes), o a Kepler, o a Newton, o a Darwin o a Einstein, o en general a cualquier científico heliocéntrico y no creacionista de los que en el mundo han sido.

Pero lo que no ha podido pasar al terreno de las ciencias positivas ha sido el mundo de lo sutil, de lo trascendente, de lo eterno. Ahí ha habido teorías para todos los gustos, y ahí ha sido donde las religiones se han forjado todo un imaginarium dogmático y popular que ha encorsetado mentes y conciencias entre límites infranqueables a riesgo de tormentos eternos, es decir, han creado “EL MURO” o los muros.

Es decir, se nos educa para estructurar unos sistemas de referencia, con unos límites, más allá de los cuales, si nos atrevemos a cruzarlos, “la cosa se pone muy chunga”.

El falso Muro de la mentira

Decimos de las religiones, pero nuestros poderes sociales y políticos, todos ellos, ya se encargan, cada cual en su ámbito de mantenernos a buen recaudo, porque tanto la Libertad como el conocimiento de la Verdad suponen un serio peligro para ellos; para las religiones, porque el conocimiento de la Verdad y la Libertad de pensamiento puede alterar el rebaño, con riesgo de que se escape del corral y se pierda más allá de los límites de la diócesis. Para los gobiernos, porque ese mismo conocimiento de la Verdad y la Libertad de pensamiento puede convertir a la sociedad en ingobernable, rebelión en la granja.

Así que en ambos casos, lo mejor es “construir un imaginario”, una “mátrix” en la que todos nos movemos entre rayas, coordenadas y sistemas de referencias inventados, elaborados, diseñados para que cada cual camine y viva; algo así como las “narrativas” de la serie “Westworld”, donde los actores (anfitriones) son androides programados para desarrollar todos los días el mismo papel, porque mirad lo que pasó cuando Dolores despertó.  

Y este modelo de realidad virtual nos lo han inyectado tan profundamente, que “es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada”, otra memorable frase del genial Mark Twain. Y así funciona el mundo, cosa que, supongo, a nadie le cogerá de sorpresa.

Así que la conclusión de todo esto es que “los muros no existen en realidad”, son una mentira basada en mentiras; un diseño social y religioso que nos obliga a separarnos los unos de los otros, de modo coercitivo, a riesgo de penas infernales o legales, según el dictador sea religioso o civil. Así, por ejemplo, en la actual crisis sanitaria, se ha realizado un experimento social a propósito del virus, para obligarnos a obedecer y llevar en todo momento mascarilla y mantener la distancia de seguridad; cosa recomendable, en el caso de que haya un virus por medio, pero seguro que cuando ya no haya, se nos habrá inyectado el miedo a quitarnos la mascarilla y a darnos besos y abrazos, es decir, se nos ha incitado a levantar nuevos muros invisibles, a convertirnos en individuos individualizados y aislados, institucionalizados en el aislamiento de todo lo que nos rodea. Un muro individual, una cápsula del tamaño de un sarcófago, casi de un féretro, donde ¿sentirnos protegidos?

Si nos damos cuenta, la distopía que relata nuestro libro “Consciencia y sociedad distópica” es una genial narrativa típica de un parque temático altamente tecnológico 4.0, como el de la serie Westworld, que nos sumerge en un mundo enloquecido donde la vía de escape es el confinamiento individual dentro de un muro cóncavo, cilíndrico que nos envuelve y separa de nuestros seres queridos (ni siquiera es un muro donde encerrar a una colectividad, que está dejando de existir). Y eso sí, no hay que preocuparse que, para eso está la realidad virtual, para simularnos un “mundo feliz”, con el que nuestros hijos y nietos, nativos o cretinos digitales, llegan a este mundo con un cociente intelectual cada vez menor que el de nosotros sus padres o abuelos, como ha descubierto el neurobiólogo Michael Desmurget y explica en su libro “La fábrica de cretinos digitales”.

La Física de la Espiritualidad

Y llegamos, tras esta meditación, al muro de los muros, al que nos ha convertido desde que habitamos en este planeta, en seres esquizoides obligados a vivir “entre Pinto y Valdemoro”, en tierra de nadie, más cerca de la orilla del mundo físico que del espiritual, haciéndonos creer que no hay margen espiritual, que somos materia, aunque “algo” dentro de nosotros, que no acertamos a saber qué es, nos dice que hay algo más allá tras el río de aguas turbulentas donde se nos obliga a vivir. Que los mundos físico y espiritual son incompatibles. Los frikis del mundo físico nos dicen que lo espiritual es pura fantasía. Los frikis de lo espiritual nos dicen que los enemigos del alma son el mundo físico, la carne y, por supuesto el demonio.

En ambos casos, tanto por unos frikis como por otros, se nos obliga a confinarnos bien en el mundo físico donde “esto es lo que hay” y no hay más, salvo ideas fantasiosas de mundos irreales, bien en el mundo espiritual, a buen recaudo de los terrores del infierno físico.

Ambos frikis nos han diseñado una realidad absolutamente falsa, escandalosamente falsa. Porque el espíritu humano es físico y la biología humana es espiritual, son inseparables, en especial en nuestra realidad de quinta raza raíz, donde procediendo del mundo natural, estamos en tránsito hacia lo espiritual.

En el Siglo XVI, en España, una excepcional mujer se dio cuenta de esta realidad, de que las autoridades espirituales de la época habían olvidado el aspecto carnal y humano de la espiritualidad; un aspecto que dejó clarísimo Jesús de Nazaret a quien la Iglesia se había encargado de colocarlo en la almendra del Pantócrator inaccesible, en la cumbre de la divinidad, a la derecha del Padre.

La referida mujer se llamaba Teresa de Jesús, que se dio cuenta de que los doctores de la Iglesia nos habían robado la humanidad de Jesús. Qué sentido tenía su encarnación, si luego los curas le situaban allí, en las inaccesibles alturas del cielo, obligándonos a relacionarnos con Él a base de ritos adoratrices.

Ella se dio cuenta del error, que al manifestarlo en sus obras, casi le supuso la condena de la Inquisición. Así que, no obstante la oposición de la curia católica, ella desplegó definitivamente las bases y fundamentos de la Mística (en compañía de su inseparable compañero de aventuras, Juan de la Cruz), de esa relación con Dios a través de la relación de “dos enamorados”, de una chica (el alma) que siendo consciente de que ha permanecido (le han obligado a permanecer) dormida durante mucho tiempo, sueña con ser despertada con un beso de su Amado, Jesús de Nazaret. Al final, a Teresa le pasó como a Galileo, que la Iglesia la reconoció y la hizo santa y doctora de la Iglesia.

El cristianismo es la única fe que se basa, no en la relación del hombre con Dios (dicho esto con sumo cuidado para que se me entienda), sino del alma humana con su Amado, Dios hecho hombre de carne y hueso, encarnado con el objetivo de caminar a nuestro lado, de ser ese puente sobre las aguas turbulentas de nuestra vida. Un hombre que se dejó de zarandajas filosóficas y se centró en el famoso dicho de que a trabajar se aprende trabajando, a capar se aprende capando y a vivir se aprende viviendo. A amar se aprende amando… como Él nos amó y nos ama.

El cristianismo NO ES una filosofía de vida, (dicho esto también con sumo cuidado para que se me entienda) que necesite años de sesudo estudio, de acumular conocimientos, sino de despojarnos de todo lo que nos impide entrar por el pequeño agujero de una puerta muy estrecha, por donde sólo cabe un niño. Esa dificultad que supone atravesar esa puerta estrecha que separa falsamente el mundo físico del espiritual es la que tenemos que superar, no aprendiendo sino “desaprendiendo” todas las gilipolleces que nos han metido en la cabeza.

Dicen que los niños nacen con todos los chacras abiertos y que poco a poco nos loS van cerrando a base de la educación, de meternos con calzador “el sueño del Planeta” que diría Miguel Ruiz en “Los cuatro acuerdos”, esa síntesis de la filosofía de los indios toltecas.

Así que la cuestión es volver a abrir nuestros chacras y despertar o, esperar que el beso de nuestro Amado nos despierte a una realidad donde “el lobo y el cordero pacerán juntos, y el león, como el buey, comerá paja, y para la serpiente el polvo será su alimento” y donde ``todo valle será rellenado, y todo monte y collado rebajado; lo torcido se hará recto, y las sendas ásperas se volverán caminos llanos”.

“Nosotros no tenemos ningún mensaje, nuestro mensaje es nuestra forma de vivir” 
M. Gandhi

“Amaos los unos a los otros <simplemente> como yo os he amado”. Jesús de Nazareth

https://youtu.be/YR5ApYxkU-U (The Wall; Pink Floyd)

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Autor: José Alfonso Delgado

Nota: La publicación de las diferentes entregas de La Física de la Espiritualidad

se realiza en este blog, todos los lunes desde el 4 de enero de 2021.

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