6/11/18

Nuestros hermanos los animales


En todas las tradiciones religiosas antiguas (excepto el jainismo) aparecidas después del Neolítico es común la teoría de que el ser humano es superior a los animales, porque posee un espíritu distinto y singular capaz de reflexionar y razonar con una semejanza a lo divino que no poseen los demás animales.

El judeo-cristianismo es el responsable de esta teoría de superioridad. A lo largo de los siglos, salvo ciertas voces discrepantes, ha sido así. Solo se ha puntualizado usarlos sin crueldad gratuita, con el único objeto de no animar la misma crueldad contra los humanos.

Curiosamente, a pesar de las evidencias científicas que dicen lo contrario, se sigue afirmando que los animales no sufren. Esta teoría viene de nuevo de raíces cristianas derivadas del Génesis, donde se afirma que el sufrimiento solo es consecuencia del pecado original.

En honor a la verdad, es cierto que siempre han surgido en el Cristianismo voces discrepantes sobre lo anteriormente expuesto. Nos consta de algunos santos, como Francisco de Asís, Martín de Porres, Antonio Abad, san Roque y muchos otros… Y, sobre todo, destacando por su singularidad, la postura firme del Papa San Pío V, que en 1567 promulgó una bula anti-taurina rotunda, que actualmente sigue vigente, en el sentido de que serian excomulgados de la Iglesia aquellos fieles que asistieran a espectáculos taurinos y no serian enterrados en cementerios cristianos en caso de fallecimiento. A lo largo de los siglos, algunas autoridades eclesiásticas la han recordado, manifestando que la Iglesia continua condenando en voz alta, estos espectáculos sangrientos, como en su día, lo hizo el Papa Pio V. Sin embargo, se siguen celebrando corridas en homenaje a los santos locales. Y curas y párrocos bendicen a toreros y colaboran en festejos brutales con los animales, en honor de sus santos y vírgenes; siguen existiendo capellanes de toreros, así como celebraciones de misas en mataderos. Demasiada incongruencia y ausencia de rigor, que da lugar en algunas almas a la desorientación.

Sumergidos en esta cultura estamos. Y forma parte de nuestras creencias más primigenias. Consciente o inconscientemente, nos creemos los reyes de la Creación. Nos situamos en la cima del Planeta.

Nos hemos identificado, con imágenes y creencias vinculadas a la sociedad que nos rodea, nos sentimos tan sumergidos en esta realidad que sin darnos cuenta las hemos elevado a la categoría de Verdad. Así, poco a poco, se han ido creando patrones de vida individualista ajena a nuestras raíces, a nuestra verdadera pertenencia a la Tierra y al Universo creado en su conjunto. De esta manera, hemos ido perdiendo la consciencia de nosotros mismos, nos distraemos y nos entretenemos en aspiraciones materialistas que, día
a día, nos separan de nuestra verdadera realidad y nos convierten en objetos de mercado, imbuidos en un mundo de ilusiones ficticias que se va retroalimentando.

Y he aquí que ha sido creado el humano consumista, cargado de soberbia, que se cree el rey de la Creación y única realidad inteligente existente, que piensa las demás criaturas del Universo están a su servicio para explotarlos a su conveniencia, sin respeto alguno por su sufrimiento y por sus vidas. Qué el medio natural es una realidad ciega y el único foco de luz, es la mente humana que debe poner cauces “racionales” al mundo natural.

Como consecuencia, partiendo de esta ignorancia inconsciente, el debido respeto sagrado a la Tierra, a sus ciclos y a sus ritmos, a nuestro cuerpo, a las plantas, a los animales, al cielo, al agua, al aire, a las piedras… no existe, pues se percibe el medio natural como un vasto campo neutro, carente de significado intrínseco, que por tanto podemos manipular y explotar a nuestro antojo.

Esta arrogancia, tan miope y torpe, es consecuencia de la gran capacidad de destrucción de nuestra civilización y la criminalización de los animales, nuestros hermanos sintientes.

Tal vez, nuestro error principal es nuestra excesiva inconsciencia, que nos hace olvidar que absolutamente todo es expresión de la Inteligencia Universal, que es el entramado mismo de todo lo existente. Por ello, cuando el ser humano alcanza un determinado nivel de consciencia, contempla la existencia con una mirada muy distinta.

Siente que es lo mismo que cualquier cosa existente, procede de la misma fuente, tiene las mismas partículas, está hecho de la misma luz… y no es mejor que nadie, ni nadie mejor que el, pues están hechos de la misma sustancia. En este plano de evolución, quedamos absortos y maravillados ante el mundo que nos rodea, escuchamos la Inteligencia Universal que nos habla continuamente a través del Todo. Parece que estamos vinculados en una unidad en la que cada aprendizaje individual supone una ventaja evolutiva para la especie; y que existe un campo mental planetario que une todas las especies en general y cada una en particular.

El doctor David R. Hawkins, pionero de la medicina y de la investigación de la consciencia, explica en su libro Trascender los niveles de consciencia que “el campo intemporal de la consciencia es permanente y, por tanto, registra todo lo ocurrido dentro del tiempo/espacio/evolución (…) Este campo infinito es omnipresente, omnipotente, omnisciente, y solo puede ser identificado como el absoluto (…) Todo en el Universo, incluyendo un pensamiento pasajero, queda registrado para siempre en el campo intemporal de la Consciencia, que esta igualmente presente por doquier”.

Desde esta mirada, quienes entienden a los animales como parte de este Todo, donde la energía fluye de una vida a otra, sienten la necesidad no solo de protegerlos y respetar sus vidas, sino también de ofrecerles el más puro amor. Y como consecuencia, observar todo lo animado con un respeto reverencial, sagrado y amoroso.

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Autora: Ruth Santiago Barragán (luzdehuma@gmail.com)
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