27/3/10

Taller de Espiritualidad para Buscadores: Módulo 6


PARA TODOS LOS QUE DESEEN SEGUIR POR ESTE BLOG EL

TALLER DE ESPIRITUALIDAD PARA BUSCADORES

(Se publican en el Blog las entradas correspondientes a los distintos Módulos que configuran el Taller conforme éste se va desarrollando para l@s que lo siguen de manera presencial, comenzando el sábado 6 febrero y concluyendo el domingo 16 de mayo de 1020)

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Taller de Espiritualidad para Buscadores:

+ Módulo 1: Ver entradas del sábado 6 y domingo 7 de febrero.

+ Módulo 2: Ver entradas del sábado 13 y domingo 14 de febrero.

+ Módulo 3: Ver entradas del sábado 20 y domingo 21 de febrero.

+ Módulo 4: Ver entradas del sábado 6 y domingo 7 de marzo.

+ Módulo 5: Ver entradas de los sábados 13 y 20 y domingos 14 y 21 de marzo.

+ Módulo 6: Creación&Creador

Sábado 27 de marzo:

45. “Nada” versus “algo”

46. A propósito de la fe

Domingo 28 de marzo:

47. El Todo es Mente; el Universo es mental

Sábado 10 de abril:

48. Las tres partes de un acto único: la Creación

49. Concentración (“big”)

50. Expansión (“bang”)

51. Absorción y Unidad

Domingo 11 de abril:

52. Principio Único (Padre) y Espíritu o Amor (Hijo)

53. Verbo, condensación vibracional y materia

54. Lo No Manifestado y lo Manifestado

55. La Unidad Divina

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45. “Nada” versus “algo”

En lo Módulos precedentes han sido numerosas las referencias al Ser Uno (Todo, Dios,…), a la Unidad que Él engloba y explica y a la dimensión espiritual de los seres humanos. Es llegado el momento de ahondar al respecto, comenzando por el principio, esto es, por la esencia de la divinidad.

En este orden, cuando se trata de discernir sobre el Ser Uno, surge inmediatamente la pregunta que estremeció a Leibniz, Unamuno o Heidegger: ¿por qué hay “algo” y no más bien “nada”?. Lo cual abre una disyuntiva primigenia y radical que, como las nuevas tecnologías, es de base binaria (0/1): hubo un estadio o periodo previo en el que <> había ni existía (opción 0); o desde siempre y por siempre ha existido “algo” (opción 1). ¿Cuál de ambas opciones, 0 ó 1, es la cierta, ya que una, forzosamente, tiene que serlo y las dos a la vez no lo pueden ser?.

En mayo de 2008, Michael Heller -longevo sacerdote polaco, profesor en la Academia Pontificia de Teología de Cracovia- recibió el prestigioso Templeton Prize -galardón que desde 1973 otorga anualmente la Fundación del mismo nombre- por sus investigaciones dirigidas a elaborar una demostración matemática de la existencia de Dios. Según él, la ciencia no es sino un esfuerzo colectivo de la mente humana para leer la Mente divina. Sus indagaciones parten de la evidencia de que multitud de procesos del Universo pueden ser expuestos como una cadena de estados donde el precedente siempre sirve de causa para explicar el siguiente, de forma que en todo momento rige una ley que dicta cómo un estado sucede a otro. Sobre esta base, conectada con la noción de un Universo Inteligente, Heller despliega una serie de deducciones y argumentos para mostrar que cuanto existe ostenta una naturaleza matemática. Y concluye que la inteligibilidad de ésta por parte del ser humano constituye la prueba circunstancial de la existencia de Dios.

Eso sí, sus razonamientos arrancan de una toma inicial de partido por la aquí designada como opción 1, a partir de la cual se desarrolla y adquiere consistencia la demostración matemática. Y el sacerdote reconoce que su inclinación por esta alternativa no admite justificación científica, salvo -cabe apuntarle- la vía indirecta de la reducción al absurdo de la opción 0: de la “nada” no puede surgir nada (cero es igual a cero por más dígitos que contenga el número por el que lo multipliquemos) y, mucho menos, el grandioso y multifacético Omniverso del que somos parte. Expresado de otra manera, el infinito tiene que ser el productor de lo finito, aunque sea imposible determinar un momento en el tiempo en el que la producción no haya tenido ya lugar.

En cualquier caso, al hilo de lo reconocido por Heller, la decantación por la alternativa 1 no es tanto una elección racional en sentido estricto como fundamentalmente irracional, sensitiva, intuitiva e inspirativa. Fluye de nuestro interior cuando late la íntima convicción de que siempre existió “algo” y que ese algo es Dios. Lo que no significa ni que el intelecto humano no pueda acercarnos al conocimiento de la divinidad ni que espiritualidad y ciencia caminen por sendas antagónicas, como hoy se opina de manera tan mayoritaria como obtusa.

Como se ha recalcado en el Módulo 5, la mente humana, más allá de la utilización que cada usuario haga de ella, es una prodigiosa y armoniosa conjunción de biología, tecnología y arte, producto y resultado de miles de millones de años de evolución. Sería absurdo que una obra tan exquisita y un proceso tan prolongado y apasionante tuviesen como desenlace algo incapaz de discernir acerca de lo divinal y sus atributos; y sobre una Unidad en la que el propio ser humano se integra. Antes bien, parece del todo lógico que el intelecto esté en condiciones de acometer, aunque sea con humildad y modestia, tal discernimiento.

Así lo confirman las experiencias interiores y las aportaciones hacia el exterior que tantos hombres y mujeres han realizado a lo largo de la historia. Y también lo corrobora la interacción entre espiritualidad y ciencia ya abordada en epígrafes previos: los saberes espirituales abren las puertas a innovaciones científicas y éstas confirman aquéllos y coadyuvan a su mejor interiorización. De este modo fue en culturas arcaicas; y se comprueba en la actualidad cuando una serie de avances científicos –física cuántica, ciencia de partículas, teoría de cuerdas, física de la vibración, astrofísica del big-bang,…- están evidenciando lo atinado de reflexiones trascendentes que pertenecen al acervo cultural y espiritual de la humanidad.

Un acervo que tiene como pilar -hay que volver a subrayarlo- el intelecto humano; y que por milenios se ha plasmado en una gran variedad de escuelas y corrientes filosóficas y teológicas que arrancan de una convicción atávica sobre la existencia de un Creador y una concepción primigenia acerca de sus potestades. De ello, probablemente, han bebido la globalidad de las religiones hoy vigentes, adaptando a lo largo de los siglos esa base común a cada realidad social, educativa y geográfica.

Todo esto, a su vez, lejos de estar reñido con la “fe”, se halla estrechamente asociado a ella. Porque en el despliegue y desarrollo de la inteligencia humana la racionalidad y la irracionalidad pueden y deben caminar de la mano y en equilibrio, en los términos ya enunciados en otros apartados. Por lo que con rigor cabe refrendar la realidad de la fe como vivencia íntima, fuente de experiencia y de sabiduría: fe que busca la inteligencia (“fides quaerens intelectum”); fe para saber, o creer para entender (“credo ut intelligam“, en expresión de San Agustín). Porque, como indicó San Anselmo al hablar de la “operosa fides” y de la “otiosa fides“, la fe que no trata de entender es una fe ociosa.

Una fe que no sabe de iglesias ni de credos. Una fe inteligente, operante, viva, válida para comprender. Una fe que es el suplemento de conocimiento que nos proporciona la revelación interior a la que los seres humanos tenemos acceso. Revelación que no sucede aleatoriamente o por azar, sino que, como ya se ha tratado, está ligada a nuestro Yo profundo y al aumento del grado consciencial. Por lo que la fe, para que dé sus frutos, debe volcarse en una práctica cotidiana de la misma –estadio de conciencia y sus correspondientes experiencias- que confirmará en el día a día la veracidad de lo que anuncia y ayudará a profundizar en ella mediante la elevación del nivel de consciencia.

Planteamientos que ayudan a interiorizar el mensaje que un grupo de monjes contemplativos católicos remitió al Sínodo de los Obispos, en septiembre de 1967, sobre la posibilidad de que el ser humano entable un coloquio con Dios. En él, frente a la idea imperante incluso entre muchos creyentes de que no es posible llegar a Dios -desconocido e inaccesible, “completamente Otro”-, muestran su convencimiento de que Dios “concede al espíritu atento y purificado el don de alcanzarlo más allá de palabras e ideas”, añadiendo que “la fe desemboca en la seguridad inamisible colocada en nuestros corazones por Dios mismo” y que “en el Espíritu hemos comprendido que en Él tenemos acceso a Dios por la fe reintegrados en nuestra dignidad de Hijos de Dios”. Y concluyen: “El conocimiento místico cristiano no es solamente el conocimiento oscuro del Dios invisible; es, en el encuentro de un amor personal, una experiencia de Dios que se reveló a fin de hacernos participar en el diálogo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y, justamente, en la Trinidad de las Personas es en donde Dios se nos revela como completamente Otro y, al mismo tiempo, como más cerca de nosotros que cualquier otro ser”. En los próximos epígrafes y capítulos se comprobará la veracidad de estos asertos.

46. A propósito de la fe

Y a propósito de la fe a la que se acaba de hacer repetida referencia, hay que subrayar un hecho objetivo: es en el mensaje del Maestro Jesús donde la fe ostenta un protagonismo bastante más remarcado y acentuado que en las demás escuelas espirituales. Si hubieras dudas al respecto, os aconsejo la lectura del libro En defensa de Dios (Paidos; Barcelona, 2009), de Karen Armstrong, experta mundial en religiones, que explica con detalle el papel central que la fe tiene en las manifestaciones publicas de Jesús, sin parangón en ninguna otra tradición o corriente espiritual.

Es suficientemente conocido y los Evangelios lo constatan, que Jesús regañó una y otra vez a sus discípulos por su falta de fe, mientras alababa la de los gentiles, que parecían entender sus enseñanzas mejor que sus propios paisanos judíos. Igualmente, a quienes le pedían una curación, les exigía como requisito previo que tuvieran fe, auténtica llave con la que abrir el cofre de los milagros.

Y famosa es su aseveración, recogida en el Evangelio de Mateo (17, 14-19) acerca de que la fe mueve montañas y de que con ella “nada os será imposible”.

Ahora bien, ¿qué quiso expresar Jesús cuando tanto hablaba de fe?. Pues para saberlo, hay que acudir obligatoriamente a su idioma nativo. Se puede comprobar así que con esta expresión hacía mención a lo que en las primeras transcripciones al griego de sus enseñanzas se sintetizó en el vocablo “pistis” (su forma verbal es “pisteuo”), palabra traducida como “fe” en el Nuevo Testamento y que significa literalmente, “confianza, perseverancia y compromiso”.

Por tanto, la fe en boca de Jesús no fue utilizada como sinónimo de “creencia”, ni tampoco como llamada a que la gente tuviera que “creer” en él o en “algo”. Hablaba el Maestro de confianza, perseverancia y compromiso, es decir, de cosas muy distintas a la fe ciega, los dogmas de fe, las doctrinas impuestas bajo la intimidación del “temor de Dios” o la ortodoxia oficial que castiga como herejía todo aquello que no coincide con sus postulados. A los que durante siglos y aún hoy día se esfuerzan en transmitirnos esta visión obtusa y absurda de la fe hay que estarle agradecidos. No en balde, debido a ellos estamos en condiciones de entender mucho mejor el mensaje auténtico y trascendente de Jesús a propósito de la fe y sobre el que de inmediato volveremos.

Pero antes hay que preguntarse qué ha ocurrido para que históricamente se haya producido esta tergiversación de contenidos. Desde luego, ha habido personas y colectivos que conscientemente han influido en ello, dando a la fe la interpretación que más convenía a sus intereses terrenales, por más que los disfrazaran de celestiales. Sin embargo, el origen sustantivo de la confusión radica en la “Torre de Babel”, es decir, en las diferencias de lenguas y en sus distintas acepciones y construcciones sintácticas y gramaticales.

Debido a esto, cuando san Jerónimo (342-420) tradujo el Nuevo Testamento del griego al latín, no encontró mejor transcripción para el vocablo griego “pistis” que el término latino “fides”, esto es, “lealtad”; además, dado que “fides” carece de forma verbal, en lugar del griego “pisteuo” (formal verbal de “pistis”) usó el verbo latino “credo”. Seguro que lo hizo lo mejor que pudo y supo, pero, con el paso de los siglos, provocó que en idiomas derivados del latín, como el español, “la confianza, la perseverancia y el compromiso” reclamados por Jesús fueron sustituidos, como señala el Diccionario de la Academia de la Lengua, por la exigencia de “fidelidad” y el “asentimiento a la revelación de Dios”, convertido finalmente por la Iglesia romana en la primera de las virtudes teologales.

En cuanto a las lenguas anglosajonas, la reinterpretación de la fe vivió en dos fases. Primero, al traducirse la Biblia al inglés, “credo” y, por ende, “pisteuo” se convirtieron en “I belive” (“yo creo”) en la versión del rey Jacobo (1611); y se asocio al término “belief” (“creencia”), que en la época era entendido como “lealtad” a una persona a la que se está ligando por promesa o deber (por ejemplo, en la figura del caballero de Chaucer, cuando suplicaba a su patrón “accepte my bileve”, quería decir “acepta mi fidelidad, mi lealtad”). Posteriormente, este significado cambió. Concretamente, a finales del siglo XVII, cuando nuestro concepto de conocimiento se hizo más teórico, la palabra “creencia” empezó a usarse para describir el “asentimiento” a una proposición hipotética y con frecuencia dudosa. Científicos y filósofos fueron los primeros en utilizarla en ese sentido, hasta que bien entrado el siglo XIX también así quedó formulada en los contextos religiosos.

Por tanto, lo que el Maestro Jesús nos solicita no es “fidelidad”, ni “creencia”, ni “asentimiento”, sino “confianza, perseverancia y compromiso”. Esto es:

+Confianza: Su manifestación más genuina y acabada es la confianza en la Providencia.Y ello en el convencimiento pleno de la perfección de la Creación. Todo es perfecto y no ha lugar a preocupaciones ni sufrimientos, que no son sino muestras de engreimiento y vanidad. Vive en el presente, en el ahora, como las aves del cielo y los lirios del campo. Y no te identifiques con los apegos y anhelos materiales (bienes, poder, éxito, reconocimiento social, qué dirán,…) que, en vez de llenar tu vida, terminarán sepultándola bajo su peso.

+Perseverancia: Está íntimamente relacionada con el trabajo interior de cada uno para activar nuestro Yo Verdadero -nuestra dimensión espiritual, eterna e infinita- y permitir que tome las riendas de nuestra vida, en lugar del pequeño yo, el ego, que sólo se percata y vive para el mundo de “ilusión” (maya) de las formas materiales, el tiempo y el espacio (tercera dimensión).

+Compromiso: Porque el crecimiento espiritual –activación del Yo Verdadero-, si es tal, genera Consciencia de Unidad y, con base en esta, Amor Incondicional hacia todos y hacia todo. La quietud –contemplación, Ser- es también movimiento –acción, Amor-. Y éste se manifiesta en el amor al prójimo, la armonía con la Naturaleza y el Cosmos, la compasión y la “evangelizacion” (que no es otra cosa que dar lo que somos -y recibiremos lo que damos-). Jesús quería discípulos que se comprometieran con su misión, que dieran todo lo que tuvieran, que se negaran a dejarse obstaculizar por los lazos familiares, que abandonaran su orgullo y dejaran a un lado su engreimiento y su sentimiento de superioridad y que difundieran la buena noticia del Reino, que está dentro de nosotros mismos, a todos –incluso a las prostitutas y los recaudadores de impuestos- y llevaran una vida compasiva, no limitando su benevolencia a los seres “queridos” o las personas respetables y convencionalmente virtuosas.

Esta fe o “pistis” –conjunción perfecta de confianza, perseverancia y compromiso- sí que mueve montañas; y desencadena un potencial humano insospechado capaz de hacer realidad el “nada no es imposible” prometido por Jesús. La fe radicalmente cristiana no es, pues, una creencia, mucho menos un asentimiento, sino una vivencia directa e íntima de la propia divinidad que todos atesoramos en nuestro interior y que es la mejor fuente de experiencia y sabiduría: fe que busca la inteligencia (“fides quaerens intelectum”); fe para saber, o creer para entender (“credo ut intelligam“, en expresión de San Agustín). Porque, como indicó San Anselmo al hablar de la “operosa fides” y de la “otiosa fides“, la fe que no trata de entender es una fe ociosa.

Una fe que no sabe de iglesias ni de credos. Una fe inteligente, operante, viva, válida para comprender. Una fe que es el suplemento de conocimiento que nos proporciona la revelación interior a la que los seres humanos tenemos acceso. Revelación que no sucede aleatoriamente o por azar, sino que está ligada a la activación de nuestro Yo Verdadero (con perseverancia). Por lo que la fe, para que dé sus frutos, debe volcarse en una práctica cotidiana de la misma (Amor Incondicional, compromiso) que confirmará en el día a día la veracidad de lo que anuncia y ayudará a ahondar en ella mediante la elevación del nivel de consciencia.

Por tanto, ¡anímate a mover montañas!. Con confianza, perseverancia y compromiso, enciende tu Yo Verdadero y llena el mundo de Amor Incondicional. Y reconociéndote como Hijo de Dios no ya porque te haya creado Él, sino porque eres Él, ilumina Todo con confianza, perseverancia y compromiso. Comprobarás que nada, absolutamente nada, te es imposible.

No te pido que asientas, sino que vivas con fe. No te solicito que creas en nada ni en nadie, salvo en Ti Mismo. Guardas en tu interior un potencial tan colosal que no existen palabras para describirlo, ni fuerza humana capaz de abarcarlo. Y estás en disposición de elegir.

Puedes optar por continuar desplegando tu existencia encarnado en modalidades de vida, como la humana actual, propias de la tercera dimensión. Quizá te impulsen a ello tu deseo consciente de estar cómodo entre las cosas y querencias materiales, el miedo a perder lo que posees y tu anhelo inconsciente de controlar el mundo exterior –personas y Naturaleza incluidas-.

Y también puedes escoger el adquirir y desarrollar una nueva consciencia en sintonía con la cuarta y quinta dimensión. En éstas, la materialidad es una “ilusión”, algo ficticio, y el mundo externo y el interno son uno. Y Tú eres tu Ser profundo, eterno e infinito, con todas las potestades y facultades de la divinidad, entre ellas, la de crear todo en lo que creas.

Respira profundo la fuerza de la vida y elije. Abre tu corazón a lo que sólo en apariencia te es desconocido y escoge. Y si optas por dar el salto dimensional aquí y ahora, ten la plena seguridad de que te protege la red consciencial generada por todos aquellos que te miramos con ojos nuevos y vemos, en ti y en cada persona, a Dios y a Nosotros Mismos.

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Continúa mañana domingo:

47. El Todo es Mente; el Universo es mental

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