23/3/10

El poder de la mente

El nuevo libro de Eduardo Punset, titulado El viaje al poder de la mente (Editorial Destino), está disponible en las librerías desde la pasada semana. Con este motivo, Ana Tagarro, para XL Semanal, le ha realizado la entrevista que se recoge a continuación. Paseando por ella, encontrarás reflexiones relativas no sólo a la mente y su poder, sino a las intuiciones, el desaprendizaje, la inteligencia social y otras muchos temas llenos de calado.

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Pensábamos que, al abordar el poder, iba a hablar de por qué nos gusta tanto mandar y, sin embargo, ha optado por centrarse en el poder de la mente.

Es que nunca me interesó el poder de Zapatero. El de los gobiernos o los banqueros no es el poder de verdad. Bin Laden no tiene poder porque tenga dinero. Hay muchos con mucho más dinero que él. Tiene el poder de controlar la mente de mucha gente. Y es curioso que el poder del cerebro sea tan determinante cuando, en el fondo, está basado en cosas muy poco consistentes: en unos mensajes que le llegan a través de unos sentidos mediocres. Por ejemplo, sólo ve una parte pequeña del espectro luminoso, oye fatal y ya no hablemos del gusto... nuestros sentidos son un mero apaño evolutivo. Es apasionante descubrir cómo, a pesar de ello, su poder es omnímodo. A veces, glorioso; a veces, nefasto.

Uno de los puntos centrales de su libro es la reivindicación de la intuición, lo que no deja de ser curioso desde el punto de vista ‘científico’: primar la intuición sobre la razón.

Éste ha sido uno de los grandes descubrimientos de los últimos cinco años: no se necesitan procesos reflexivos muy sofisticados y conscientes para tomar una decisión importante.

Incluso va más allá. Dice que si me dejo llevar por mis corazonadas, tengo tantas posibilidades de acertar en mis decisiones como si me guío por la razón. ¿No es así?

Más, tienes más posibilidades de acertar. Ahora sabemos que, dentro de la historia de la evolución, la conciencia o los pensamientos conscientes son algo muy reciente. Durante millones de años, este ‘animalejo’ que somos ha vivido sin consciencia, así que el pensamiento inconsciente tiene tanta experiencia o más que el consciente a la hora de garantizar su validez. Cuando yo decido acatar lo que me dice mi inconsciente, sin darme cuenta siquiera, en realidad estoy tomando una decisión que es el fruto de una experiencia de miles de millones años. Pero, además, sabemos que la corteza cerebral, que es la que supuestamente controla las decisiones conscientes, es la última en formarse en el cerebro, lo hace cuando ya tenemos unos años de vida.

Pues para situarnos en el tiempo. Yo esto, además, lo he comprobado con mis nietas: hasta los cuatro años no son capaces de distinguir entre el pasado, el presente y el futuro. Han tenido que esperar hasta que la conciencia se formase para poder diferenciarlos.

¿Por eso los niños son más intuitivos que los adultos?

Claro, no tienen conciencia.

Pero será mejor tenerla para sobrevivir. ¿No es mejor tener más información?

Depende de los casos. Está el famoso experimento de Milwaukee y Detroit. A la pregunta de qué ciudad es mayor, el 60 por ciento de los norteamericanos acertó: Detroit. A la misma pregunta, el 9o por ciento de los alemanes acertó. ¿Por qué aciertan más los alemanes? Sencillamente, porque no tienen ni idea de Milwaukee. Cuando puedes disponer de toda la información necesaria, entonces es mejor la decisión racional; ahora bien, cuando no dispones de toda la información, es mejor tomar decisiones inconscientes.

Dice usted que la distinción entre cautelosos e intuitivos es que los primeros intentan no equivocarse y los segundos intentan acertar. Y reivindica la osadía...

Ante la falta de información, sí. Y eso en una época de crisis como la que vivimos es fundamental. Se lo explico a mis amigos empresarios: en época de crisis hay que arriesgar; dad el poder a los jóvenes; cambiad de opinión. Si te quedas quieto, estás muerto.

Insiste mucho en que hay que cambiar de opinión y en lo difícil que nos resulta a los humanos hacerlo.

¿Cómo puede ser que los monos rhesus puedan cambiar de opinión y, sin embargo, los homínidos no lo hagan... ¡ni aunque los mates!?

Pero es comprensible. Imagínese a alguien que cambia continuamente de opinión, que hoy dice `a´ y mañana, `b´; que hoy es del Madrid y mañana, del Barça... Crea una enorme inseguridad.

Lo que estamos diciendo no es que cambies de opinión a cada rato, sino que tenemos un cerebro lo suficientemente evolucionado como para poder cambiar de opinión. No hacerlo, como mecanismo de supervivencia, es malísimo. Y te diré por qué: la opinión que tú tienes no es el resultado de ver, sino de mirar las cosas de una determinada manera; es el llamado `efecto marco´. Si has visto cómo mataban a un inocente, es muy probable que pidas la pena de muerte. Y aún más, las opiniones son el resultado de tus prejuicios. Hemos hecho un experimento significativo con un vídeo: en la imagen pasa un negro; luego, un blanco; luego, una blanca; luego, un chimpancé... para que los describan. Al hacerlo, la gente muestra un cierto racismo, incluso a pesar de no ser racista. En cambio, cuando le pones al negro una camiseta de un equipo de fútbol famoso, su reacción es totalmente distinta: la gente se olvida del color de la piel, no lo registra. A la mujer, sin embargo, le pones la camiseta y sigue habiendo la misma reacción sexista. No le perdonan que sea mujer.

Por eso hay un presidente negro en Estados Unidos antes que una mujer.

Cierto. Y eso que nunca tendrán un presidente tan preparado como Hillary Clinton.

Otros experimentos que cita en su libro muestran que los mecanismos de la imaginación y del recuerdo son muy parecidos. ¿Confundimos pasado y futuro?

Todo es pasado. Lo que hemos descubierto es que imaginar el futuro y recordar el pasado son entramados similares, activan las mismas partes del cerebro. Y eso deberíamos tenerlo muy en cuenta a la hora de prever nuestro destino porque la memoria es tremendamente imprecisa. El tema de los testigos en los juicios está muy cuestionado a raíz de los estudios sobre la memoria. ¡No nos acordamos de nada!

Sin embargo, usted, al mismo tiempo, promueve que olvidemos y desaprendamos.

Cuando hablo de olvidar, me refiero a que es una necesidad evolutiva. No podemos almacenarlo todo. Un olvido de fechas, como nos ocurre constantemente, fortalece la memoria de emociones o acontecimientos que debieran durar siempre. Por eso olvidar puede ser sano. Cuando hablo de la necesidad de desaprender, voy más allá. Es la necesidad de renunciar a los prejuicios y dogmatismos que nos impiden avanzar.

Destaca usted también la importancia del sueño para aprender.

Durante muchos años ha habido un gran debate sobre los sueños que partía de la idea freudiana de que cabía interpretarlos como reflejo de una realidad pasada o futura. Pero ahora ya sabemos para qué sirven los sueños. Lo hemos descubierto estudiando el sistema nervioso de la mosca del vinagre. Sabemos que ellas aprovechan el sueño para memorizar lo que han aprendido durante el día.

Oiga, ¿cómo se sabe lo que sueña una mosca?

Sabemos lo que pasa en su sistema nervioso. Al fin y al cabo, su ADN es prácticamente igual que el nuestro y la forma en la que sueñan, también. Ellas y nosotros usamos el sueño para fijar lo que aprendemos. Por eso es importante dormir bien.

Más importante aún parece ser lo que nos ocurre en la infancia. ¿Nuestra vida es el resultado de lo que hemos experimentado de los cero a los seis años?

Tiene mucha, mucha importancia a la hora de tomar decisiones. De los cero a los seis años somos una unidad de I+D, todo pagado, en la que nos formamos para vivir; todo nuestro potencial está ahí. Luego hay una segunda etapa muy importante al comienzo de la adolescencia. Y después está el tema de la plasticidad del cerebro: nuestra experiencia individual puede modificar la estructura de nuestro cerebro. Durante 20 años, neurólogos y psicólogos han discutido sobre esto. Los psicólogos defendían que el cerebro podía cambiar con nuestra experiencia y, ahora, los neurólogos y genetistas que defendían que estábamos totalmente programados han tenido que admitir que no es exactamente así. La plasticidad cerebral es un concepto revolucionario porque demuestra que lo que hagamos en nuestra vida incide en la forma en que nuestras neuronas se comunican entre sí. Esto abre unas perspectivas increíbles.

Sin embargo, usted mismo cita un ejemplo gracioso a favor de los genetistas, de los que creen que estamos determinados por nuestra herencia genética, que tuvo lugar en la Unión Soviética...

Sí, un científico ruso, Lysenko, defendía a capa y espada que el entorno acabaría imponiéndose a la herencia genética y otro científico lo rebatió: «Camarada Lysenko, si es cierto, como dices, que cortando las orejas a las vaquitas recién nacidas, generación tras generación, acabarían naciendo sin orejas, ¿cómo se explica entonces que las niñas soviéticas sigan naciendo vírgenes?». Es gracioso y tiene su razón, claro, pero también hay estudios que demuestran que los gatitos pierden la vista cuando se les impide ver durante mucho tiempo. Hay un neurólogo que ha resumido este debate con una frase fantástica: estamos programados [dice mirando a los neurólogos] para ser únicos [añade mirando a los psicólogos].

¿El cerebro tiene sexo?

Sí. Y te diría que afortunadamente. El cerebro femenino tiene ciertas cualidades que es una suerte que alguien las tenga. Pero que quede claro que en ciencia hablamos de promedios. Por ejemplo, en promedio, el comportamiento lúdico es distinto: una mujer angustiada no va a tener ganas de hacer el amor; un hombre, si hay excitación sexual, le da igual si está preocupado: querrá hacer el amor. La concepción del tiempo también es distinta. El sexo masculino tiene una concepción divisionaria; se han creído lo de la división en segundos, minutos, horas... y la mujer tiene una concepción por eventos. Sabe que hay que hacer tal cosa, pero puede o no entrar en el tiempo divisionario. La mujer es más empática, le cuesta menos ponerse en el lugar del otro. Pero, ¡ojo!, son distinciones evolutivas. Esto podría cambiar si pasamos a comportarnos de otra manera. Si los hombres se hacen cada vez más cargo de los niños, en siguientes generaciones empezarán a ser más empáticos.

¿Somos hoy menos violentos que en el pasado?

Hay pruebas suficientes para creer que, a pesar de las dos guerras mundiales y del holocausto, está disminuyendo la violencia en el mundo. En contra de lo que la gente cree, el altruismo está en alza y vamos a poder influir en la mente para que la gente lo sea aún más. Los estudios demuestran que alterando un sistema social puedes cambiar el comportamiento de la persona. Por ejemplo, países como Arabia Saudí, donde se da mucho la poligamia, suelen generar terroristas. La poligamia deja a muchos jóvenes sin mujer, los vuelve locos. Si quitas la poligamia, habrá menos terrorismo.

Curiosa ecuación, pero es una propuesta. Y esto nos lleva a la inteligencia social...

Efectivamente, hasta ahora estudiábamos nuestro cerebro en relación con nosotros mismos. Ahora sabemos que lo más determinante es la relación entre dos cerebros. Es más, se ha comprobado que a una persona que miente le sube la tensión sanguínea, pero lo más sorprendente del experimento es que a la persona que está al lado también le sube la tensión al darse cuenta de que su compañero miente. Se puede hablar, incluso, de conciencia social.

Dice usted que somos optimistas por naturaleza.

Hombre, claro. No hay más que mirar la historia; no la evolutiva, sino la reciente. Pueblos como los de Europa central, con todo lo que han sufrido, no podrían haber sobrevivido si no fuese por el optimismo atávico del ser humano. Siempre creemos que seremos los últimos en irnos al paro, en tener un accidente, un cáncer... El sufrimiento es tan grande que sólo gracias a este optimismo ha sobrevivido la humanidad.

Se afirma también en su libro que la moral es innata.

Existe una moral innata en los humanos, al margen y con anterioridad al desarrollo de las religiones.

Sin embargo, parece que nuestros principios morales son muy distintos según en qué cultura hayamos crecido.

Una parte depende de la cultura, pero siempre existen ciertos principios universales: como la distinción entre acción y omisión. Cuando nos enfrentamos a un dilema moral, las acciones son peor vistas que las omisiones. Si para salvar a cinco personas en un bote hubiera que echar a una por la borda, no lo haríamos. Si para salvar a esas mismas cinco no hubiera que recoger a alguien que se está ahogando, es probable que no lo subiéramos al bote. La mente humana ha desarrollado una norma moral empírica, independiente de la cultura: las acciones son peores que las omisiones.

¿Vamos a poder operarnos en el futuro para ser mejores o peores personas? ¿Modificaremos una conducta interviniendo en el cerebro?

Claro que sí. Utilizando técnicas invasivas, como la cirugía, y no invasivas, como la electromagnética. Esta última ya se usa para eliminar una adicción a la droga, por ejemplo. Al estimular zonas frontales del cerebro se puede modificar la capacidad de la gente para tomar decisiones, para tratar a enfermos con trastornos de personalidad...

¿Se podrá curar la depresión aplicando unos electrodos en el cerebro?

Evidentemente. El electrodo incidirá sobre una corriente eléctrica de mi cerebro. Lo que hay que saber es el circuito preciso sobre el que hay que incidir. En el momento en que lo has identificado, puedes modificarlo en la dirección correcta.

O incorrecta... ¿Se da cuenta de que esto abre cuestiones éticas enormes e inquietantes?

Sí, se plantean cuestiones éticas muy importantes, pero la verdad es que eso no me preocupa. Todo lo que se ha inventado o descubierto desde el principio de la humanidad puede usarse para el bien o para el mal y, de momento, no vamos tan mal.

¿Se podrá leer la mente de los demás?

Totalmente. Eso ya está.

Hombre, no diría yo tanto. Si fuese así, no estaríamos aquí con la grabadora.

Bueno, está casi. Ya hay experimentos con una persona a la que se colocan electrodos mientras está mirando un vídeo y se puede saber lo que está viendo en la pantalla tan sólo analizando los movimientos de su cerebro. Y ya hay ciborgs, personas que mediante implantes se comunican o con otro cerebro o con un ordenador. Pero es que leer la mente de otro debe de ser sencillo... Es ponerse.

Lo veo lanzado: futurista y muy optimista. Y eso que, mientras escribía este libro, ha tenido que superar nada menos que un cáncer de pulmón.

Sí, pero eso, curiosamente, no afecta mucho a tu mente. Pese a acercarte tanto a la muerte, el cáncer no cambia tu manera de ver el mundo o, al menos, no ha cambiado la mía. En mi caso, lo que ha quedado de mi paso por el hospital son dos cosas: una es la constatación del abismo temporal –30 o 40 años– que hay entre los descubrimientos científicos y su aplicación en las terapias cotidianas, lo que no tiene ninguna explicación que no sea la desidia política; la otra, la experiencia de los demás, el altruismo, la solidaridad que una situación así genera entre quienes la padecen, enfermos y familiares. Es extraordinario. El cáncer me devolvió a la manada y le estoy agradecido por ello.

De su primer libro aprendimos que la felicidad es ausencia de miedo; del segundo, que el amor es instinto de supervivencia. De éste, ¿qué hemos concluido?

Que el de la mente es el único poder que existe. Y que todo comenzó el día que yo, hace unos 30.000 años, te miré a los ojos e intuí lo que estabas pensando.

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