10/3/10

Arpas Eternas: Profecía de Jesús a Vercia, la druidesa gala

Arpas Eternas se encuentra entre los llamados “Libros Revelados”. Y es uno de los más importantes de los últimos tiempos. Fue editado 20 años antes de lo publicado sobre los Manuscritos de Qumram y el contenido de ambos es, en lo esencial, coincidente, aunque Arpas Eternas es más rico en detalles y datos. De su amplio contenido, Pepe Navajas, editor de Ituci Siglo XXI y amigo del Blog, ha seleccionado una serie de pasajes que todos los miércoles pone a nuestra disposición.

1. Profecía del Maestro Jesús referida a estos tiempos (ver entrada publicada el pasado 19 de febrero)

2. Encuentro entre Jesús y Juan el Bautista siendo niños (24 de febrero)

3. Jesús y Juan el Bautista, siendo niños, oran en un templo esenio (3 de marzo)

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4. Profecía de Jesús a Vercia, la druidesa gala

(Estos hechos ocurren sólo unos días antes de la muerte física de Jesús)

A la plácida serenidad de Bethania llegó en un anochecer una extraña caravana de hombres rubios, con ojos color de cielo. Preguntaban por el Profeta Nazareno del manto blanco, pues en Nazareth les habían dado la noticia que él se encontraba a las puertas de Jerusalén, en la aldea de Bethania.

Los discípulos del Maestro reconocieron a dos de los viajeros. Eran de los catorce esclavos galos que salvaron de morir ahorcados en los calabozos del palacio de Herodes en Tiberias. Con ellos venían tres hombres de edad madura, y una joven mujer extremadamente blanca y rubia (…)

Los catorce esclavos salvados de la horca por el Profeta y los suyos, llevaron a las montañas del Loira la noticia de un Salvador del mundo que andaba por las riberas del Mar de Galilea; y el Bremen galo, quiso unirse a él para ofrecerle cuanto era y cuanto tenía. (…)

El Maestro escuchaba en silencio los dolorosos relatos que llegaban a él desde la lejana Galia, y veía a través del velo que cubría el rostro de la joven, deslizarse lágrimas silenciosas que ella dejaba correr sin secarlas.

-Siempre el dolor- éxclamó cuando el relator calló. (…)

Más de la mitad de mi vida la he vivido entre hombres de meditación y de estudio, y he comprendido la magnitud del error cometido por casi todos los que han pretendido ser civilizadores de humanidades. Este error ha consistido siempre en las barreras puestas entre las razas, los pueblos y las religiones. La vida y la libertad son los más preciosos dones de Dios a sus criaturas; y los que fueron considerados los más grandes hombres de la Tierra, no han hecho sino atentar contra esos dones divinos en provecho propio, con un egoísmo tan refinado y perverso, que asombra ver que ello sea fruto de un corazón humano. (…)

Me llamáis Profeta, que quiere decir explorador del mundo invisible. Sabed que con exploraciones y en la noche misma en que fueron libertados del calabozo y de la horca vuestros catorce compañeros, yo tuve la visión del futuro de vuestro país: Seréis la vanguardia de los buscadores del don divino de la libertad, de que os privaron las legiones romanas, y de que os privarán aún los hombres del futuro, hasta que vuestra raza gala tenga la fuerza de dar a esta humanidad terrestre el más terrible ejemplo de justicia popular que hayan dado los pueblos oprimidos, por la injusta prepotencia de las minorías adueñadas del oro y del poder-.

La Druidesa escuchaba sin pronunciar palabra y cuando llegó la medianoche, se levantó del lecho y buscó el más viejo castaño a cuyo pie puso la piedra del fuego sagrado. Encendió la pequeña hoguera con retoños secos de encina y con yerbas aromáticas y olorosas resinas, y sentada en un tronco a pocos pasos de allí, levantó al infinito azul sus blancos brazos desnudos y oró al Gran Hessus por la libertad de todos los oprimidos de la tierra y por sus hermanos de raza, que habían dejado del otro lado del mar. Después se quedó inmóvil con la mirada fija en las inquietas llamitas que el viento suave de la noche llevaba de un lado a otro. Cuando las llamas se apagaron quedando sólo las ascuas semicubiertas de cenizas, los claros ojos de la Druidesa se abrieron, grandes, llenos de luz cual si quisieran beber del pálido resplandor lo que su anhelo buscaba. Una blanca visión perceptible sólo para ella que había desarrollado en alto grado la facultad clarividente, le apareció como flotando sobre el hogar en penumbras. Era el Profeta Nazareno del manto blanco que la miraba con infinita dulzura. Entendió que le decía:

-Has venido para verme deshojar la última rosa bermeja de nuestro pacto de hace siglos-.

Y como si un ala de sombra hubiese borrado la hermosa visión, le apareció un pequeño y árido monte, al cual iba subiendo penosamente el mismo Profeta cargado con un enorme madero en cruz. La joven comprendió todo, y exhalando un doloroso gemido cayó en tierra desvanecida (…) Cuando la tempestad de sollozos se hubo calmado, dijo la joven:

-¡Profeta!... En el fuego sagrado vi anoche la visión de tu próxima muerte! Los oprimidos seguiremos siendo oprimidos, porque tu Reino es el Reino del Gran Hessus y tú recibirás tu herencia eterna y nosotros quedaremos en la tierra sin patria y sin libertad-.

-¡Desde mi Reino estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos, mujer valerosa que me vienes siguiendo de cerca hace ya ocho milenios de años! Por dos veces te encuentro en esta última jornada mía, y esta vez será para que veas mi entrada triunfal en el Reino de Dios. El amor es más fuerte que la muerte, Vercia!... Y mi espíritu libre te visitará muchas veces en tu fuego sagrado para que en esta etapa de tu vida, lleves mi doctrina del amor fraterno desde la montañas de la Galia hasta las orillas del Ponto, donde colgarás definitivamente tu nido, para las veinte centurias finales que comenzaron con mi vida actual. ¡La muerte es la libertad y tú amas la libertad! Tú que comprendes esto mejor que otros, has venido para animar mi hora final-..

La joven se había ya calmado completamente y tomando la diestra del Profeta la besó con profundo respeto.

-¡Feliz de ti que vas a morir, mensajero del Gran Hessus!- exclamó de pronto la Druidesa. -¡Infelices de nosotros que quedamos con vida y sin libertad! Los druidas no tememos la muerte porque ella es la libertad y la dicha; es la renovación y el renacimiento en una vida nueva. ¿No es hermoso para el Sol, morir en el ocaso para renacer en la aurora? ¿No es bello para la floresta secarse en el invierno para resurgir con vida nueva en la primavera? No es para morir que necesita valor el hombre, sino para vivir... para vivir esta vida miserable de odio y de esclavitud, cuando el alma humana fue creada para los amores grandes, nobles y santos!... Di tú una palabra, divino hijo del gran Hessus, y todos los hombres de la Tierra seremos libres y dichosos!...-.

Los grandes ojos azules de la Druidesa brillaban con extraña luz, fijos en Jhasua que la miraba con piadosa ternura.

-Contigo morirá nuestra última esperanza de libertad- continuó diciendo Vercia con exaltación creciente. -Y en este mismo instante haré a Hessus un voto de vida o muerte. Moriré si tú mueres! ¿De qué sirve la vida sin libertad?.-

-¡No mujer!- exclamó el Maestro deteniéndole la diestra que levantaba a los cielos para pronunciar el solemne juramento. -¡Tú no morirás conmigo, porque yo he terminado el mensaje del Padre y tú no lo has comenzado! La Galia y los países del Danubio y del Ponto te esperan para abrir su corazón a la luz y sus labios sedientos a las aguas de vida eterna. ¿O es que vas a claudicar antes de haber comenzado?-.

La joven Druidesa dobló su cabeza sobre el pecho y dos hilos de lágrimas corrieron de sus ojos entornados.

-Mi mensaje-, continuó diciendo el Maestro -es semilla de libertad, de fraternidad, de igualdad y de amor! Quien colabora en mi mensaje, es sembrador conmigo de fraternidad, de libertad y de amor. ¡Druidesa!. . . ¿Somos aliados?-.

Vercia levantó sus ojos inundados de llanto y le contestó:

-Aliados hasta que el fuego sagrado del gran Hessus haya consumido todas las tiranías y todas las esclavitudes!-.

El Maestro estrechó la mano que Vercia le tendía leal y firme murmurando a media voz:

-Entonces, ¡hasta que el amor haya florecido sobre la Tierra!-.

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