31/3/10

Arpas Eternas: Muerte de Juan el Bautista y lectura de su testamento

Arpas Eternas se encuentra entre los llamados “Libros Revelados”. Y es uno de los más importantes de los últimos tiempos. Fue editado 20 años antes de lo publicado sobre los Manuscritos de Qumram y el contenido de ambos es, en lo esencial, coincidente, aunque Arpas Eternas es más rico en detalles y datos. De su amplio contenido, Pepe Navajas, editor de Ituci Siglo XXI y amigo del Blog, ha seleccionado una serie de pasajes que todos los miércoles pone a nuestra disposición.

1. Profecía del Maestro Jesús referida a estos tiempos (ver entrada publicada el pasado 19 de febrero)

2. Encuentro entre Jesús y Juan el Bautista siendo niños (24 de febrero)

3. Jesús y Juan el Bautista, siendo niños, oran en un templo esenio (3 de marzo)

4. Profecía de Jesús a Vercia, la druidesa gala (10 de marzo)

5. La inquietud compartida entre Vercia, Nebai y Mágdalo (24 de marzo)

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6. Muerte de Juan el Bautista y lectura de su testamento

Cuando el Maestro supo del traslado de Juan, comprendió que los días de su primo estaban contados. Vio, además, la siniestra figura de Herodías detrás de esta orden de traslado, que alejaba al solitario de las multitu­des que le amaban y que habían hecho sentir en diversas ocasiones su re­solución de defender la vida de Juan aún a costa de sus propias vidas. En aquellas escabrosas montañas, al fondo de la Perea del otro lado del Mar Muerto, ¿quién defendería al Profeta?

La amarga angustia de sus discípulos buscó de inmediato la piedad de Jhasua, como último refugio ante lo inevitable que se acercaba.

Él tío Jaime (hermano de María y tío, por tanto, de Jesús) fue el hilo conductor de los huérfanos de Juan hacia la apacible Bethania, donde temporalmente descansaba el Maestro. De inme­diato ordenó una profunda concentración mental entre todos los que allí se encontraban, para ayudar al mártir en la prueba final a que sería so­metida su fe en el Ideal Supremo, y su firmeza en defender el bien y la justicia a la vista de los Cielos y de la Tierra.

Cinco años había durado el apostolado ardiente de Juan en la Pales­tina y en las cercanías ribereñas del Jordán, como en las áridas monta­ñas del desierto de Judea, donde parecían estar aun resonando sus vigorosos discursos condenatorios de las corrupciones de los poderoso», que cual torrente de inmunda baba corría sobre las muchedumbres, corrom­piendo sus costumbres y agravando su miseria.

Para intensificar más esta gran fuerza espiritual, con que el Cristo Divino quería fortificar la heroica firmeza de Juan, abrió e! pergamino en que éste dejaba su testamento y lo leyó ante las cuarenta personas que se albergaban entonces en Bethania. Y aquella silenciosa y consternada asamblea escuchó de labios de Jhasua esta sencilla declaración:

Yo Juan de Hebrón, siervo del Altísimo, declaro, ante Dios y los hombres, que muero sosteniendo los divinos ideales en que nací y fui for­mado por mis padres en la infancia; y por mi madre espiritual la Frater­nidad Esenia, en medio de la cual pasé mi juventud y primera edad viril y donde fui favorecido con tan grandes dones de Dios que ninguna fuer­za de la Tierra o del averno será capaz de apartarme de la fe en que he vivido y de las convicciones que me han sostenido hasta el fin.

Entre estas convicciones profundas está en primera línea, el divino misterio de la encarnación del Verbo de Dios en la personalidad huma­na de Jhasua de Nazareth, en el cual han tenido cumplimiento los vatici­nios de nuestros grandes Profetas.

El es el Ungido Divino enviado a este mundo, para enderezar los caminos de los hombres (2) y llevarlos al Reino de Dios.

El es el Cristo Mensajero del Amor Divino, que será puesto en la balanza de la Eterna Justicia como contrapeso a los odios y egoísmos hu­manos, llegados al paroxismo del crimen y la iniquidad.

Seguidle los que tenéis luz de Dios para reconocerle.

Seguidle los que tenéis encendida en el alma la chispa divina del Eterno Ideal.

Seguidle los que anheláis una vida superior a la vida de las muche­dumbres inconscientes.

Seguidle los que sufrís las injusticias humanas, los que sembráis flo­res de amor y recogéis ingratitudes; los que habéis visto marchitarse y morir todas las esperanzas humanas y lleváis un sepulcro en vez de un corazón!...

Amadle hasta el oprobio y hasta la muerte, los que buscáis al Amor sin encontrarle en la Tierra, porque él es el divino tesoro del Amor Inefable del Padre sobre la humanidad terrestre. .

Este es mi primer legado.

Y he aquí el segundo:

En las grutas de refugio conocidas de mis seis discípulos íntimos, dejo muchos hijos amados de mi espíritu que les arrancó de la muerte, del crimen y del vicio, para encaminarles a la honradez y al bien (2a).

Entre el Monte de los Olivos Bethphagé y Gethsemaní, se encuen­tran los refugios de mis arrepentidos, de los cuales sólo tienen conocimiento los dos ancianos Terapeutas que viven en la Gruta de Jeremías fuera de la muralla de Jerusalén, a un estadio al oriente de la Puerta de Damasco, próxima a las canteras.

Tanto ellos como ellas, están condenados por las leyes humanas a calabozo perpetuo o a muerte, los unos crucificados por ser esclavos fu­gados de sus amos a causa de malos tratamientos; otros a lapidación por haber cometido adulterio; otros a la hoguera por creérseles hechiceros y magos, que anunciaron a los poderosos la justicia divina que caería sobre sus maldades.

Son todos ellos mi herencia para el Ungido que viene en pos de mí, y para sus seguidores en la obra divina de salvación y de perdón.

Que el Altísimo Señor de todo lo creado reciba mi espíritu cuando abandone ia vida carnal, que tomó en servicio suyo y en cumplimiento de su Voluntad Soberana.

Así sea.

El lector bien comprenderá que la lectura del testamento de Juan hizo rebosar en las almas la simpatía y amor hacia él, en tal forma, que un torrente de fuerzas uniformes y afines envolvió en ese instante al valeroso cautivo en la Fortaleza de Maqueronte. Un éxtasis sublime de amor y de fe absorbió sus pensamientos, sus anhelos, hasta sus ma­nifestaciones de vida durante tres días consecutivos.

(…) Dos de los discípulos de Jhoanan volvieron a Bethania, cuando ya el Maestro se disponía a regresar a Galilea con todos sus compañeros de viaje.

La consternación de Jhasua fue visible para todos cuando tuvo el relato de la muerte de Jhoanan.

Ha muerto decapitado en el fondo de un calabozo —pensó— mien­tras que yo moriré a la vista de todos colgado en un patíbulo de infamia.

Y volvió a repetir su frase: "La muerte por un ideal de redención humana es la suprema consa­gración del amor".

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