26/12/09

Simbología y mitos de la Navidad (IV): El linaje davídico de Jesús

1. Santa Claus (ver entrada del 23 de diciembre)

2. El árbol de Navidad (ver entrada del 23 de diciembre)

3. El belén (ver entrada del 24 de diciembre)

4. La estrella (ver entrada del 24 de diciembre)

5. Los villancicos (ver entrada del 24 de diciembre)

6. El nacimiento de Jesús: ¿el 25 de diciembre? (ver entrada del 25 de diciembre)

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7. El linaje davídico de Jesús

Jesús fue la encarnación de un ser de enorme rango de luz y un verdadero y colosal Maestro. Para expandir el Cuerpo Crístico de la humanidad y el planeta, cosa que logró de manera tan extraordinaria como para merecer el epíteto de Jesús-Cristo, vivió cual ser humano. Y con una intensidad y sencillez admirables, aportó la buena nueva del Amor Incondicional como colofón de la experiencia humana.

Ahora bien, Jesús, en su dimensión física y en su vida cotidiana, fue una persona que, como otra cualquiera, tuvo su yo y sus circunstancias. Éstas estuvieron muy marcadas en razón de su linaje davídico, que lo hizo legítimo heredero al trono de Israel, usurpado entonces por unos títeres (Herodes I murió en el año 4 a.c. y su reino quedó dividido entre sus hijos: Arquelao, etnarca de Judea hasta el 6 d.c.; Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Persia hasta el 39 d.c.; y Filipo, tetrarca de los territorios transjordanos hasta el 34 d.c.) al servicio de las fuerzas de ocupación romanas, cuyo Imperio se había apoderado de todo aquel territorio.

En concreto, Jesús nació en una cadena de descendencia que le entronca con el rey David. Los evangelistas ponen un gran énfasis y son reiterativos en lo relativo a esta genealogía davídica -Mateo (Mateo 1,1-17) se remonta hasta Abraham; y Lucas (Lucas 3,23-38) llega incluso a Adán-. Por tanto, Jesús perteneció a la estirpe real de David. Su abuelo se llamó Ezequías, asesinado por los romanos al oponerse a su dominación. Y su padre fue Judas el Galileo, conocido también como Judas de Gamala, famoso caudillo judío ejecutado, igualmente, por los romanos en el año 6 d.c., cuando Jesús tenía 11 o 12 años (como se señaló en la entrada publicada ayer en el Blog a propósito del 25 de diciembre, Jesús nació realmente en el año -6 de nuestra era), con ocasión de una sublevación judía en la que 2.000 rebeldes fueron crucificados. Este levantamiento supuso el principio del movimiento zelote o celota -el celo al que debe su nombre se ejerce al servicio de Dios y de la Ley y contra la dominación romana-, uno de cuyos jefes fue Simón Cefas (san Pedro).

Desde tiempos de Moisés, el pueblo judío asumió una bifurcación dinástica entre la rama política y la religiosa. A pesar de muchos incumplimientos, esta tradición se mantuvo patente o latente y llegó hasta tiempos de Jesús. En este sentido, como legitimario de David, Jesús fue el heredero de la dinastía real y política, mientras Juan el Bautista, descendiente de Aarón, personificó la mística y religiosa. En aquel tiempo, numerosos judíos creían que la venida del Mesías era inminente y que el linaje davídico iba a ser restaurado por el “resh galutha” o, dicho en griego castellanizado, el Exilarca, el heredero de los derechos dinásticos de David. Jesús fue ese Exilarca por derecho propio.

Siendo quien era, Jesús vivió en el anonimato prácticamente desde su nacimiento, camuflando su identidad bajo la tapadera de una vida anónima ante el temor a los romanos y al gobierno adlátere judío. Esta clandestinidad se intensificó tras el asesinato de su padre, del que Jesús fue primogénito, aunque no hijo único. Concretamente, Jesús tuvo varios hermanos y hermanas, tal como indican diversos documentos y los propios Evangelios oficiales (Mateo, 12, 46 y 13,55; Lucas 9,19; Marcos 3,37; Hechos de los Apóstoles 1,14).

Entre sus hermanos, hubo uno que fue su gemelo. Se trató de Tomás, al que san Juan (Juan 11,16 y 20,24) llama Dídimo, esto es, gemelo en griego, y del que el Evangelio de Bartolomé, uno de los abundantes escritos no reconocidos por la Iglesia romana, dice “¡Salud a ti, gemelo mío, segundo Cristo!”. Su condición de hermano gemelo de Jesús, explica, también, el curioso episodio que narra el Evangelio de Tomás (en su logión 13), cuando, al preguntar Jesús a sus discípulos a quién se parece, Tomás afirma: “mi boca no aceptará en modo alguno que yo diga a quien te pareces”.

A la existencia de este gemelo hay que achacar las contradicciones de contenido evidentes en cuantiosos mensajes de Jesús recopilados en los Evangelios. Y es que unos son los del verdadero Jesús, muy centrados en las ideas de paz y concordia, mientras otros corresponden a Tomás, más predispuesto a la lucha y al uso, incluso, de la violencia. Por tener Jesús un gemelo, adquirió gran relevancia su presentación en el Templo de Jerusalén para, como primogénito, ser consagrado ante Dios (Lucas 2,25-35). Con ello, sus padres quisieron despejar cualquier tipo de duda sobre la línea sucesoria y contar con el veredicto notarial del rabí Simeón.

Volviendo a Juan el Bautista, hay constancias ciertas de su parentesco con Jesús -sus madres, Isabel y María, eran primas- y, como se ha subrayado, perteneció a la estirpe sacerdotal de Aarón. Alcanzó notoriedad pública antes de que Jesús saltara a la escena -varios de sus discípulos, como Andrés, fueron antes seguidores de Juan- y perteneció a la secta de los nazarenos, que posteriormente lideró el propio Jesús -el apelativo de “Nazareno” procede de este hecho y no de Nazaret-. De la existencia de esta secta político-religiosa hay abundantes referencias históricas -en los Hechos de los Apóstoles (24,5) se señala que, tras la muerte de Jesús, san Pablo llegó a ser su caudillo-, así como de sus conexiones con los esenios, auténticos precursores de la escuela espiritual conocida hoy como cristianismo.

Juan el Bautista, como descendiente de la dinastía de sacerdotes, bautizó a Jesús y le confirió públicamente la investidura necesaria para que el pueblo lo aceptara como rey legítimo, mostrando la asociación y los vínculos entre el Mesías rey y el Mesías sacerdote. Este fue el motivo, más allá de las críticas de Juan a la conducta de la princesa Herodias (abandonó a su marido Herodes Filipo para vivir con su tío y cuñado Herodes Antipas), por el que éste, finalmente, decapitó a Juan. Y con esa autoridad de príncipe de sangre real y legítimo heredero, Jesús luchó contra los romanos para recuperar su trono. Además de la investidura real de manos de Juan, Jesús buscó el reconocimiento y apoyo de su gente haciendo lo posible para que se cumplieran en él las profecías. Así lo constatan los Evangelios: “esto tuvo lugar para que se cumpliesen las profecías” (Mateo 21,4, en referencia a Zacarías 9,9).

(Mañana: María Magdalena y la descendencia de Jesús)

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